La pensión de las avestruces
Los españoles, según las averiguaciones de Víctor Pérez Díaz, padecen, ante su futuro como jubilados de a pie, es decir de los de pensión pública, alarmante esquizotimia (tendencia hacia una falta de concordancia entre las ideas y las sensaciones sin llegar a los límites de la locura). Yo lo comprendo, pues la cuestión es complicada: yo mismo llevo dos años escribiendo columnas sobre sistemas de pensiones y ahora empiezo a entender el asunto, aunque no del todo.El profesor Pérez Díaz, en el librito que publicó con José A. Herce sobre La reforma del sistema público de pensiones en España, presenta los resultados de una muy útil encuesta de opinión. Destacaré dos tipos de datos. En abril de 1995, entre quienes se habían formado una idea sobre la posible crisis del sistema de pensiones, un 43% suscribió la opinión de que "parece probable que dentro de veinte años no se puedan garantizar pensiones del nivel de las actuales, salvo que se hagan cambios muy importantes", y a otro 34% le pareció acertado el diagnóstico de que "va a haber dificultades, pero, si se realizan algunos cambios ( ... ) se podrá resolver el problema". Sólo un 34% opinó que "lo que se dice sobre este asunto está bastante exagerado", Como puede Verse en la tal encuesta, los preocupados resultan ser mayoritarios.
Pero, pero..., la bandada de avestruces que somos los españoles sólo nos preocupamos del futuro cuando alguien apunta a los nubarrones: preferimos no mirar demasiado. En efecto, de los 1.213 entrevistados, el 71% declaró estar poco infórmado, o no contestó. No será porque yo no haya escrito sobre pensiones. El déficit previsto del sistema de pensiones de la Seguridad Social, si no se cambia nada y aun suponiendo que nuestra economía mejora un poco, lo calculan los citados Herce y Pérez Díaz en casi un 3% del PIB en el año 2010. Ello parece poco compatible con una gestión ortodoxa de las finanzas públicas. No es esto lo peor. El sistema de reparto, por el que las pensiones de los jubilados de hoy no se pagan con el resultado de su ahorro, sino con las cuotas de los actualmente empleados, tiene efectos reales además de los financieros: es un sistema que multiplica el paro, fomenta la evasión y la economía sumergida, y reduce el ahorro y el crecimiento económico. En efecto, como las pensiones públicas se nutren sobre todo de las cuotas de las empresas y los trabajadores, actúa como un impuesto sobre la demanda y sobre la oferta de mano de obra respectivamente, con lo que disminuye el número de personas empleadas. También y por la falta de conexión entre lo que se contribuye hoy y se percibe después del retiro, supone un incentivo a trabajar a escondidas. Por fin, al no acumularse las cuotas en verdaderas inversiones financieras, se debilita el mercado de valores y disminuyen los fondos prestables para las compañías.
Estas observaciones no son difíciles de entender y por ello el sistema de capitalización o ahorro recibe normalmente la adhesión de quienes son lo suficientemente jóvenes como para acumular un capital suficiente. Pero los mayores a punto de jubilarse se resisten, porque temen que el Estado no pueda completar con fondos procedentes de impuestos lo que ellos tengan tiempo de ahorrar. Es el que llamamos el "problema de la generación perdida", la de quienes pagaron sus cuotas pero temen que, si se pasa a un sistema de capitalización, no haya nadie que se las pague a ellos.
En fin de cuentas, sólo hay un problema en esto de las pensiones, el de la transición del insolvente sistema de reparto, al productivo sistema de ahorro. Hablemos de eso, de cuánto sería el peso para el Estado según la velocidad del cambio y el mayor crecimiento de la economía si con la capitalización aumentara el ahorro. Pero los ministros prefieren taparse los ojos. El 9 de octubre, el presidente del Gobierno, flanqueado por el ministro de Trabajo señor Arenas, que cada vez me recuerda más al ministro Pepe Solís, firmó con los líderes sindicales un acuerdo para no aplicar siquiera las mínimas reformas del Pacto de Toledo.
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