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Un acuerdo con los sindicatos despeja el camino de Blair en el congreso laborista

Todo bajo control. Reuniones de última hora celebradas el domingo por la noche entre el portavoz de Economía del partido, Gordon Brown, y miembros de las organizaciones sindicales han despejado de obstáculos el camino de los modernizadores en el congreso del Partido Laborista que se inauguró ayer en Blackpool.

El acuerdo significa, entre otras cosas, que el enojoso debate sobre las pensiones planteado por la ex viceministra laborista Bárbara Castle quedará en mero fuego de artificio verbal, al haberse consensuado que sea el comité ejecutivo del partido el que estudie el tema una vez ganadas las próximas elecciones.

El gran objetivo, llegar al número 10 de Downing Street, amenaza con tragarse todos los demás, y ya se ha cobrado víctimas menores en Blackpool, la ciudad de vacaciones creada hace casi un siglo para servir de solaz a la clase obrera del norte de Inglaterra.

La baronesa Castle, por ejemplo, una elegante octogenaria calificada por algunos periódicos como "La Pasionaria de las pensiones", tendrá que conformarse con los aplausos cuando proponga el miércoles que el futuro gobierno laborista mantenga su compromiso electoral, enunciado en 1992, de reinstaurar el viejo sistema de pensiones basado en los salarios que eliminaron los tories en 1980.

El rumbo directo hacia el poder del Partido Laborista va dejando en la cuneta viejos valores y compromisos, por más que ayer, en la primera intervención importante del congreso, Gordon Brown se postulara como el mayor defensor de los ideales obreristas, después de haber enunciado los principios de la futura política económica de un gobierno laborista, caracterizados por la máxima austeridad en el gasto público que, prometió, será controlado con mano de hierro.

No al abandono de ideales

Estos duros objetivos no se plantean, según Brown, con la intención de "abandonar nuestros ideales, sino con el propósito de alcanzarlos". De aspecto pesado y taciturno, Brown, soltero, nacido hace 45 años en Fife (Escocia), no es el orador más brillante de su partido, pero es el hombre de confianza de Tony Blair en el llamado gabinete en la sombra. Ambos comparten los mismos ideales y la misma visión del nuevo laborismo, definido por Blair como de "centro radical".Brown amenazó con grandes frases a los capitalistas, y advirtió que su partido seguirá adelante con su iniciativa de financiar sectores de la enseñanza con un impuesto especial sobre los beneficios generados por los antiguos servicios públicos (agua o electricidad), privatizados en la era Thatcher.

El portavoz de Economía y Hacienda arrancó los aplausos de rigor de la audiencia de más de 1.200 delegados que llenaban el salón de sesiones del congreso, instalado en el edificio conocido como Winter Gardens, este año decorado de rojo vivo sin mayores complejos. Los buenos oficios entre bastidores desarrollados por el que será número dos en un futuro gobierno Blair permitieron al partido afrontar con tranquilidad un descafeinado debate y posterior votación sobre los derechos de los trabajadores y el salario mínimo.

En el caso de este último tema se evitó causar molestias a Tony Blair con exigencias innecesarias de que el partido se pronuncie sobre una cantidad concreta.

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