Los palos de la bandera
Los nuevos símbolos de Barcelona dividen al gobierno de Maragall y separan a Convergència de Unió
La renovación de los, símbolos oficiales de la ciudad de Barcelona, culminada ayer con la elección de una nueva bandera, ha sido objeto en los últimos meses de una agria batalla política en el consistorio entre los defensores de la tradición histórica y la ortodoxia heráldica, y los partidarios del diseño y la modernidad. Una división difusa y en ocasiones equívoca, teñida de esencialismos, que ha forzado extrañas alianzas y no menos sorprendentes desavenencias. La polémica ha tenido como eje la reintroducción en el escudo y la enseña de la ciudad de las cuatro barras rojas o palos de gules sobre fondo amarillo de la senyera.La ecléctica solución final no ha acabado de convencer a los puristas. El consenso alcanzado respecto al nuevo escudo -a base de diferenciar entre un sello oficial, de tipo heráldico, y un emblema o logotipo, de diseño moderno- se ha hecho pedazos a la hora de decidir la bandera. La elección de esta última unió ayer al alcalde, el socialista Pasqual Maragall, y al jefe de la oposición municipal, el nacionalista Miquel Roca, frente a la opinión de sus respectivos socios. Socialistas y convergentes se aliaron para elegir una bandera innovadora, que reproduce -sobre un fondo amarillo- el moderno logotipo.
La votación dividió por primera vez al grupo municipal de CiU en dos -los 10 concejales de Convergència votaron a favor de la propuesta de Maragall, mientras que los tres ediles de Unió se abstuvieron- y abrió una nueva fractura entre el Partit dels Socialistes (PSC) y sus socios de Esquerra Republicana (ERC), que se ausentaron del hemiciclo para manifestar su rechazo a la propuesta. El grupo de Iniciativa per Catalunya-Els Verds (IC-EV) -aliado tradicional de Maragall en el gobierno municipal- votó a favor, mientras que el PP se abstuvo.
Polémica olímpica
La polémica sobre los símbolos de la ciudad de Barcelona viene de lejos y alcanzó su cenit durante los Juegos Olímpicos de 1992. Los nacionalistas más radicales, con ERC a la cabeza, acusaron al Ayuntamiento de mantener unos símbolos "españolistas" y "franquistas": el pecado no era otro que lucir, en dos de los cuatro cuarteles del escudo y la bandera, dos barras rojas en lugar de las cuatro barras de la senyera. Según sus detractores, ello respondía a una presunta imposición del régimen franquista con el fin de asemejar la bandera barcelonesa a la española. La realidad, sin embargo, es que el escudo y la bandera de Barcelona había combinado históricamente dos, tres, cuatro y hasta cinco palos de forma indistinta.El alcalde Maragall siempre había hecho oídos sordos a la petición, tradicionalmente efectuada por GU, de recuperar las cuatro barras. Pero el pacto de gobierno suscrito tras las últimas elecciones con los independentistas de ERC le obligó a ceder y buscar una solución pactada. Una comisión de expertos, creada a tal efecto, dictaminó a finales de 1995 que el escudo debía llevar en sus cuarteles la cruz de Sant Jordi y los cuatro palos de gules, y estar timbrado con la corona real, de acuerdo con el privilegio concedido en el siglo XIV al Consell de Cent -órgano de gobierno de la ciudad- por el rey Pere III el Cerimoniós.
En una hábil finta, Maragall consiguió que la mayoría del consistorio -de la que sólo el PP se desmarcó- aceptara una solución salomónica que en la práctica llevaba el agua a su molino: la tradición heráldica quedaría recogida en el sello oficial -de uso ocasional-, mientras que se elaboraría un nuevo emblema o logotipo de diseño moderno. Este último -un rombo que funde la cruz y las barras rojas en un único dibujo, sobre fondo blanco- se ha convertido en la práctica en el nuevo escudo. Desde ayer, y para irritación de los tradicionalistas, configura también la nueva bandera.
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