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CANCIÓN

"Bolereando" con ritmo

Diego A. Manrique

En un país normal, esta Noche del bolero hubiera atraído un enjambre de unidades móviles y equipos volantes de televisión. La ocasión lo justificaba: Omara Portuondo, historia, viva de la música cubana, se reunía excepcionalmente con boleristas más jóvenes y con músicos y vocalistas que se dedican a géneros más rítmicos. Se trataba de recordar a ilustres compositores intérpretes que, como diría apesadumbrado un bolerista de pro, exhalaron el último suspiro: Isolina Carrillo, autora de Dos gardenias, y Marcelino Guerra, Rapindey, que firmó Convergencia y cien maravillas más.Uno tenía sus reservas. Uno piensa que el, bolero sólo adquiere pleno sentido en las distancias cortas, en circunstancias íntimas; trasplantado a escenarios grandes, se evidencian su grandilocuencia, sus emperifolladas mentiras, su escandalosa distancia con el modo en que ahora amamos (por no hablar de la incongruencia que supone que esta música hiperinflada represente a Cuba, patria del machismo-leninismo).

Noche del bolero

Omara Portuondo y, como cantantes invitados, Farah María, Alejandro, Rocky Bolero, Hijas del Sol, Reinaldo Creagh, Reinaldo Hierrezuelo. Cuartel del CondeDuque. Madrid, 5 de septiembre.

Pero uno no contaba con los poderes de Omara. A los 66 años, esta dama es un dragón de la comunicación con el público. Ella avisa: "Vamos a bolerear con ritmo... y con mucho corazón". Omara convierte un espacio barrido por los vientos de la sierra en una cálida sala de estar: recibe las peticiones de los fieles, obliga a que el respetable participe en los estribillos, zascandilea con gracia, improvisa sin perder capacidad expresiva.

Ella produce escalofríos y ensueños que confirman aquella descripción feliz:"El bolero, ese gran corruptor de mayores". Ocurre cuando se coloca junto al piano de Adolfo Pichardo, cuando se sienta con Giraldo Piloto por vez primera en un escenario.

Pero Omara ha prometido ritmo y el trombonista Demetrio Muñiz, director musical del espectáculo, convoca a la sección de viento de Klímax. Aquello se calienta y brotan las sonrisas y los pasos de baile. Las Hijas del Sol demuestran madera de humoristas y se marcan un bolero propio, felizmente africanizado. Reinaldo Creagh y Reinaldo Hierrezuelo, totémicos cabecillas de la Vieja Trova San tiaguera, imponen su artística presencia sobre las tablas: los viejitos van por libre, pero Omara ni, se inmuta. Rocky, Bolero ironiza sobre los truculentos mensajes del bolero, su tonvertido en rockero por obra y gracia de Juan Perro, retoma con elegancia las añejas estructuras. Es la hora de la comunión colectiva y toda la tropa convierte aquellas masoquistas Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, en fiesta y delirio.

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