Molina
"Cuando un hombre y una mujer que se han amado/ se separan/ se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo,/ la errónea maravilla de sus noches de amor,/ las constelaciones pasionales,/ los arrebatos de su indómito viaje, sus risas a través de las piedras ... / sus dramas de secretas injurias enterradas,/ el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el furor de los cuerpos ...". Ésto escribió Enrique Molina en Amantes antípodas, libro de 1961, 35 años antes de su muerte, acaecida hace unos días en su tierra argentina. En España sólo apareció una columna anotando su final.Siempre se puede discutir a los poetas, siempre es subjetiva la apreciación de los artistas. No hay, sin embargo, gran disentimiento cuando el espectáculo toma las proporciones de una galerna o un volcán. Aun no reservando tiempo para leer poesía, el estruendo del fenómeno natural suspende cualquier ocupación y se implanta con majestad insoslayable. Este es el caso de los textos de Molina. No importa el relativo descuido con el que se le haya tratado aquí. Las editoriales más sensibles, como Ocnos, Tusquets y Visor, publicaron dos antologías y, un libro suyo con ventas exiguas. Su muerte, a los 86 años, deja abierta, sin embargo, una estancia de placer donde caben todos los alertados por la belleza descomunal de sus versos. Vagabundo, marido de cinco esposas, amante de mujeres gordas, abogado y marino mercante, errabundo, renegador. Fuego libre, Las bellas furias, Pasiones terrestres, La redondez de la Tierra, fueron títulos que precedieron a su última obra, Hacia una isla incierta, donde la certeza, en efecto, se ha cumplido. No suele ser buen negocio recomendar poesía, pero Molina es todo fortuna. Una de las mayores superproducciones contemporáneas del gusto, la magia y la inspiración.
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