Bach
Contra lo que se dice, Bach no es un músico frío, y lo prueba el considerable número de hijos que tuvo y que su música aún se utiliza para subrayar la majestad de los encuentros de iniciación afectiva como el de hace unos días entre Helmut Kohl y José María Aznar. Al día siguiente, nada ni nadie le había quitado la cara de satisfacción al jefe del Gobierno español, y en su comedido entusiasmo, si bien no llegaba a proclamar como la poetisa "¡mis manos florecen!", sí contaba a todo el que quisiera oírle que con Kohl había hablado de filosofia y de música, de Max Scheler quizá, el filósofo del amor, mientras Bach envolvía de enjundia las palabras más coloquiales.Hubo buena química, informó Aznar con los ojos risueños, y también buena física, añadió creando un vacío de significación que pocos han sabido llenar. ¿Qué quiso decir exactamente? No están tan lejos la física y la química, y una vez que los efluvios químicos envolvieron a los dos personajes, qué sé yo, un roce, una mano perdida que encuentra a la otra en el centro, siempre en el centro de los deseos centrados, y tras el primer contacto físico, fugaz, las manos huyen, pero saben que algo han creado encontrándose, la premonición de una afinidad, un calor compartido, una patria a veces, mientras los ojos buscan la ratificación del contacto, es decir, del prodigio de la materialidad del otro.
Pocas veces se necesitan palabras después de tanta plenitud físico-química; pero, de producirse, seguro que fueron balbuceos cargados de ansiedad serena:
-Helmut, yo quería...
-No, no es necesario que hables.
-Helmut, hermosa sombra la de las acacias..
-José María, quizá en otro momento...
-No sigas, cortemos las rosas de la tarde.
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