"Las bodas son de los hijos. No podemos forzar"
25 de julio. La Reina ha estado en la jura del presidente del Supremo y viene vestida de ceremonia: un traje de chaqueta, de seda brocada en color marfil. Es por la mañana.-No me gustaría que, a partir de cierto momento, la biografía de la Reina fuese algo así como una resonancia femenina de la vida del Rey...
-Mi vida es la vida del Rey. No tengo otra vida. A partir de cierto momento, mi vida es la vida del Príncipe. Y luego, la vida del Rey. Yo soy Reina, porque me he casado con el Rey. Parece que esté diciendo cosas obvias, pero... es así: si yo no fuese la mujer del Rey, la esposa del Rey, no tendría esta dimensión, no tendría este status. Soy consorte. Ése es mi status: consorte del Rey. En mi vida lo que importa, lo que interesa a la gente, es lo que atañe a la Corona, a la familia real española, al Rey de España, a los intereses del pueblo español. ¿Yo Sofía, por mí sola? Por mí sola soy princesa de Grecia. Punto.
Ahora bien, una vez que soy Reina, me moriré siendo Reina. Reina hasta la muerte. Aunque no reine. Aunque esté reinando mi hijo, o aunque me hayan exiliado... Es el caso de mi cuñada la reina Ana María, o el de la reina Fabiola: morirán siendo reinas. Ah, y eso de reina madre... no me gusta nada. Ni reina madre, ni reina viuda: reina Sofía.
-Un día me dijo Vuestra Majestad que necesitaba tomarse tiempo para decirme qué cosa es ser Reina. Vuelvo a preguntárselo hoy. ¿Es un rango, es un status, es una función, es una misión, es un derecho, es un privilegio, es un oficio, es una dignidad ... ?
-Reina es una palabra muy llena de contenidos. Tú has dicho varios: rango, status, función, misión, deber, dignidad... Pero, tal como yo entiendo el concepto de reina, puede darse, y se da, en cualquier familia donde la mujer es la cabeza y el corazón de esa familia, y sabe que su misión más importante es atender y cuidar ese hogar: ella, entonces, es la reina de la casa.
Cada ser humano, cada mortal que habita este planeta nuestro, puede tener ese mismo concepto de su vida como servicio. Es la más alta dignidad que cabe en un hombre, en una mujer: vivir para los demás. El hombre que sirve es rey. La más útil y la más bella y la más buena forma de reinar es servir: estar a disposición de los demás. Yo, porque soy Reina, no puedo permitirme ser egoísta. No puedo decir "de esto paso, a aquello no voy porque no me apetece". Yo no estoy para hacer lo que quiero, sino lo que necesiten de mí. A mí me programan cada día ¡y cada hora! de mi vida, en función de los intereses del país. Yo voy donde conviene que vaya, por el bien de los demás. Y esto es lo mismo que hace una mujer de su casa, una mujer cabeza de familia: no piensa en ella, piensa en los suyos. En ese sentido una reina, como una madre de familia, es cualquier cosa menos una profesional.
-Pero ¿cuál es el status de la Reina? ¿Quién marca sus competencias?, ¿tiene terrenos propios?, ¿tiene zonas valladas y prohibidas? Constitución en mano, el Rey no puede gobernar, no puede interferir en la acción política.... pero ¿y la Reina?
-Yo no tengo un status propio como Reina. El Rey es él. Mi status es, digamos, paralelo, y ligado al Rey. Ahora bien, tampoco soy la mujer de... Tengo un status como consorte del Rey. Consorte: ése es mi status personal. La esposa del presidente de una república, por muchas cosas que haga, por mucho protagonismo que tenga, por muy popular que sea, no forma parte del Estado. Yo sí. El Rey y la Reina, la familia real, formamos la Corona. Y la Corona es una institución que, junto con el Gobierno, junto con el Parlamento, junto con el poder judicial, junto con cada una de las autonomías, somos el Estado.
