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Picasso, neoimpresionismo, cordero lechal y lentejas

El cubismo de Pablo Picasso no tiene nada que ver, directamente, con El Montico: hotel, restaurante, piscina, padel tenis, dos pistas de squash, tenis, gimnasio... y soledad poblada de pinos y encinas y de verde; y el todo digno de un día cualquiera y de un fin de semana con puente o sin puente, a cuatro kilómetros de Tordesillas y a 22 de Valladolid. Yo conocí personalmente a Picasso, muerto, en su tumba, en la entrada misma de su castillo de Vauvenargues, no lejos de Marsella y a pocos minutos de Aix-en-Provence: me presenté a él con una cierta serenidad el día que colocaron a su vera, para 10 años, el cuerpo inerte de su última esposa, Jacqueline: todo concluido, me impregné de la montaña de Sainte Victoire, cuajada de verde, de pinos, de encinas, de arbustos, de fantasmas del impresionismo y del expresionismo, de imágenes de Monet, del español Beruete... Picasso decía en vida: "He comprado el fantástico castillo de Vauvenargues únicamente para ver de cerca la montaña de Sainte Victoire". Por lo mismo, en alguna medida, cuando descubrí El Montico, hace años, me reencontré con la belleza de los fantasmas de todas las formas del arte de la vida que fantasmagoricé aquel día, brutalmente mío, en Vauvenargues. Y ahora he vuelto a este hotel "de la carretera" y todo parece haber sido restaurado para la eternidad: la sencillez de sus 55 habitaciones tienen algo de monacal para degustar más la modernidad simple: desde cada ventana, la sorpresa es una cierta forma de visión y de imaginación picassianas. El expresionismo y el impresionismo se saborean en su restaurante cuando el cordero lechal de la tierra castellana y todas sus carnes y pescados y postres caseros huelen a la firma de los seis cocineros que ilustra el director gerente Luis Palafox cuando habla y recuerda que el gallo de corral estofado,- de su carta del día, lo crearon los Reyes Católicos y sus homólogos portugueses cuando, en Tordesillas, firmaron el tratado del mismo nombre, dos años después del descubrimiento de América; arte de otro color son las virutillas de jamón escabechadas; y otra forma de crear es el pastel de queso con tofe. Y no hay nada que piar de la bacanal de los vinos de la tierra, Ribera del Duero y de La Rioja. Y no es menos arte ofrecer un menú del lugar por 2.500 pesetas y otro de fin de semana por 3.000 pesetas, "que es la maravilla de El Montico" para su orfebre. Dormir: de 8.000 a 11.000 pesetas, según la época. Y si la clientela abarrota un salón de 500 personas...Madrid otra vez, sin visiones picassianas directas, pero sí expresionista con ribetes del más allá de la realidad: en el 7 de la calle de Zorrilla, detrás del Congreso de los Diputados que creen dirigir España, La Ancha, del matrimonio Reduello, es un modelo de quien sabe hacer, ofrecer y satisfacer. Él en la cocina y ella en una sala impecable elevan a la categoría de estilo, cuando el invierno asoma, un plato de lentejas, seguido de morcillo de guisado, de un helado de yogur y de toda la gama de la cocina de la realidad y de toques de amor que son sorpresa. Una firma de 3.500 pesetas, con el vino que guste, hace el avío de todos los días laborables del año.

Si se ignora que al lado del- metro Quevedo, en el número 14 de la calle de Donoso Cortés, palpita Casi Mundi, hay que subirse al tren del conocimiento: por menos de 2.000 pesetas, si hace el apaño el menú de la casa, y por menos de 3.000 pesetas si a uno le tienta un pescado o un rabo de toro con vino de La Rioja o de Ribera, y más platos y postres suculentos propios del sitio.

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