Lágrimas de gimnasta
MARÍA PARDO había ganado un total de nueve medallas en los más recientes campeonatos europeos y mundiales de gimnasia cuando decidió retirarse de la competición: en mayo, a sus 17 años, cuando faltaban dos meses para los Juegos Olímpicos de Atlanta, en los que el equipo español de su especialidad ganaría la medalla de oro. Es lógico que sintiera pena por no haber compartido esa gloria olímpica, la culminación de la carrera de cualquier atleta. ¿Culminación a los 17 años? Hay algo de locura en esta pasión por el récord que conduce a la esclavización de niños y adolescentes sobre cuyas espaldas se hace descansar el honor (deportivo) nacional. El diario de María Pardo, del que ayer reproducía EL PAÍS algunos fragmentos, ilustra con sencillez conmovedora esa locura de la que fue víctima.Se condena el uso de estimulantes, considerados un método artificial y dañino para la salud de aumentar el rendimiento físico. Sin embargo, es dificil imaginar un método más artificial y más perjudicial para la salud que esas prácticas inhumanas de entrenamiento intensivo, dietas y control de la intimidad que soportan las gimnastas. Con el agravante de la edad. Las gimnastas son cada vez más jóvenes y más delgadas; se busca prolongar la flexibilidad infantil, retrasando su desarrollo fisiológico (y hasta emotivo, a juzgar por algunos detalles revelados por María Pardo).
El Consejo de Europa ha alertado sobre los daños físicos y psíquicos que para los menores puede implicar su participación en competiciones deportivas de alto nivel. Entre sus recomendaciones figura la de fijar una edad mínima para la inscripción en la alta competición, establecer una normativa que preserve a los menores de entrenamientos intensivos y mejorar la capacitación de' los entrenadores que tengan que preparar a menores. Nada de esto se cumple, a juzgar por el estremecedor relato que conocimos ayer. Muchos compatriotas hicieron suyas el 4 de agosto las lágrimas de las gimnastas españolas tras su victoria. Ahora sabemos que no sólo eran de alegría. Su llanto era también el de unas niñas despóticamente adiestradas para el triunfo.
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