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Tribuna
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El ejemplo frances

La retórica política tiene tres modos: uno es prometer lo imprudente (para ganar las elecciones), y luego hacer lo contrario; otro es prometer lo imposible y luego imponerlo (pese al sufrimiento del pueblo). Al primero lo llamo el modo Fujimori; al segundo, el modo Castro. Adivinen el apelativo del tercer modo.Monsieur Chirac ha saltado del modo Fujimori al modo Castro. Empezó con uña imprudente campaña electoral, en la que prometió reducir impuestos sin recortar el gasto social y entrar en la Unión Monetaria sin liberar la economía francesa; a los, siete meses, su Gobierno, encabezado por monsieur Juppé, decidió dar la media vuelta y poner en práctica tín duro plan de estabilización: la reacción del pueblo engañado no se hizo esperar. Ahora ha hecho cuestión de honor el no enmendalla y estar a la altura de Alemania en la carrera hacia,la Unión Monetaria, pero sin atreverse a emprender ni los leves movimientos de reforma que ha puesto en marcha el canciller Kohl: la depresión de la economía francesa está a la vista. El crecimiento del PIB francés se ha reducido en un 41% durante el segundo trimestre de 1996, mientras la tasa de paro ha aumentado hasta el 12,5%. Entretanto, las medidas reales se reducen a recortar levemente los beneficios sociales (maleficios los llamaría yo, por el efecto que tienen sobre el empleo de los jóvenes y las mujeres), a enjugar por enésima vez las pérdidas de los bancos del Estado, a defender el monopolio ,público de la electricidad y las telecomunicaciones, a prometer reducciones de impuestos cuando Mambrú vuelva de la guerra, y a decir que Francia mantiene la fecha de inauguración del euro en el 1 de enero de 1998...

Las condiciones financieras de Maastricht, que son imposibles de sostener, especialmente después de la Unión Monetaria, si no se acompañan de profundas reformas en la economía real, se han convertido en la única obsesión de los gobiernos del continente europeo, especialmente de aquellos que se resisten a liberar el mercado de trabajo, a capitalizar las pensiones, a suprimir los monopolios, o a reducir los impuestos. Ante el reto del mercado único y la economía global, España se enfrenta con una alternativa: o se contenta con medidas meramente financieras o emprende una reforma real. Nuestros ministros no acaban de decidir si se quedan en la opción cosmética o se atreven a abandonar el proteccionismo español (que, incluye el tradicional en la Marca Hispánica). No me refiero ya al proteccionismo mercantil, que parece superado, sino al nacionalismo cultural y al paternalismo social, las dos formas modernas de expresar la fidelidad a la tribu (con perdón de los. críticos de Vidal-Quadras).

He sido siempre de la opinión que la Unión Monetaria debería venir precedida de las reformas, reales que dieran flexibilidad a las economías europeas y les permitiesen prosperar bajo un régimen monetario a la Bundesbank. Es respetable la, opinión contraria, la de quienes creen que hay que hacerlo al revés: imponer primero las condiciones financieras de la moneda única, para que el votante español acepte luego las reformas necesarias para la supervivencia en un mercado competitivo. Pero ¿qué pasa si, tras reducir el déficit público, embridar la inflación, y bajar los tipos de interés, no conseguimos liberarnos de la intervención en el, mercado laboral, de la omnipresencia de la Seguridad Social y consiguientemente, de una presión fiscal agobiante? La capacidad de crecimiento de la economía española padecería y seguramente volveríamos a hacer de pedigüeños ante la Comunidad Europea.

El ejemplo británico es quizas más digno de ser imitado que el francés. La Dama de Hierro, ahora ennoblecida por sus servicios a la patria, comenzó por reconducir a los sindicatos hacia su papel natural en la sociedad. Luego emprendió la privatización de las empresas públicas hasta no dejar casi ninguna en manos del Estado. Durante una década, permitió a los asalariados que optasen entre una pensión estatal o la inversión de sus cotizaciones en fondos de pensiones privados. En cuanto contuvo el déficit, redujo los impuestos. Mientras tanto, tomaba medidas monetarias para contener la inflación... Al tercer modo lo llamo el modo Thatcher.

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