Habiendo Reina, y habiendo Príncipe e infantas, la Corona no es sólo el Rey: somos el grupo familiar, el equipo familiar, la familia real. Y todos tenemos obligaciones, y todos tenemos que arrimar el hombro, y todos tenemos que poner nuestras agendas a disposición de los actos públicos que se nos encarguen... Ah, y todos sabemos que somos personas públicas a quienes se mira con lupa, y, por el bien del Estado, tenemos que dar buen ejemplo.
Yo puedo ir a escuchar a Rostropóvich, a Barenboim, a Menuhin, a Mehta, o a Theodorakis, porque me gustan y porque soy una señora aficionada a la música. 0 puedo acompañar a la reina Sirikit a un concierto, como asunto oficial, porque soy la Reina de España, cumpliendo mi obligación, aunque también me agrade. Los actos que yo presido, las fundaciones, las asociaciones culturales, humanitarias, benéficas, sociales, a las que dedico mi tiempo, las audiencias que recibo.... nada de eso está escrito en ningún sitio; ni siquiera las líneas maestras de mi propio status, ni las vallas de las que no me puedo pasar, No está escrito, pero está entendido.
-No existe un Estatuto de la Reina, ni un Reglamento de lafamilia real...
-¡Afortunadamente! No digo que alguien no haya pensado redactarlo alguna vez: "La Reina puede..., la Reina no puede..., la Reina asistirá a..., la Reina no asistirá a...". Pero no hace falta escribirlo. Yo entiendo cuál es: todo lo que yo haga tiene que ser en beneficio de mi país.
-Supongo que aquí funciona también la prudencia...
-La prudencia se aprende quemándose.
-Hay españoles que dicen "yo soy monárquico, pero de la Reina". ¿Qué le parece?
-Espeligroso. Hay que ser monárquico, como hay que estar a favor del Estado de las autonomías, porque lo dice la, Constitución. Mejor que por simpatías personales o por sentimientos, aunque no hay que excluirlos. Esto de "porque lo dice la Constitución" es, sin duda, menos espiritual, menos afectivo, menos sentimental, incluso parece algo frío y legalista. Sin embargo, así está más respaldada la Corona. La Monarquía es nuestra forma de Estado, y han de apoyarla todos los españoles que aceptan la Constitución.
-Insisto en que hay quienes piensan y dicen que verla ahí nos da seguridad y confianza...
-Bueno..., como puede dar confianza y seguridad ver que la madre de familia está en la casa. Pero... ¡yo no sé qué hago! ¡No hago nada especial! Ni siquiera pienso en mí, ni pregunto nada que me interesa a mí, ni me preocupo de mí [noto que le incomoda hablar de esto. Le agobia, le sofoca, hiere su sencillez. Ahora se echa a reír, para quitarle aristas al tema]. ¿Qué hago yo? Voy, me pinto, me arreglo, me visto, para no estar fea en los actos oficiales. Y, por instinto, sin guión, hago lo que creo que debo hacer, que casi siempre es muy poco: sencillamente, estar. No pretendo, ¡Dios me libre!, acaparar protagonismo. Yo, en mi sitio. Lo mío es facilitar. Lo mío es ayudar. Lo mío es servir.
-Antes dijo "Reina hasta la muerte-". ¿Ha pensado Vuestra Majestad dónde quiere que la entierren?
-Ah, no, no... ¡Allá ellos! ¡Ése ya no será mi problema! Que hagan conmigo lo que quieran.
-¿No le gusta el panteón de los Borbones?
-No hay sitio ya. Están llenos todos los cajones...
Nos entra mucha risa, porque ha llamado "cajones" a los nichos funerarios.
-¿Piensa en la muerte?
-Muy poco. Nada. Es curioso, ¿no? Quizá no pienso en ella porque sé que no puedo evitarla; y,. además, no me da miedo. Ni cuando voy en un avión, cruzando una tormenta terrible y dando tumbos, se me ocurre tener miedo por si nos matamos. Y no es inconsciencia...
