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Prostíbulos caninos

Juan José Millás

Eldinero tiene unos circuitos fijos, igual que el gas o el agua. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos no hace otra cosa que fluir por el interior de conductos inmateriales, aunque tan rígidos -como las cañerías de cobre. Muchas veces pienso_ que si fuera capaz de hacer un agujero pequeño en uno de esos tubos, podría vivir del goteo que produjera. En cierto modo es lo que hacen los bancos y los supermercados, y ahora el PP, con las tasas polivalentes: perforar el sistema, colocar cánulas en los orificios resultantes y desviar hacia sus bolsillos el sueldo de uno. Con la cantidad de pasta que circula por Madrid, bastaría un poro para forrarse. Pero hay que hacerlo y se sirve o no se sirve.Yo, particularmente, tengo un temperamento muy inquieto: siempre estoy inventando herramientas con las que dejar el sistema hecho un colador, pero me faltan medios materiales para llevar las ideas a la práctica. Ahora se me ha ocurrido un negocio que en Madrid y Nueva York sería un éxito seguro, aunque podemos empezar aquí y, luego más adelante, desplazarnos a América, o bien conceder una franquicia a gente emprendedora de aquel país con conocimientos de inglés. Personalmente, soy más partidario de las franquicias por las dificultades que conlleva instalarse en lugares cuya legislación laboral está sin traducir. En cualquier caso, eso habrá que decidirlo cuando llegue el momento.

El negocio, en pocas palabras, consistiría en montar un prostíbulo para perros y perras, de manera que estos animales tuvieran donde desahogar sus naturales instintos sexuales sin necesidad de cederles una pierna mientras leemos el periódico ni preocuparse por los embarazos no deseados. Después de todo, la mayoría de la gente tiene perros sin pedigrí a los que es prácticamente imposible encontrar pareja.

Esto quedaría automáticamente resuelto con un prostíbulo animal, que evitaría la crueldad de castrarlos, a lo que se ve abocada tanta gente que no encuentra otro modo de darles una satisfacción. La verdad es que ya he realizado un pequeño estudio de mercado entre quienes pasean a su perro a la misma hora que yo el mío, y en principio todos estarían dispuestos a pagar entre 1.000 y 5.000 pesetas por acto venéreo, o por polvo, para decirlo de una manera coloquial. Todo dependería del ambiente y de la pareja. Las perversiones, a las que como es sabido son muy dados los caniches y los perros de tamaño pequeño en general, tendrían naturalmente un suplemento: lo que se sale de la norma siempre se cobra aparte. La idea es genial, eso no lo discute nadie, pero, claro, la iniciativa requeriría una inversión. Es cierto que podríamos empezar en un apartamento pequeño, decorado con motivos caninos y cortinas de color púrpura, aunque para qué nos vamos a engañar: un apartamento dista mucho de ser el sitio ideal para esta clase de establecimiento revolucionarlo. Lo ideal sería una pequeña finca en las afueras, donde los dueños pudieran tomarse una copa mientras sus animales se desahogan. El servicio de bar constituiría un agujerito más en los conductos del sistema: un ingreso suplementario, igual que la máquina de tabaco o el teléfono de monedas que no devuelve el cambio. Además, si la finca fuera lo suficientemente grande, se podría acotar una zona como cementerio de animales. Esto, que si nos ponemos a pensarlo se trata de una propuesta mucho más absurda que la mía, ha triunfado ya en todo el mundo civilizado. Y es normal, la gente tiene sus sentimientos y los sentimientos, en un sistema liberal, producen dinero contante y sonante. El que no se forra es porque no quiere, o porque no encuentra un socio capitalista, que es lo que me pasa a mí.

Puedo certificar que la mezcla entre cementerio y prostíbulo todavía no se le ha ocurrido a nadie. Seguro que muchos caniches y perros-ratas, con las perversiones que han aprendido de sus dueños, prefieren hacerlo junto a la tumba de un loro, o de un pastor alemán. Pero eso cuesta un dinero, o sea, otro agujero en la tubería. Un negocio sin riesgos, ya digo, sobre todo con una legislación laboral que favorece más el parto de perros que el de niños. Instinto comercial me sobra, pero me falta liquidez.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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