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Tribuna
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Laietana

MARUJA TORRESEl caso de los okupas barceloneses desalojados el lunes por la policía enfrentó, como se ha dicho, dos derchos constitucionales: el derecho a la vívienda y el derecho a la propiedad. Perdió el derecho que no tiene policía que lo defienda.

La desproporcionada contundencia de la autoridad me recordó tiempos peores, quizá porque el edificio en donde se hallaban los muchahos es un cine, el Princesa, al que yo iba mucho de pequeña, procurando siempre no pasar por maldita: la de la sede de la Dirección General de Seguridad, en Vía Laietana, hoy Pau Clarís, calle donde han ocurrido los hechos. En aquella época, todos los españoles éramos okupas de un país que no nos pertenecía. Y muchos iban a parar a los calabozos de la DGS, como bien sabíamos entonces y hoy no todos hemos olvidado.

Muchas cosas han cambiado, pero ciertas costumbres permanecen, como la de que la policía se emplee a fondo con okupas rebeldes y patéticos desahuciados, pero aún no hemos visto ninguna imagen de un agente sacando por los pelos de su despacho a un especulador inmobiliario.

Entretanto, la nueva generación se encuentra con un mundo que dedica mucha atención a los niños y los abandona en cuanto se convierten en jóvenes que reclaman aquello que les corresponde. Sin empleo, sin vivienda, estos chavales hacen lo que pueden para procurarse una existencia digna en el espacio que se deja.

Gana el beneficio, pierde la ética. Y la represión sustituye a la razón. Es difícil ser joven en cualquier época. Pero aún más difícil, parece, nos resulta recordar la frustración que sentíamos cuando nosotros lo éramos.

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