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El poder bajo sospecha

Recién estrenado el poder socialista, en torno a 1984, hubo un cierto debate en España sobre si el poder estaba o no bajo sospecha. Fue opinión dominante que la sospecha era un recelo heredado de los tiempos de la dictadura y que sólo la nostalgia del maximalismo crítico podía perpetuar el estado de sospecha y cubrir bajo tan oprobioso manto el que hacer del inocente ramillete compuesto por los señores González, Guerra, Serra, Boyer, Barrionuevo, Corcuera, Solchaga y compañía, sangre de nuestra sangre, espíritus alimentados con la cultura de la Ética de la Resistencia y, por lo tanto, merecedores del beneficio de la confianza. Cuantos, muy pocos, argumentamos sobre su condición de realquilados en el gran caserón del Estado, realquilados con relativo derecho a cocina, a cambiar la naturaleza de los visillos y poca cosa más fuimos calificados de nostálgicos del contra Franco vivíamos mejor e irrecuperables para la normalidad democrática.Me parece oportuno recordar aquella breve justa, ganada por cinco a cero por los espíritus alegres y confiados, constructivos, sin duda, a la hora de situarnos ante el nuevo poder que cumple la pauta del aforismo latino discipulus est prioris posterior dies, traducible por el mañana es discípulo del ayer. En cierto sentido el nuevo poder tiene raíces muy propias, y el señor Álvarez Cascos, la noche de la victoria electoral del 3 de marzo, declaró que había estado esperando aquel momento desde hacía veinte años, es decir, desde 1976. De Arias Navarro a Aznar, el señor Álvarez Cascos había vivido como un exiliado interior, sin sentirse representado por los sucesivos Gobiernos democráticos, hasta que la entrada. del PP en el caserón del Estado le sabía a retorno a la normalidad, al hogar, con el Nescafé humeante incluido. No me baso en las nostalgias del señor Álvarez Cascos para replantear la cuestión de la sospecha, pero aporto su desliz o su sinceridad como una prueba menor. El Gobierno de Aznar ha necesitado cien días para demostrar que es más de lo mismo, pero con la inseguridad que le da el compartir el realquiler del Estado con aliados mal concertados y en algunos aspectos lastrados por las contradicciones internas. Por ejemplo, el señor Arzallus está que trina por las disposiciones del Gobierno sobre el caso GAL y los secretos de Estado, pero seguirá respaldando al Gobierno cuando se voten los Presupuestos, porque una cosa es quedar bien con la parroquia abertzale y otra propiciar la estrategia economicista que mueve al PP, PNV y CiU. Lasa y Zabala, Galindo e Intxaurrondo, los secretos de alcantarilla del Cesid serán metabolizados por la Alianza Impía y la mecánica mayoría parlamentaria legitimará democráticamente no sólo las fechorías pasadas, sino el marco legal que hará posible las venideras. Y aunque el PNV no se preste a votar la impunidad del Estado y sus Gobiernos, ya está escrito que la mayoría parlamentaria compuesta por el PSOE y el PP, con la guinda de CiU, tan distinta y distante, votará al servicio del sentido de Estado, es decir, del sentido de la no verdad y de la ocultación a la ciudadanía de todo el bien que se hace por ella en las cloacas a base de fondos reservados y desde el despotismo ilustrado de albañal.

El proyecto sobre secretos oficiales es de una flagrante grosería ademocrática, pero puede obtener perfectamente la mayoría parlamentaria y cumplir con los requisitos de toda clase de silogismos de legitimidad. Aparentemente es una prueba de la dudosa inteligencia de sus urdidores, pero me temo que a este paso incluso la inteligencia del poder pudiera ser considerada materia reservada y sólo el Gobierno quedara en la posición teórica de decidir si es inteligente o no. Tampoco está claro si en el futuro pudiera ser materia reservada la sospecha de la perversidad del poder y sólo el Gobierno estuviera en condiciones de decidir si es perverso o practica la violación de los derechos humanos por el bien de los derechos humanos.

No lleguemos fácilmente al final feliz de sancionar que el poder puede volver a estar bajo sospecha porque es, como siempre, de derechas. No nos frotemos las manos pensando que ha llegado de nuevo el tiempo de la ética de la resistencia, porque éstos no son de los nuestros. Durante 13 años ha habido una trágala de sapos disfrazados de ancas de rana, y de aquella experiencia hay que sacar la conclusión de la insuficiencia de los mecanismos de control de la violencia cultural y estructural del Estado. El signo del poder democrático, de cualquier poder democrático conocido, es defenderse de la taxatividad de los textos constitucionales demasiado avanzados que se aceptaron como mal menor en los tiempos de la lucha de clases nacionales e internacionales. Para defenderse de la constitucionalidad existe el secreto de Estado, y la lucha contra el secreto de Estado tendrá en las décadas futuras entidad equivalente a la que en el pasado tuvieron las luchas contra la esclavitud o contra la pena de muerte, luchas en curso porque sigue habiendo una variada gama de esclavitudes, feudales y neocapitalistas, y pena de muerte, así en Cuba como en Estados Unidos.

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