Tenía razón
Tenía razón: no quería correr la Vuelta y no debió hacerlo. El se hubiera ahorrado una derrota en casa, Banesto una publicidad indeseable y hasta sus rivales (la ONCE sobre todo) el reconocimiento que merece: nadie se va a creer un triunfo que, aunque legítimo, parece ahora exagerado.Quizá sea también exagerado drámatizar sobre el abandono de Induráin, viéndole pie a tierra, digno, sin un mal gesto, caminando a su habitación para descansar. Aprovechar esta imagen para darle el adiós definitivo puede ser muy cinematográfico pero no del todo riguroso. La fecha del adiós consta, si acaso, en su cabeza. Y no sería de buen gusto aprovechar las imágenes de la televisión para anticipar el resultado de su decisión.
En efecto, Induráin ha sido visto poniendo pie en tierra, una imagen inevitable a finales de siglo. Lo malo es que el efecto mediático de este acto tiende a ser más expresivo que la propia realidad. Y la realidad es que Induráin está fuera de temporada y, lo que es más importante, no deseaba correr esta Vuelta. En circunstancias parecidas han abandonado muchos grandes y nadie se atrevió a sentenciar su final sin escucharles. Y, desde luego, siguieron ganando.
Ganar cinco Tours consecutivos (aparte de otras muchas carreras) ha tenido un efecto tan demoledor que la primera derrota (como sucedió en el Giro de 1994), necesariamente se iba a interpretar como un punto sin retorno. Pero los verdaderos especialistas (a quienes deberíamos escuchar de vez en cuando) concluyen que Induráin no está físicamente acabado: no es lógico en sus condiciones un declive explosivo a los 32 años. Otro asunto bien diferente es lo que opine el propio Induráin sobre sí mismo y, sobre todo, el deseo que tenga de seguir sacrificando horas de su vida para obtener más victorias visto el enorme tamaño de su palmarés. La clave está más en su espíritu que en sus piernas, digan lo que digan los oportunistas.
Verle poner pie a tierra es un hecho más de la carrera, de cualquier carrera, incluso de la carrera de Induráin, que tiene todo el derecho a sufrir este tipo de accidente laboral. Lo contrario es cargarle de una responsabilidad tan exagerada como inhumana. Dejemos las exageraciones e interpretemos a Induráin quien, fríamente, con profesionalidad, a la vista de las circunstancias, relevó del trabajo a sus muchachos, aceptó quedarse solo, comunicó su decisión al director y esperó a pasar por el hotel. No hubo en su actitud asomo de exageración. Sabía lo que tenía que hacer. Y, además, tenía razón.
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