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El día en que Anguita descubrió que Aznar era de derechas

La carta que el líder de IU ha enviado al presidente del Gobierno abre una nueva etapa en sus relaciones marcadas antes por la obsesión de derribar al PSOE

No se han devuelto las cartas y los retratos, pero Julio Anguita sí le ha mandado una amarga y extensa misiva, memorial de agravios, rosario de reproches, catálogo de traiciones y engaños, a quien hasta ayer mismo, si no ferviente enamorado, sí era sólido amigo, sepa rado -es verdad- por los principios, pero unido por la práctica de la política. El pasado jueves, el coordinador de Izquierda Unida abría su corazón ante miles de es pañoles con una epístola a José María Aznar. en la que descubría con amargura que el dirigente del PP era, sencillamente, de derechas. Ese día, y con esa carta, se rompía una relación que había empezado una noche de julio de 1994 en una distendida cena en la casa de Pedro J. Ramírez, director de El Mundo. Para unos, de allí salió el pacto por la regeneración democrática. Para otros, el acuerdo de cerrar una pinza sobre un Gobierno socialista agobiado por la corrupción y los GAL.Desde entonces, los lazos se habían ido estrechando lenta, pero inexorablemente. Y de la sintonía política se había pasado, sin darse apenas cuenta, al entendimiento personal. Lo dijo Anguita al hablar de sus relaciones con Aznar: "Parece mentira lo bien que nos entendemos en lo personal". Fue en una de sus primeras visitas a La Moncloa con el líder del PP ya asentado como presidente del Gobierno. Pero el entendimiento entre ambos no era sólo "en lo personal". Nada une más que compartir pasiones. Y Anguita y Aznar sentían la misma pasión -no amorosa, precisamente- hacia el número uno del PSOE y, entonces, presidente del Gobierno, Felipe González.

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Quienes les conocen dicen que lo de Anguita con González -y viceversa- raya en lo obsesivo. Debe de ser cuestión de química, pero entre uno y otro no ha habido jamás buenas vibraciones. Tan verdad es que Anguita ha vertido las más ácidas aseveraciones sobre González como que éste ha tratado siempre con indiferencia, cercana al desprecio, al líder de IU.

Que aquella cena en el domicilio de Pedro J. fuera una simple reunión de amigos o un pacto para el acoso y derribo de los socialistas siempre será. discutible. Pero nadie discute que entre la izquierda que representa Anguita y la derecha encarnada en Aznar cuajó una comunión de intereses y se estableció, sin sobresalto alguno, algo parecido a un pacto a la griega, una estrecha colaboración en los temas que más agobiaban al Gabinete de González: el terrorismo de Estado de los GAL.

¿Había pinza o no? Anguita siempre lo ha negado. Y es más: para probar que todo era producto de la propaganda de los socialistas, IU imprimió y distribuyó en mano, por calles y plazas,. miles de folletos en los que, con el título Propaganda y hechos y con el didáctico epígrafe de ¿Sabías que ... ?, se ofrecía un catálogo de los acuerdos parlamentarios entre IU y el PP y entre IU y el PSOE. ¿Hay que decir quién ganaba por goleada? Exacto: IU y PSOE habían votado juntos muchas más veces.

Pero, al margen de lo que demostrara la actividad parlamentaria, la verdad es que siempre ha habido cierta resistencia en Anguita a señalar al PP como diana de sus críticas, amparándose en que los populares eran entonces oposición y los ataques había que dirigirlos hacia quienes gobernaban. Esa fue, en el fondo, la razón que en la cuarta Asamblea de IU, el 9 ' de diciembre de 1994, le llevó a rechazar una enmienda de Nueva Izquierda para incluir el reconocimiento del PP como adversario político de IU. ¿Lo era?

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No debía de serlo tanto cuando tanto les unía. El 12 de enero de 1995, Anguita y Aznar, en el bar del Congreso de los Diputados, tomaron ¿té o manzanilla? En cualquier caso, infusiones. Charlaron un buen rato en paz y armonía. Nada trascendió de lo hablado, pero la sombra de la famosa pinza revoloteó insistente sobre sus cabezas. Tan sólo 10 días después, Anguita respondió a una carta de Aznar en la que se le inquina por la posibilidad de apoyar una moción contra González.

No la apoyó. Todo tiene sus línmies, por mucho que el cuerpo pida otras cosas. Pero Anguita hizo llegar a Aznar un nítido mensaje de entendimiento: "IU nunca será un impedimento o un obstáculo para la concreción de un objetivo capaz de hacer frente a esta situación de emergencia ética y democrática".

Los dioses ciegan a los que aman. Y ese afán regenerador de Anguita, en opinión de alguno de sus más cercanos, le ha oscurecido a veces la visión hasta el extremo de no ver dónde estaba el enemigo. Con el PP ya triunfador en las elecciones municipales y autonómicas de 1995, Anguita siguió resistiéndose a considerar a la formación de Aznar como la derecha, enemigo natural de la izquierda que él representa. En su informe al Consejo Político del 25 de junio de 1995, alertaba incluso sobre algunos riesgos de juicio. "Existe, sin duda, una utilización demagógica de la lucha contra la derecha". Y, para demostrar que él no caía en esa demagogia, reiteraba que IU seguía abierta con el PP a "acuerdos de carácter parcial y concretos para lograr reformas democráticas frente a la concentración de poderes que el felipismo ha practicado".

Anguita no remendaba de viejo. Había que destruir el pasado felipista y, puesto a ello, ¿qué importaba lo que viniera después? Eran tiempos de euforia en la derecha. Ganadas las municipales y autonómicas, el PP veía las generales como un paseo triunfal. Malos tiempos para la izquierda. Aunque Anguita no lo veía así. 0 confiaba, contra toda razón, en que el PP no avanzaría más o no consideraba problema el mismo avance de la derecha. Decía Anguita: "El problema no es que la derecha, el PP, venga a implantar un modelo conservador. Este no necesita implantarse. Ya ha sido implantado [por el PSOE]".

Los consejos políticos de IU han estado siempre marcados por esa negativa del líder a reconocer el peligro del PP. Y los esfuerzos de los sectores más críticos siempre han chocado contra su férrea oposición. Jaleado por los sectores más duros de IU, Anguita ha hurgado en el pasado en un afán de establecer las fronteras con los socialistas abriendo puertas con el PP de Aznar. Todavía en enero de 1996, cuando ya se daba por seguro el triunfo popular en las inmediatas elecciones, volvía a aconsejar algo extraño para un hombre de izquierdas: "Hay que evitar la globalización izquierda-derecha".

Sólo el 23 de marzo de 1996, con el PP enfrascado en buscar los acuerdos que le permitieran gobernar cómodamente, Anguita admitía una enmienda que Nueva Izquierda había presentado dos años antes. El coordinador general de IU incluía en su informe: "El PP es el adversario político natural de IU". Nunca es tarde, dicen, para rectificar errores.

Luego vendría la carta firmada como Julio Anguita González, sin cargo alguno. Como una decisión personal. Una epístola moral en la que recogía, incluso, un verso de la que Quevedo enviara al conde duque de Olivares, traída, es verdad, casi por los pelos: "No he de callar por más que con el dedo... "Porque no estaba dictada como respuesta ni al miedo ni a la demencia. Era más bien un desahogo de desencanto y frustración.

Anguita descubrió el jueves pasado, caído en el polvo como Saulo, la más amarga verdad: cómo el tiempo y el poder mudan voluntad y convicciones, rompen promesas y cambian al hombre. ya triunfador de 1995, se_resistía a considerarlo la derecha

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