Nervios
El nerviosismo con el que se han acogido las posiciones republicanas, dentro de lo que cabe, de Julio Anguita guarda mucha relación con la curiosa filosofía del ministro Eduardo Serra sobre la necesidad, tal vez, de asumir que la transición no ha terminado y que hay que practicar, que no declarar, una nueva amnistía para el Estado delincuente. Si se amnistió a un Estado esencialmente delincuente como el franquista, ¿por qué no a un Estado democrático que ha violado los derechos humanos para que sigan vigentes los derechos humanos? Así empezó el razonamiento de la Junta Militar argentina y de los políticos e intelectuales que. en el primer momento la secundaron y luego redactaron balances condenatorios.Hace tiempo que no me planteo la oportunidad o inoportunidad de las metáforas de Julio Anguita, porque son personales e incontroladamente transferibles, pero en esta ocasión lo que me parece escandaloso es el eco provocado en el establishment, la histérica respuesta de gentes sin otra seguridad que la lucecita de la Zarzuela, como en el pasado hubo la lucecita de El Pardo. Sí Anguita puso la directa, Felipe González puso la indirecta, y aunque parezca increíble ha coincidido con Anguita en la causa del desperfecto. ¿Quién le escribe los discursos al Rey? ¿Quién o quiénes ayudaron a crear la sospecha de un pacto cupular para la ocultación de los papeles del Cesid, pacto que pasaba por el mismísimo nombramiento de Eduardo Serra?
. No hay convivencia sin autoengaño, y si hay que creer en referentes intocables, que lo sean de verdad y que no los toque nadie, ni siquiera el partido gobernante. Los discursos reales deberían ser más metafísicamente centristas que el PP: incoloros, inodoros, insípidos. Tedioso, cierto, pero servidumbre del oficio.
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