Ante situaciones de peligro, mi reacción es siempre de una gran serenidad. Pero no porque crea que no va a pasar nada, sino porque pienso "Y si pasa, ¿qué?... ¡nada!".
Cuando todavía estaba soltera, tuve un accidente con mi hermano, por carretera. Conducía Tino. Era yendo de Tato¡ al Club Náutico de Atenas, cuando íbamos todas las mañanas temprano a entrenarnos para las olimpiadas. Aquel día, vimos de pronto por la carretera frente a nosotros un camión que se nos venía encima, sin frenos. Era inevitable el encontronazo, aunque Tino intentó desviar nuestro coche a un lado. A medida que veía el camión cada vez más cerca, interiormente me decía: "Ya está...., ya está.... ya está ...".
Pensé que había llegado mi último momento. Es lo único que pensé. La gente dice que ves toda tu vida en un instante. Yo no vi nada. Quizá porque no era mi final. Salimos un poco heridos y magullados, pero nos salvamos, gracias a Dios. Y mi reacción, cuando todo estaba en un ay, fue de serenidad, de mucha paz. Bueno... después sí, el susto, la tiritona y el tembleque. ¡Si no, sería una de corcho!
Otro momento de ésos en los que no sabes qué va a ser de ti, fue el de la Casa de Juntas de Gernika, en febrero de 1981. El Rey y yo fuimos a aquel acto muy sobre aviso y muy alertas: nos dijeron que había algo preparado, algo contra nosotros. Cuando empezaron a cantar con el puño en alto, yo pensaba: "Esto es el comienzo de algo gordo. No sé qué. Pero lo importan F te, lo duro viene después...".
Eran aquellos de Herri Batasuna que cantaban el himno de los gudaris en plan duro, bronco, agresivo... El recinto aquel era pequeño, muy cerrado, y estaba abarrotado de gente. Si ocurría algo allí, la pagábamos todos: hubiese sido una masacre, una tragedia tremenda. Y era fácil que la violencia se disparase, por la altísima tensión.
Acababa de crearse la Ertzaintza. Aún no habían actuado nunca. Pero Garaikoetxea les dio la orden de que ellos mismos echasen a los que alborotaban. Y ésa fue la suerte, porque si llegan a entrar la Guardia Civil o la Policía Nacional, no lo quiero ni pensar, pero habría sido horroroso... Sin embargo, como lo arreglaron entre ellos mismos, ni los unos querían pegar, ni los otros provocar, y se fueron por la puerta todos, como corderitos... ¡Increíble!
Después, cuando pasó un poco de tiempo, yo pensé que incluso fue bueno que sucediera. Sí, hubo un mal momento, pero fue como una vacuna. ¡Y cuántos miedos y recelos se vinieron por tierra! Porque, antes de ese viaje, todo el mundo pensaba "hay un trozo de España adonde los Reyes no pueden ir". Y esa barrera había que romperla.
Además, ¿qué es lo que allí se vio? ¡La libertad! La libertad de los que cantaban y gritaban; y la libertad de los que aplaudían al Rey, que eran muchísimos más. Pero dejaron que los otros, los menos, gritasen y montasen su bronca. ¡Y no pasa nada! Unos estaban en su derecho de aplaudir y otros en el de gritar.
A veces hay gente... ¿timorata?... que quiere protegemos de que alguien grite en contra, o de que nos critique la prensa. Y a mí no me parece bien. Eso hacen las avestruces: esconden la cabeza debajo del ala. Y creen que lo que ellas no ven, no existe. La crítica no es plato de gusto. Pero de vez en cuando viene bien.
A estas alturas, ¡hemos pasado tanto ... ! Como hemos sido príncipes antes que reyes, y con una oposición falangista y una oposición comunista, ya estamos...
-Curados de espanto.
