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VUELTA 96

Induráin impotente, deja la Vuelta

Tras su primer abandono no programado en una gran ronda, el navarro mantiene sus dudas sobre el futuro

Carlos Arribas

"No hay que buscarle tres pies al gato". Tirando del refranero, con una sola frase bien dicha, Miguel Induráin -cinco Tours y dos Giros en su historial- fue capaz de quitar la pompa y esplendor que todos buscaban a uno de los momentos históricos de su carrera. El día en que se tuvo que bajar de la bicicleta de una gran carrera porque se veía incapaz de seguir. "No iba bien, no voy como yo quiero". La decisión del ciclista navarro, de 32 años, cierra la página de una tormenta iniciada cuando a mediados de agosto no quiso callar que corría la Vuelta obligado, pero abre todos los interrogantes sobre el futuro de su carrera precisamente el año en que por primera vez no pudo con el Tour. "A todos les pasa", dijo. "No siempre salen las cosas como uno quiere".El cuentakilómetros de la bicicleta de Miguel Induráin, apoyada ayer por la tarde en una pared del hotel del. equipo, marcaba 132,5 kilómetros, 41,3 kilómetros por hora de media, 3h l2m 5s de tiempo de carrera. Son los datos de sus últimas pedaladas en la Vuelta. Los que describen con números la distancia entre la salida de Oviedo y su hotel en la entrada de Cangas de Onís, al pie de la ascensión a los Lagos. Allí se bajó de la bicicleta. Los principales de la etapa ya habían pasado por allí hacía más de cinco minutos. Fue entonces, poco antes de las cuatro de la tarde, cuando dijo "nada, eliminado", la frase histórica del año. En la puerta, le esperaban el masajista Manu Arrieta, a quien tuvo que consolar -"no pasa nada, no estoy mal de hospital. No sufras, esto es solo un deporte"- y su director de toda la vida, José Miguel Echávarri. "No hablamos nada", dice Echávarri. "Hay veces en que el silencio dice más".

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Algunos lo intuían -Echávarri, por ejemplo, se había quedado en el hotel en vez de ir hasta meta según su costurribre-, pero pocos querían creerlo. Su compañero José María Jiménez, que intentó ganar la etapa, no se había enterado de nada y cuando le informaron se quedó blanco. "Que llegue este. momento me duele bastante. Miguel no sólo es mi compañero, también es mi ídolo". Sólo lo sabía su compañero de habitación, Marino Alonso, el otro gran veterano del Banesto, su fiel escudero en tantos Tours victoriosos. Cuando en las primeras rampas del Fito, el puerto anterior a los Lagos, Induráin empezó a recular a las últimas posiciones, Marino se colocó a su lado. Cuando poco después atacó Rominger y rompió la carrera, Induráin se quedó más atrás. "Sentía las piernas como tablas", le dijo a Echávarri. "En el Fito se me intoxicaron las piernas, no les llegaba el aire". Induráin arrastraba un fuerte catarro desde hacía cuatro días. Se asfixiaba, no podía llenar los pulmones de Oxígeno. "Sí, puede ser que el catarro sea la causa de mi mala forma", dijo luego Induráin. "No es muy grave, pero tampoco me permite rendir al máximo".

Con Marino a su lado, Induráin vio como le dejaban clavado 50 corredores. Y no era el puerto más fuerte del día. Entonces tomó la decisión. "No iba bien y le dije a Marino que no me esperara más, que se fuera para adelante, que yo plegaba". Coronó el puerto a más de cuatro minutos de los primeros y se dejó caer en el descenso, al lado de Herminio Díaz Zabala, viejo amigo, ahora en el ONCE, hasta que vio su hotel. La Vuelta a la que no quería acudir se acabó antes de tiempo, y no por la voluntad de un hombre que cuando compite en serio sólo quiere disponer de todas sus facultades, sólo quiere estar seguro de, según su tradicional dicho, "disputar a tope". "Miguel me dijo la semana anterior: 'no voy a ir con la intención de abandonar" , cuenta Echávarri. "Si hubiera decidido abandonar antes de la etapa, no habría salido y montado todo este espectáculo. Yo podía haber haber seguido en la Vuelta", añade Induráin. "Pero estaría por la mitad de la clasificación y con fuertes efectos en mi salud. Vi que no podía seguir. No hay que darle más vueltas al asunto".

Induráin subió a su habitación, se duchó y se sentó a ver por televisión junto a Echávarri la exhibición de Jalabert y Zülle en la subida a los Lagos. Como un espectador más. Después bajó a un saloncito del hotel a atender a la prensa. Otra sesión de rutina. Pase lo que pase, Induráin no cambia, el discurso sin polémicas, es el único que le vale. Sentado en un sofá, ante una decena de periodistas, Induráin ni atizó, ni apagó los fuegos que le rodean. El Mundial, el año próximo, su relación con Banesto... a todo dijo que había que esperar".

Primero, descargó la responsabilidad de su equipo en la decisión de hacerle correr la Vuelta. "Se decidió y ya está. No hay que darle más vueltas. Pero una vez que acepté correr lo hice con todas las consecuencias". Luego, el año próximo. "Ya dije a comienzos de temporada que tomaría la decisión a finales de año. "He pasado un año que no ha sido el mejor de mi carrera, aunque empecé bien y gané bastantes prueba, pero hasta el final no decido lo que haré el próximo". Por último, el Mundial. "No sé, tengo que descansar y recuperar la salud. No tengo nada decidido".

El uno de diciembre es la fecha en la que la rutina de Induráin se pone en marcha. Ese día terminan sus vacaciones y empieza a entrenarse pensando en el siguiente Tour. ¿Qué pasará por su cabeza el 1 de diciembre de 1996? ¿Qué pesará más, la cuenta que no para de hacer de las 24 grandes vueltas que lleva disputadas en 13 años de profesional, o el deseo, la convicción de que el sexto Tour puede ser suyo? En las piernas lo tiene, pero la cabeza puede darle otra respuesta.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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