El motín social
Joaquín Estefanía ha publicado un libro titulado La nueva economía. La globalización. No es por entero un libro de economía, sino además un libro sobre la sociedad, los ricos y los pobres, los listos y los tontos, el poder y el dinero, el destino y la fatalidad. Especialmente sobre una fatalidad contemporánea que ha sobrevenido en tromba, gestada en apenas quince años y establecida en todo el planeta como un temporal devastador.Todos habíamos visto comportarse al mercado, sabemos de sobra de qué institución se trata, cómo se vende, cómo se compra o se regatea en él. La novedad es asistir ahora a su entronización como referente de todas las cosas. Desde la política a la cultura, desde la sanidad a la educación, desde los matrimonios a las funerarias, todo pasa por él y como resultado empieza a hacerse innecesaria cualquier doctrina, toda suerte de creencia, de proyecto ideológico o de cavilación porque en su seno se decide lo más importante o lo más nimio. El globo, en su totalidad, descansa sobre sus espaldas de incuestionable atleta.
Simultáneamente, la población empieza a estar harta de este titán. Con su musculatura neoliberal arranca pedazos del Estado de bienestar, distribuye a puñados la riqueza sobre unos pocos y reparte la miseria a los demás. No ya en la India o en Afganistán, en Europa, la tercera parte de la población será pobre, en los primeros decenios del siglo XXI, por causa de su imperio. En el Reino Unido o en Estados Unidos la desigual repartición de la renta de los últimos años es ya semejante a zonas del Tercer Mundo.
La nueva fatalidad del mercado puro desemboca en esta sevicia a la que se ha entregado la marcha actual de la historia. No es extraño que las huelgas sean cada vez más exasperadas, que el descontento se extienda y que las organizaciones no gubernamentales se reproduzcan en paralelo a esa cosmología cruel.
El modelo de vida que el mercado impone a sus anchas reniega de la solidaridad, de la protección equitativa, de las culturas profundas, de cualquier consideración de la piedad. Tras un siglo XX construido en torno a humanismos, utopías sociales y ambiciones democráticas se desemboca en este juego de fuerzas mercantiles, cuya hegemonía los ciudadanos contemplan como una plaga tan inexplicable como los virus de nueva generación, y tan aplastante, una vez que las guerras mundiales han cesado, como una renovada maldición.
Maldito mercado es el nombre de un reciente libro de Eduardo Álvarez Puga donde se condensa la energía de esta patología mundial ante la cual se reacciona cada vez con más ahínco. No sólo las huelgas francesas y las que se preparan aquí vindican otro modelo contrario al neoliberal. La protesta es audible en el mundo de la producción cuando los salarios quiebran o se congelan, cuando la nueva productividad la absorbe el capital y cuando el parado aumenta la escombrera. Pero, en silencio, también los ciudadanos muestran su resistencia en los espacios del consumo. Pasan los meses y el consumo no responde. Insiste la publicidad, arrecian los descuentos, las ofertas o los regalos y, por una vez, a pesar del crecimiento, la población no consiente en consumir más. No sólo son los parados los que pueden parar el sistema, los no consumidores pueden hacer embarrancar esta forma de producción social.
Efectivamente no hay líderes, no hay nuevos manifiestos, no se escuchan los fragores de una gran revolución pero, en el fondo del sistema, la gran masa que no acierta a explicarse lo que pasa sabe bien que no desea lo que está pasando. Ni para su bienestar presente ni para su futuro de cooperación con los demás y con la naturaleza, el "supermercado" es una estancia deseable y, si las masas no quieren este hábitat, ¿qué fuerza, que no sea un remedo fascista, podrá imponerlo sino como una cárcel? O bien, ¿qué fuerza fascista, se presente como se presente, no despertará, pronto, un motín?
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