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Tribuna
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"¡Árbitro, que no eres Dios!"

Lloraba Ortuondo, técnico del Extremadura. Y lo hacía amparado en un teológico concepto: el hombre no es Dios. Y según él, Barrenechea Montero, el árbitro del Rayo-Extremadura, actuó como tal. Había caído Guilherme en al área y el juez de línea no dijo ni mu. Ni su banderín se izó. Ni el sonoro chivato, a aquél añadido, tronó. Pero a Barrenechea le dio lo mismo. Lanzado se fue al punto de penalti. El linier siguió guardando un prudente silencio. Y Ortuondo salió de su banquillo a rogar que se produjera la anhelada y tradicional consulta. No hubo tal. El jefe ni se acercó a su mandado, que seguía allí, en su privilegiada posición de observador. "Árbitro, que te has equivocado. Que no eres Dios" le espetó Ortuondo. Instantes después despachó su furia: "Es un inepto y un dictador. Y lo es por no consultar a su ayudante. ¿Se creerá Dios? Ojalá le castiguen".El más malo de la historia. 330 partidos en Primera, 62 tarjetas amarillas y 15 expulsiones. Semejante estadística no pertenece a Jack el Destripador. Pertenece a Juan Francisco Rodríguez, Juanito para el fútbol. Es el peor de los malos de la historia, el jugador al que las estadísticas señalan como el más expulsado de todos los tiempos. Era Juanito, cuando empezó, un futbolista de dura estampa pero de noble trato al balón. Los años, y quizá las lesiones, le fueron cambiando. Y ahí están los resultados. Juanito sueña en rojo, en el rojo de las tarjetas que acumula en su memoria. Ayer se fue a la ducha de Vallecas antes de tiempo. Discutible será si tan temprana despedida fue o no justa. Pero nunca se podrá calificar de sorprendente. Por usual, más que nada.

Una herida que no envejece. Ni que los nombre una computadora ni que lo haga un humano. Los árbitros siguen perdiendo el equilibrio en el ojo del huracán. En Santiago ya nadie quiere ver a Carmona Méndez. Y el que menos, Penev. Una entrada suya a Kientz le puso en la mano el billete para la ducha. Y a ella que se fue, no sin antes mostrar su indignación: "No le he tocado" dijo. "La herida que tenía en la pierna era de hace veinte minutos". El árbitro la vio bastante más reciente. También Pirri le regaló a Carmona su gramática más jugosa: "No tiene ni puta idea".

La calentura de Caneda. La unanimidad compostelana fue rota por Caneda, el presidente, quien no le echó la culpa al árbitro, lo que sin duda se agradece, sino a sus jugadores. Pero lo hizo sin contar hasta diez. Ni siquiera hasta cinco. A Caneda le va lo desagradable, casi lo soez. Y agarrado a su particular bandera volvió a tirarse al charco del mal gusto: "El último gol del Logroñés" dijo "no proviene de una jugada de patio de colegio, sino de una jugada de subnormales. Voy a san-cionar duramente a mis jugadores".

A Vallecas le invade el cemento. Llevan años Ruiz Mateos y señora empeñados en que el Rayo juegue por la tarde. Y lo han conseguido, que para algo son los dueños del cortijo. Quizá por ello, el Rayo no ve un duro. 6.000 parroquianos acudieron a la primera cita vespertina. 5.000 a la de ayer. Como el tema continúe con esa progresión, apañado está el cuadro de Vallecas. Alguien debería recordar al matrimonio que los domingos por la mañana, en el barrio, la gente va al fútbol. Y por las tardes, al Calderón o al Bernabéu. 0 quizá a la siesta.> Para ganar hay que meterla. Iracundo andaba Luis Aragonés viendo a los suyos en La Romareda. Lo hacían mal, muy mal. Sobre la cabeza del técnico dejaba caer su sombra la guillotina con la que Roig le ha obsequiado por ejercer de entrenador del Valencia, es decir, por elegir el once titular. El caso es que, al borde del descanso, Luis estalló y gritó al cielo una oportuna aseveración: "¡Para ganar hay que meterla!". La grada le oyó y dio su jocoso veredicto: "Pues para meterla, Romario" le contestaron. Pero éste no estaba. Así que apareció Moya.

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