-Curados de espanto, sí. Recuerdo que había una fábrica de coches en crisis. Iba a haber despidos, y los obreros estaban, muy agitados, muy furiosos. Pero nos llevaron. No sé para qué, pero... allí estuvimos, andando a través de una especie de pasillo humano, entre toda aquella gente indignada, que gritaba. Y el Príncipe, mirándolo, dijo: "A ver, que cada uno hable, y diga lo que quiera: yo os escucho". Bueno, era como decirles: "¡Venga, que empiece ya el juego de la libertad! ¡No os calléis! ¡Tenéis derecho a decir lo que pensáis!".
Nuestro último encuentro es ya en otoño.
Parpadea. Sin embargo, yo sé que ella esperaba esta pregunta "de mujer a mujer". '
-¿El amor? - El amor es un sentimiento vivo. Nace, crece, evoluciona, madura, cambia con el paso del tiempo.
Supongo que a todos les pasa lo mismo. El mío, el nuestro, ha evolucionado hacia una amistad. Una fuerte amistad. Yo soy... su compañera. Somos "compañeros de viaje". En este viaje vamos juntos... Y eso no se acaba. Siempre hay amor.
Él sigue teniendo las dos facetas: el chico divertido, guasón, bromista, alegre... y el hombre serio, a ratos melancólico, con un fondo sentimental.
Hemos vivido muchas cosas juntos... Y están los hijos. Nunca estamos solos. Siempre hay gente joven, a nuestro alrededor: los hijos, los sobrinos, los amigos de los hijos, los hijos de los amigos... ¡Se ve que les gusta estar con nosotros! A mí me da la vida tener llena la casa de gente bulliciosa. Es fenomenal: te pone al día, te pide marcha, no te deja parar a envejecer..
-¿Y al Rey?
-Al Rey también le gusta. ¡Le chifla! ¡Cuanto más bollo, mejor! Pero eso no quita para que, de vez en cuando, yo necesite irme un rato a estar sola, a recargar baterías, leyendo, oyendo, música, pensando...
-¿Echa de menos algo?
-Echo de menos el mar. Todos los días del año. Soy del Egeo, soy del Mediterráneo: son el mismo mar. Cuando miro hacia atrás, veo mi vida como una estela entre dos mares. Una estela muy rica, muy viva...
-¿Ha valido la pena?
-¡Ha valido todas las penas! Volvería a vivir lo que he vivido. Volvería a empezar.
-Cuandopasan los años, y el amor se aja, y la rutina pesa, y él y ella se conocen demasiado, ¿cómo se salva la fidelidad?
-Lo que mata el amor es el silencio. No sé qué harán otros matrimonios: nosotros hablamos. Hablar es muy importante. Es clave. Aunque el uno esté de morros y el otro esté antipático, hay que hablar. El silencio, la falta de diálogo, eso es lo que destruye a las parejas.
Nosotros hablamos. Si tenemos que discutir, discutimos. Pero no hay incomunicación, no hay aislamiento. Hablando se entiende uno, se quitan malentendidos, dudas, sombras...
-¿Compañeros de viaje?
-Sí, porque vamos a lo mismo. El Rey y yo tenemos el mismo ambiente, conocemos y tratamos a las mismas personas, acudimos muchísimas veces a los mismos actos, viajamos a los mismos lugares, pero,. sobre todo, tenemos la misma tarea de representar a la Corona. Nos mueven los mismos intereses. Él sabe que cuenta con toda mi leal tad. Y hay una base fuerte: una enorme confianza. De él en mí. Son muchos años, más de 34, embarcados en el mismo viaje.;.
Él es el Monarca, yo no. El manda, yo no. Él toma decisiones de Estado, yo no. Pero la Corona somos los dos. Los dos y nuestros hijos.
Es verdad que no somos nada iguales. No nos gustan las mismas cosas, ni tenemos las mismas aficiones. A él le van la radiotelefonía, las motos, la velocidad... A mí me entusiasman la música y el arte. Yo, cuando puedo, monto a caballo; pero no para saltar, como la infanta Elena, ni para lanzarme al galope tendido: prefiero el trote suave de paseo. Mi marido, en cambio, con lo que disfruta es tripulando un barco, o un avión. Y a mí lo que me gusta es que me lleven: ir sentada en la popa, mirando el mar y el horizonte, y dándome la brisa en la cara... ¡Como una reina!, da, ja, ja! Pero, bueno, la vela y el mar nos gustan a los dos. Y lo practicamos juntos a veces, si podemos.
