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Clinton y el error de los republicanos

Una semana antes de las elecciones, el país actuaba ya como si las elecciones se hubieran celebrado. El presidente Clinton ha ido en cabeza por un margen tan amplio, y Robert Dole, el contrincante republicano, le ha seguido tan mal el paso que parece haber pocas dudas respecto al resultado. El actual Partido Republicano, no precisamente conocido por ser un dechado de sentimientos humanitarios, clavó con saña su cuchillo en el corazón de Dole abandonando públicamente a su candidato un mes antes de las elecciones. Parece ser que esos "valores familiares" de los que tanto se vanaglorian no se hacen extensivos a la lealtad hacia el partido. El problema al que se enfrentan ahora los republicanos no es la carrera presidencial, sino mantener la mayoría en el Congreso, ganada hace dos años con una victoria histórica.¿Qué es lo que ocurre en Estados Unidos? ¿Por qué el mismo país que votó masivamente a los republicanos hace sólo dos años está hoy tan ansioso por librarse de ellos? Durante las elecciones al Congreso -que tienen lugar cada dos años a diferencia de las elecciones a la presidencia, que se celebran cada cuatro años- el país pensó que estaba votando un cambio. La idea de una bocanada de aire fresco resultaba atractiva, sobre todo si se piensa que los demócratas habían dominado el Congreso prácticamente desde los años treinta. Pero querían un cambio, no una revolución radical de signo derechista.

Los republicanos radicales, encabezados por Newt Gingrich, eran unos novatos. La mayoría no había ocupado antes un cargo oficial. No contaban con el beneficio del consejo de los experimentados republicanos moderados, a los que virtualmente habían expulsado del partido. Y como recién Regados al mundo de la política pensaron que su holgada victoria significaba, como los mil años del Reich de Hitler, que iban a quedarse en Washington para siempre. Los republicanos malinterpretaron totalmente el ánimo de la nación. No se puede organizar una revolución en un país que lo que quiere son políticos centristas y pequeños cambios progresivos, en un país que cree que la revolución sólo es privilegio de George Washington y de nadie más. Tampoco se puede organizar una revolución artificial cuando el país pasa por un raro periodo de escasez de conflictos internos. Cuando, en la jugada política más estúpida jamás vista, bloquearon la acción del Gobierno por primera vez en la historia, los republicanos, aparte de agradar a unos pocos sureños que todavía fantaseaban con la guerra civil, perdieron el país. Irónicamente, quienes más sufrieron por el bloqueo fueron los grandes empresarios, que perdieron increíbles sumas de dinero y se volvieron hacia Clinton, que ha resultado bueno para las empresas.

A finales de los sesenta y los setenta, cuando los demócratas pasaron a estar dominados y divididos por el ala izquierda más radical, que quemaba banderas estadounidenses en protesta por la guerra dé Vietnam, también perdieron popularidad en Estados Unidos y estuvieron a punto de desaparecer como partido. La diferencia entre entonces y ahora es que por aquellos tiempos el país estaba en plena revuelta social provocada por la guerra de Vietnam. El Partido Demócrata no inventó esa revuelta, pero sufrió las consecuencias.

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En estos tiempos, relativamente apacibles aunque de ansiedad, en que los estadounidenses están preocupados por lo básico -la seguridad en el empleo, el alto coste de la educación, la protección de la sanidad y los perniciosos efectos de la economía mundial- el "Contrato con América" de Gingrich y su guerra a Washington se perciben como una aberración. Los republicanos cometieron otros dos grandes errores. La utilización del escándalo, en particular sobre el matrimonio Clinton, como parte principal de su programa político, se volvió contra ellos. La gente comenzó a considerar Washington como un lugar vil, miserable y desagradable, donde había un montón de políticos extraordinariamente mezquinos que actuaban despiadadamente contra pobres, ancianos y jóvenes embarazadas, y cuya principal ocupación se había convertido en la búsqueda del escándalo. Los electores se enteraron de que Clinton se acostaba con otras y de que Hillary era muy lista para todo, incluidos sus asuntos financieros, pero esas cuestiones no eran lo más importante: los estadounidenses estaban hartos de los políticos que hacían de la búsqueda de escándalos su principal ocupación.

El segundo error tonto de los republicanos fue atacar a los inmigrantes ilegales y legales; su idea era negarles la educación y las prestaciones sanitarias e insistir en que se denunciase a los emigrantes ilegales ante el Gobierno. Y ese ataque ha estado más pensado incluso para California, donde la emigración es un asunto de vital importancia y un problema muy real. Ha habido un número récord de emigrantes legales que han adoptado la nacionalidad estadounidense para votar en contra de los republicanos, y muchos cubanos de Miami, republicanos convencidos, están pensando votar hoy a los demócratas. La forma de Clinton de abordar el problema de la inmigración es intentar reforzar las patrullas de las fronteras (prácticamente imposibles de controlar) en lo que respecta a los emigrantes ilegales que entran en el país y seguir sin hacer prácticamente nada respecto a los ilegales que ya están en el país.

La cuestión que sigue sin resolver es la siguiente: ¿será Clinton un presidente fuerte en su segundo mandato? ¿O es simplemente el anti-Gingrich? Los que conocieron a Clinton en sus días de Yale pueden dar fe de que es uno de los presidentes intelectualmente más brillantes de Estados Unidos. A diferencia de Hillary, que quiere que todo el mundo sepa que era la chica más inteligente de la clase, Clinton esconde sus virtudes intelectuales bajo ese aire de "sólo soy un chico de campo". Es brillante en las campañas. Siempre sonríe y no hace ataques personales. En cierto sentido, representa la manera en que a Estados Unidos le gusta verse a sí mismo. Como, según la ley, los presidentes sólo pueden ocupar el poder durante dos períodos, el gran mandato personal que los electores parecen dispuestos a concederle colocará a Clinton en una posición de fuerza. En lo que concierne a la política exterior, el tratamiento a China será la cuestión más delicada. Si, debido al gusto estadounidense por votar a favor de un equilibrio de, poder, los republicanos consiguen mantener el control del Congreso, será sin la arrogancia desenfrenada de su primera victoria. El Partido Republicano está sumido en una confusión que tardará mucho en solucionar. Lo que Gingrich no aprendió cuando devoraba a Mao con el fin de usar las técnicas que el presidente chino aplicaba a los derechistas fueron las enseñanzas de Marx. Cuando unos cuantos chicos intentan, entre bastidores, hacerse con el control de un partido político y de un país, lo que dan es un golpe de Estado, no hacen una revolución. Y un golpe de Estado en Washington sin una situación histórica revolucionaria no es ni remotamente probable.

es escritora y periodista estadounidense.

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