Dos almas gemelas
Es una muy buena noticia para los hombres y mujeres de paz. Y aún lo es más para el pueblo de Timor. Después de tantos años de lucha, significa el reconocimiento público e internacional de la justicia de su causa, "basada en el derecho de los pueblos a la autodeterminación", según el presidente del comité que otorga los Nobel, Francis Sejersted. No sabemos si políticamente servirá de mucho a corto plazo, pero significa una fuerte inyección de moral para los que llevan más de veinte años dejándose la vida en la lucha.Es una muy buena noticia. Y lo es para nosotros, asociaciones que apoyamos la justa causa del pueblo saharaui, tan parecida, aunque sólo sea por la alegría que da ver cómo un compañero en el sufrimiento y la esperanza alcanza un éxito de tamaño calibre.
Los procesos son tan semejantes que hasta casi coinciden las fechas. Sólo que los timorenses no han abandonado el territorio patrio (las denuncias de Amnistía Intemacional sobre la tortura y la represión son abrumadoras). Los saharauis que no lo hicieron en su día -abandonar el territorio- pueden contar historias terribles, y los que lo hicieron, también.
Coinciden hasta en el perfil de sus tiranos. Ambos desprecian a la comunidad internacional, desprecian los derechos de los pueblos, desprecian los derechos humanos, desprecian el más elemental sentido común, y todo ello con el silencio cómplice de los de siempre. Claro, que es porque en el Sáhara occidental no hay melones, y por lo visto en Timor tampoco. Por supuesto, petróleo ni en sueños, y parece condición indispensable para que una causa sea justa.
Por eso nos alegramos de corazón por el pueblo de Timor, y creemos que ese mismo premio se les podía haber concedido a... ¿los dirigentes saharauis que luchan a brazo partido en todos los foros habidos y por haber para hacerse oír? O a los hombres que, con la mirada quemada, vigilan el horizonte. ¿Se lo damos a las mujeres que llevan más de veinte años, 21 para ser exactos, manteniendo la vida y la moral de todo un pueblo bajo un sol y un viento achicharrantes? O a los niños que intentan crecer sin que el odio y el resentimiento les sequen las entrañas.
Todos ellos son merecedores de un Premio Nobel de la Paz, es más, todos ellos son merecedores, si lo hubiera, de un Premio Nobel de la Paciencia, de la Esperanza, de la Ingenuidad por creer... No sé, ¡son tantos los que se han ganado ya!-
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