¿Que no somos nada iguales? ¡Es verdad! ¡Ni parecidos! Cada uno es cada uno.... Él es extravertido. Yo, reservada. Él es un lanzado. Yo soy tímida. Y él se morirá sin saber lo que es la vergüenza, y yo me moriré tímida. El es primario. Yo, secundaria. Él es intuitivo. Yo, lógica, de escaleras: peldaño a peldaño. Él capta las situaciones al vuelo, huele a las personas como si fuera un perro de caza., Y pocas veces se equivoca al prejuzgar. Yo, en cambio, no me atrevo a jugar si no tengo todos los datos. El es rápido. Yo, lenta... Él puede tener un arranque de genio fuerte, terrible, y dar dos gritos.- Yo estoy hecha para aguantar más. Una cosa, una persona, me pueden estar fastidiando... y nadie se dará cuenta. La procesión va por dentro. Tengo los nervios de acero. Total: que no somos eso que dicen de "la otra media naranja"; pero... nos complementamos. Esto es, si quieres, como lo de los idiomas: qué pones tú, qué pongo yo, y al final, entre los dos sumamos 10.
-Y, en ese tándem, ¿qué le da la Reina al Rey?
-Yo, al Rey, como su esposa que soy, como su "compañera de equipo", como su amiga, le doy lealtad. Le doy interés por sus asuntos, que son también asuntos míos. Le doy conversación, poder intercambiar puntos de vista diferentes, comentar un suceso, unas declaraciones de alguien, un debate parlamentario, algo que viene en el periódico... No he intentado jamás interferir en su trabajo, en sus decisiones. Si acaso, nos aconsejamos mutuamente. ¿Qué más le doy?- Le doy mi compañía. Le doy mi tiempo, porque siempre estoy a su disposición. Le doy mi comprensión. Y... le doy mi cariño.
-Cuandono tienen invitado a un presidente de Ucrania, como hoy, ¿comen y cenan por separado, o se las ingenian para coincidir?
-Solemos hacer juntos las dos comidas, y a veces también el desayuno.
-La Reina tiene fama de haber sido una madre estricta y exigente; y el Rey, más comprensivo, más tolerante, ¿eso es así?
-He estado siempre muy encima de la educación de mis hijos, llevándoles yo misma al colegio, hablando, con el profesorado, siguiendo sus estudios... A los padres (al de mis hijos, y a todos) les es muy fácil y muy cómodo abrir la mano, y hacerse los simpáticos. Y a nosotras nos dejan el papel feo de ponernos serias, de decir "a tal hora en casa". Yo he tratado de ser una buena madre: cuando ha habido que reñir, he reñido; cuando ha habido que mimar, he mimado.
Pero sin hacerlos unos consentidos, y sin dar cachetes. ¿Alzar la voz? Pues... no voy a negarlo: algún grito, alguna vez.
-¿Es difícil aconsejar a los hijos sobre con quién se han de casar?
-yo, como madre, quisiera evitar que mis hijos sufrieran, se llevaran desilusiones, tuvieran disgustos, fracasos, chascos, al encontrarse con . que el mundo no es perfecto y las personas fallan... Me gustaría, claro, que ellos no padecieran nada de eso. Pero es una utopía. La vida tienen que disfrutarla y sufrirla ellos por sí mismos: ¡es su vida! Igual que yo he vivido la mía en primera per sona. ¿Casarse con la cabeza? ¿Casarse con el corazón? ¿Y por qué ese dilema? ¡Con la cabeza y con el corazón!
-¿Y si hay un hijo que ... ?
