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ELECCIONES EE UU 1996

Bill Cliton recorre Estados Unidos entre signos de amor y odio

Antonio Caño

Fue un día tan largo como otro en la vida del presidente de EE UU, pero un poco más amargo. Bill Clinton terminaba el jueves su carrera por la playa de San Diego y regresaba acalorado hacia su hotel, cuando una mujer que le esperaba desde hacía horas se lanzó a gritarle lo que, un día antes, Bob Dole seguramente tenía en la cabeza pero no se había atrevido a decir: "Es usted una desgracia para la presidencia, para su sexo y para esta nación. Es usted un cobarde que huyó de la guerra, un barrigudo y un mentiroso. Presume usted de ser un feminista, y todo lo que ha hecho ha sido acosar a las mujeres".

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Clinton trató de ignorar los insultos. Pero Valerie Parker, de 32 años, volvió a la carga: "Es usted un idiota y un acosador de mujeres. ¿Cómo puede usted dormir por las noches? ¿Por qué puede usted enviar a su hija a un colegio privado y yo no? ¿No le da a usted pena de Dole, que es un pobre inválido? ¡Mentiroso gordinflón!".Valerie trató de conseguir el respaldo de otras personas que miraban al presidente. Pero no lo consiguió. "Nosotros le queremos", dijo Renatte Adler. "Siga haciendo tan buen trabajo, señor presidente. Le queremos", le gritaron los demás, mientras Valerie se retiraba del lugar.

Mark Skousen había sido testigo de la escena al lado del presidente. Skousen había visto salir esa mañana del hotel a Clinton rodeado de sus guardaespaldas y le preguntó si podía correr junto a él. El presidente lo invitó a la sesión de ejercicio, durante la que ambos conversaron de política, de deporte y de los apuros de cualquier familia para salir adelante. Mark no tenía previsto votar por Clinton antes de la conversación. Tampoco después. Pero quedó muy impresionado de la sencillez del presidente,. de su buena forma física y de la serenidad con que reaccionó a los insultos de Parker.

No es que cosas así ocurran frecuentemente en esta campaña electoral, pero desde que apareció en la escena política nacional -incluso antes, durante su etapa de gobernador de Arkansas-, Bill Clinton ha sido siempre un personaje que despierta amores y odios extremos. Para una tercera parte del país, es un líder preocupado y cálido como no se ha conocido en décadas. Para otra tercera parte, es un izquierdista seguido de todos los calificativos con que le obsequiaron en San Diego. Para el resto, es un presidente que lo ha hecho bien en sus primeros cuatro años, pero en quien no se puede confiar del todo.

Pese a que goza de enormes posibilidades de conseguir la reelección, todavía no ha sido capaz de superar la barrera del 50% en la mayoría de las encuestas cuando se pregunta a los entrevistados sobre la integridad y la confianza que les inspira el presidente.Bob Dole trató de sacar partido de esa realidad mencionando algunos de los escándalos de los que Clinton fue protagonista en el último debate entre ambos. Pero la estrategia no ha funcionado, principalmente por una razón: los amigos y los enemigos del presidente están ya claramente situados en sus bandos respectivos, y es muy díficil que esuchen algo nuevo que les haga cambiar de opinión. Sobre todo, porque los amigos de Clinton lo son tan apasionadamente como sus enemigos, y con cada acusación que oyen Contra él, parecen quererlo más aún.

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Aplausos

Eso fue evidente cuando pocas horas después Clinton fue aplaudido con entusiasmo en Santa Ana, en el corazón dé Orange County, considerado hasta hace poco el condado más republicano de EE UU. Orange County ha sido desde hace años un área de emprendedoras clases medias y altas donde la principal ideología era la del progreso, y el mayor enemigo, los impuestos. Ronald Reagan convirtió esa región, a unos cincuenta kilómetros de Los Ángeles, en el centro de su revolución conservadora. Pero Orange County cambió con la crisis económica de finales de los 80 y la ola de inmigración. La plaza en la que habló Clinton estaba repleta de latinos, y los anglosajones presentes se mostraban más preocupados por sus empleos que por los problemas de carácter atribuidos a Clinton.Todos ellos se veían en apasionada sintonía con el presidente, unos porque creen en él como única garantía de conservar las escuelas públicas y los hospitales para sus hijos, otros porque le están agradecidos por la mejora económica experimentada en los últimos cuatro años, y todos porque confían en que Clinton cumplirá con su promesa de acabar con el déficit sin recurrir a mayores cargas fiscales.Cuando Clinton preguntó: "¿Están ustedes mejor hoy que en 1992?", todos contestaron con un rotundo sí. En la salida del mitin, sendos grupos de activistas volvían, sin embargo, a poner en la campana una carga emocional infrecuente en la política norteamericana. Unos vendían camisetas con el letrero "Susan McDougal, presa política", en alusión a la socia de Clinton en Whitewater que fue encarcelada hace pocos meses por el juez que investiga ese escándalo. Otros activistas de signo opuesto ven dían otras camisetas con otra le yenda polémica: "¿Quién mató a Vicent Foster?", nombre del funcionario de la Casa Blanca, supuesto poseedor de los secretos de Whitewater, que se quitó la vida en Washington en 1993. Clinton terminó la jornada en territorio favorable, en los Estudios Universal de Los Ángeles. La industria cinematográfica está volcada del lado del presidente, que esa noche voló rumbo a la Casa Blanca.

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