_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bach

Contra lo que se dice, Bach no es un músico frío, y lo prueba el considerable número de hijos que tuvo y que su música aún se utiliza para subrayar la majestad de los encuentros de iniciación afectiva como el de hace unos días entre Helmut Kohl y José María Aznar. Al día siguiente, nada ni nadie le había quitado la cara de satisfacción al jefe del Gobierno español, y en su comedido entusiasmo, si bien no llegaba a proclamar como la poetisa "¡mis manos florecen!", sí contaba a todo el que quisiera oírle que con Kohl había hablado de filosofia y de música, de Max Scheler quizá, el filósofo del amor, mientras Bach envolvía de enjundia las palabras más coloquiales.Hubo buena química, informó Aznar con los ojos risueños, y también buena física, añadió creando un vacío de significación que pocos han sabido llenar. ¿Qué quiso decir exactamente? No están tan lejos la física y la química, y una vez que los efluvios químicos envolvieron a los dos personajes, qué sé yo, un roce, una mano perdida que encuentra a la otra en el centro, siempre en el centro de los deseos centrados, y tras el primer contacto físico, fugaz, las manos huyen, pero saben que algo han creado encontrándose, la premonición de una afinidad, un calor compartido, una patria a veces, mientras los ojos buscan la ratificación del contacto, es decir, del prodigio de la materialidad del otro.

Pocas veces se necesitan palabras después de tanta plenitud físico-química; pero, de producirse, seguro que fueron balbuceos cargados de ansiedad serena:

-Helmut, yo quería...

-No, no es necesario que hables.

-Helmut, hermosa sombra la de las acacias..

-José María, quizá en otro momento...

-No sigas, cortemos las rosas de la tarde.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_