-Si hay un hijo que... se quiere casar con quien no le conviene, con quien no debe ser, haces lo que sea por evitarlo. ¿Consejos? ¡Todos los del mundo! Pero, si no hay manera, si no atienden a razones, ¿qué vas a hacer? Pues acoger a la nuera, o al yerno, en tu familia. Y tratar de ayudarles a que el matrimonio funcione. Las bodas pertenecen a las vidas propias de los hijos. Son ellos los que eligen, son ellos los que deciden... Ahí, ni los padres ni nadie podemos forzar. Si entramos, lo estropeamos.
-Vuestra Majestad llora poco, ¿por educación?, ¿por autocontrol?
-La verdad es que estoy educada, desde niña, para no llorar en público. Pero en privado tampoco soy llorona... No soy llorona ni blandita; pero si hay una emoción inesperada, se me saltan las lágrimas esté donde esté. Y no me preocupo ni poco ni mucho de aguantármelas... No me da ver güenza decir que lloro. Aunque no lloro sólo por una pena, por una muerte, por un disgusto... A veces lo que me emocina es algo bueno, algo de valor, algo muy bonito que no esperaba. Mira, por ejemplo, el otro día habíamos hecho una escapada a Palma, en septiembre. íbamos andando por la calle. En éstas, pasamos por delante de una pandilla de chiquitos. Les oímos murmurar algo, "¡que sí es!", "¡que te digo que no es!". Lo típico. Entonces, uno de ellos, muy pequeño, un mico, viene caminando, como haciéndose el distraído. Se acerca a nosotros [la Reina escenifica el episodio de modo muy plástico: con los dedos índice y corazón de su mano izquierda imita las piernas de alguien que camina. Recorre así el brazo blanco de su sillón. Siempre con esos dos dedos plantados sobre la almohadilla costalera del sillón, evoluciona haciéndome ver al niño de Palma que va y vuelve...]. Llega. Me mira de refilón. Disimula. Se vuelve al grupo de sus amigos. Nosotros seguimos nuestra ruta. Oímos detrás exclamaciones sordas, como no atreviéndose... Entonces, el pe quen , o vuelve a acercársenos otra vez. Pero ahora, al llegar donde nosotros, se para, se planta y me mira, quieto ahí delante. Yo me paro también, para no atropellar lo. Y le veo ahí abajo, diminuto. Me mira como no creyéndoselo. ¡Qué mirada! ¡Qué brillo de ilusión, de candor, de maravilla en esos ojos! -Ese crío estaba como alucinado, viendo en mí no sé qué cosa fantástica... Se me empanaron los ojos. Y te aseguro que nunca, nunca, nunca olvidaré esa mirada: ese niño me hizo... sentirme reina.
-De tantísimas cosas, buenas y malas, que le habrán dicho por la calle, -¿alguna le ha hecho mella?, ¿alguna le produjo una impresión singular?
-Una oye de todo, porque el pueblo español es muy espontáneo, muy expresivo, y no se muerde la lengua. Y a mí eso me parece estupendo. Pero sí, hubo una cosa que me dio... pellizco.
Yo iba de un sitio a otro, en cierta ciudad, con un poco de séquito oficial, agentes de seguridad... De pronto, se abre paso una mujer de la calle, ruda, ordinaria, de aspecto hosco. Parecía que iba a echárseme encima. Los escoltas la paran, pero ella se abalanza sacando el cuerpo por encima de los brazos de los policías. Yo en estos casos me paro. Ella quire decirme algo, y está en su derecho., Cuando ya tenía muy cerca su cara, esperando que soltase un insulto o una queja o lo que ella quisiera, me miró muy seria, y en voz baja, pero con mucha fuerza, silabeando cada palabra, me dijo: "¡Viva la madre que te parió!". Es el mejor piropo que una pueda oír jamás.
-¿Quién es la Reina? ¿Una mujer junto al trono? ¿Una mujer, cerca del Rey? ¿La mano que cuida del trono?
-La mano que cuida del trono tiene que ser, y es, la mano del Rey. ¿Una mujer cerca del Rey? No: la Reina no es una mujer cerca... La Reina es... la mujer que está al lado del Rey.
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