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Olano se asfixia en Lugano

Zülle ganó el Mundial de contrarreloj y el guipuzcoano quedó octavo, tras Domínguez

Carlos Arribas

El ciclismo español, acomodado en la cultura del éxito los últimos años, obtuvo ayer otra muestra de lo que es correr sin Induráin. Y el suizo también. Igual que en la Vuelta. Alex Zülle ganó el Mundial contrarreloj, disputado en su tierra, Suiza. Tony Rominger quedó tercero, a dos segundos del segundo, el inglés Chris Boardinan, y el mejor español -no Abraham Olano, sino Juan Carlos Domínguez- quedó séptimo. Delante de ellos, dos italianos normales -Nardello y Peron- y un especialista alemán -Peschel-. Duro regreso a la normalidad, a los tiempos en que esos puestos eran buena noticia. Lo excepcional empieza a ser los años en los que la presencia de Induráin en cualquier cita importante era el invariable prólogo de un éxito. El hombre que siempre aparecía imbatible el día D a la hora H, medita sobre su retirada. Los candidatos a heredero empiezan a enterarse de la imposible facilidad de los triunfos del navarro, el último de los ciclistas a la antigua. Y Olano. se asfixió con la carga.El guipuzcoano siempre ha reclamado su propia identidad. Fuera las comparaciones. "Me llamo Olano y no soy Induráin. Soy Olano", dice siempre. Tiene razón. Olano es uno, más de los buenos hombres del momento. Uno más de la actual raza de ciclistas que, forzados por la aguda competencia, necesitan más tiempo para preparar un objetivo que para conseguirlo. Con ellos se peleó ayer y todos le batieron.

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Olano, un gran contrarrelojista -segundo en el Mundial del 95, segundo en los Juegos de Atlanta, tras Induráin las dos veces-, acudió a Lugano forzado por el patrón del Mapei, Giorgio Squinzi. En juego estaba su futuro, la libertad para poder fichar por el Banesto. Olano se sacrificó pensando que su magnífica clase le valdría para cubrir el expediente con dignidad. Fue incapaz. Cuando cuatro o cinco favoritos se mueven normalmente en una contrarreloj de 40 kilómetros en un abanico de un minuto, la diferencia entre el éxito arrasador y el fracaso absoluto es cuestión de cualquier mínimo detalle. Y Olano, que llevaba dos meses sin competir en serio, arrastraba toneladas en su contra en comparación con los nombres que habían corrido la Vuelta -Zülle, Rominger, Nardello, Peron, Domínguez- y con aquellos especialistas entre especialistas que llevaban meses pensando en la cita del 10 de octubre -Boardman y Peschel- Con todos- los que le superaron ayer. Domínguez logró el puesto lógico: por detrás de todos los que le superaron en la Vuelta y por delante de los mal preparados o desconocidos.

Llovió a cántaros y ganó Zülle. Lo que hace sólo unos meses parecía imposible. Pero el suizo astigmático no es el mismo. La Vuelta fue su definitiva prueba de madurez. 10 días después, sigue corriendo sin cadena, sin miedo y sin caerse. Fue Zülle el más rápido en los dos descensos, fue el que más arriesgó, rozando los 60 kilómetros por hora. También lo fue en, las dos subidas, el único que pasó de 43 por hora en ambas. Fue el único que superó los 50 por hora en la media general. Fue la contrarreloj perfecta, los 48 minutos 13 segundos soñados. Los 39 segundos que le sacó a Boardman, los 41 a Rominger, fueron la diferencia entre lo sublime y lo casi perfecto.

Chris Boardman, el hombre que dejó la hora en 56,374 kilómetros, contaba con paliar en los descensos y en el llano sus limitaciones en las subidas. La lluvia frustró sus planes. Pero también le frustraron Zülle y el miedo a Rominger. El primero no desfalleció y al suizo viejo sé le hizo corta la distancia. Boardman jugó conservador para mantener la plata. en vez de arriesgar por el oro, y Rominger se quedó a dos segundos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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