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Aznar, intransferible

También para José María Aznar la llegada a la presidencia del Gobierno ha sido el ingreso en un páramo solitario. Aunque su residencia oficial sea un jardín habitado, quien se instala en La Moncloa se ve enseguida aislado por las estrictas medidas de los servicios de seguridad, bombardeado por las informaciones y los cotilleos de los servicios de inteligencia, sometido a la implacable mecánica de los compromisos internacionales, zarandeado por pretensiones e intereses puede que legítimos, pero siempre contrapuestos, perturbado por los conflictos de ordinaria administración en el seno del propio partido, obligado a optar sin demora entre inconvenientes inevitables y, en definitiva, erigido en última instancia decisoria sin posibilidad de transferir, de compartir, de consultar o de confiarse con nadie.Ni los ministros, ni los vicepresidentes, ni los íntimos de otras ocasiones, ni los leales de otras batallas, ni los compañeros de la cancha de pádel, ni siquiera el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Rodríguez, pueden ahora servir de confidentes. Llega un momento en que la conversación sólo tiene sentido con quienes antes se sentaron en ese mismo sillón. Pero en el caso de Aznar las diferencias personales excluyen como interlocutor a su predecesor, Felipe González, y las circunstancias generacionales le alejan de Adolfo Suárez y de Leopoldo Calvo Sotelo. Son las conocidas leyes del poder. Así las refiere, por ejemplo, el general Alexander M. Haig -aquel consejero de Seguridad y después secretario de Estado tan certero al rehusar pronunciarse sobre la intentona de Tejero el 23-F por tratarse de un asunto interno-, en el capítulo tercero de- sus memorias, Caveat, donde bajo el título "No one has a monopoly on virtue" refiere lo sucedido la noche en que Richard Nixon renunció a la presidencia de Estados Unidos.

Explica Haig que, concluido el mensaje pronunciado ante las cámaras de televisión, apagados los focos en el Lincoln Sitting Room, Nixon abrazó a su esposa, besó a sus hijas y comenzó a hablar acerca de sus predecesores y de los momentos de duda y angustia que habían atravesado. Según Haig, nada dijo Nixon de su propia tragedia ni formuló recriminación alguna y permaneció después solo toda la noche sentado junto a la chimenea consultando los libros dememorias de presidentes en los que había introducido algunas tarjetas de papel para señalar las páginas donde había encontrado los pasajes, a sujuicio, más interesantes. Esto le permite concluir a Haig que, en su última noche en la Casa Blanca, Nixon "había estado buscando solaz entre los únicos hombres que podían verdaderamente saber lo que él sentía, sus parientes en la historia, los otros presidentes".

De ahí también el alivio que sienten los presidentes del Gobierno cada vez que se encuentran con los colegas de otros países y pueden aplicarse a las grandes proyecciones a escala planetaria a propósito de la Unión Europea, de la Comunidad Iberoamericana o del Sureste Asiático, pero, en todo caso, lejos de los hermanos Perote y de quienes les brindan y administran toda la capacidad de percusión periodística, conforme a las necesidades que va requiriendo la enrevesada partitura procesal de Mario Conde, ese benefactor desinteresado que apenas trasvasó algunos cientos de miles de millones de la caja del Banco a su estimada cuenta y en que se ceba ahora la ingratitud de quienes tanto le deben.

Así las cosas, comprobadas las modernidades del riego por aspersión y aniquiladas las esperanzas del proverbio según el cual después de llover escampa, tal vez se imponga atender a un buen amigo mío que proponía el pasado sábado, en La Vanguardia, un paso al frente de todos los usuarios de crema Nivea y de colonia Eternity. La lista, junto a todos los documentos y cintas, debería publicarse inmediatamente en un monográfico de tantas páginas como sea necesario, que se entregaría con el ejemplar del periódico del día. Sólo después el presidente Aznar podrá dedicarse a esa apretadísima agenda internacional que empieza hoy mismo con la visita al canciller Kohl en Bonn y registra el lunes un encuentro en Madrid con su colega belga Jean-Luc Dehane, invitado a pronunciar la VII Lección Conmemorativa Carlos de Amberes.

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