Las víctimas
Hubo una época en que la reacción social ante el delincuente era terrible: ley del talión, apedreamiento, manos cortadas, escasas o nulas garantías procesales, ejecuciones frecuentes; esa época es la presente, según los territorios, y no hay que ir a algo tan macabro pintoresco como la ley de los talibanes; sin alejarse mucho de esa zona geográfica, existen ejemplos notorios de brutalidad feroz en el ejercicio de la represión, en las penas. Y me refiero sólo a lo que, en cada lugar, es legal, en su sentido más laxo.No sólo la nueva sensibilidad nacida de la Ilustración ha hecho cambiar las cosas, es decir, las penas y su sentido, en orden a la consecución de la integración social de los delincuentes, ese objetivo y empeño que luce en las leyes, y nos satisface en nuestra suficiencia de sujetos humanitarios que tenemos unas leyes tan encomiables, aunque no está luego tan bien servido en la práctica, porque la reinserción, al fin, cuesta dinero, y la práctica es a veces chapucera por escasez de medios. La moderna "generosidad" con el delincuente es también cuestión de poder, de eficacia social; los regímenes más duros suelen corresponder a organizaciones políticas más débiles, incapaces de mantener el orden sino a fuerza de escarmiento "ejemplar".
Pero en lo que se refiere a las víctimas hemos avanzado mucho menos; casi nada. Desde el punto de vista de la sensibilidad social, el delincuente goza de mucha más atención que la víctima; salvo ésa de pobres niños, pobres padres, pobre fulano o mengano, y al cabo de poco tiempo ya casi nadie se acuerda. En los tiempos antiguos, a la víctima, o sus allegados, se les daba el placer de la venganza, o formas sustitutivas de la misma; ahora los mecanismos de venganza legal están muy mitigados; aunque la venganza da una satisfacción psicológica, pero no remedia el dolor causado.La víctima es quien ha recibido un mal que no ha merecido; hay males irreversibles, como la muerte, o la incapacidad más o menos grave, o ciertas distorsiones mentales, o el dolor, pasajero y, sobre todo, permanente. Y es que el delincuente regenerado no por ello deja de haber producido el dolor, el mal, a una o varias personas, y con frecuencia irreparable. El delincuente es, casi siempre, un victimario. El dinero robado se puede restituir, pero ¿quién puede compensar no ya la muerte, sino al hijo la carencia del padre y al padre la del hijo?, ¿quién puede compensar la mutilación?, ¿quién puede compensar la humillación de una violación?
Lo cierto es que, en el mejor de los casos, a la víctima se le dan unas monedas, generalmente escasas, y suerte para ella si su delincuente es solvente, lo que no suele ser la regla, pero, una vez recibida la compensación, la víctima lo mejor que puede hacer es callarse, ocultarse, no aguar la fiesta, social humanitaria que celebra nuestra bondad colectiva.
Algún idiota pensará que estoy abogando por mano más dura en las penas y en los modos; pues no, no creo mucho en las penas, que casi siempre me parecen excesivas, ni en la criminalización de las conductas. Pero el sentido humanitario quiza pueda extenderse, y con la misma bondad que a los delincuentes, a las víctimas, que, como seres humanos, no deben ser atendidas menos que los delincuentes.
Quizá-algún día, los tratados de derecho penal y política penal y penintenciaria puedan dedicar algunas atenciones a las víctimas, que con. frecuencia se ven con el recelo de quien contempla a un avieso buscador de compensaciones abusivas. El derecho penal se llama también derecho criminal y se debería poder llamar derecho victimal. Hay derechos de los ciudadanos; afortunadamente, hay derechos de los delincuentes, presos o no; también tendríamos que exaltar y velar por el cuidado de los derechos de las víctimas.
Y al contemplarlos, quizá no se pueda olvidar que el delincuente que ya purgó, y se reinsertó, y vive felizmente entre nosotros, estará por siempre vinculado a su víctima, es el causante de su deterioro, de su dolor, de su aniquilación, y esto no lo quita ninguna reinserción; de alguna manera habría que hacer eficaz esa vinculación del causante del mal a la víctima; la sociedad se satisface y alegra con la reinserción del delincuente; pero la víctima?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.