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Travesía del Estrecho con el director dé la Guardia Civil, López Valdivielso
"Alarma por subida de la presión del aceite en el motor de babor!". Un piloto rojo se encendió en el cuadro de mandos de la Báltico 12. Eran las 23.30 de la noche del lunes y la patrullera de la Guardia Civil enfilaba la bócana del puerto de Algeciras Cádiz). Bastaron unos minutos a la deriva, mecido el pasaje por la poderosa marejadá del Estrecho, para que el mecánico arre glara la bomba de, agua salada que refrigera uno de los dos mo tores de 680 caballos.No hubo más incidentes durante las dos horas de travesía, pero fue bastante para que el director. de la Guardia Civil, Santiago López Valdivielso, se convenciera de las precarias condiciones en que trabajan los agentes encargados de vigilar la puerta trasera de la Europa próspera, por donde sueñan colarse millones de desheredados.
"Soy consciente de los limitados medios con que cuentan y tengo que felicitarles porque les sacan el máximo rendimiento". Fue lo primero que dijo el director general a los guardias de la 234 Comandancia, formados para la ocasión a la entrada de la casa cuartel de Algeciras.
No se avistó ninguna patera aquella noche. No era la hora. Suelen llegar cuando despunta el sol, al amparo de las brumas del alba. Pero los siete tripulantes de la Báltico 12 -incluida una mujer, Marifé- ya se habían ganado sobradamente el jornal: a media tarde sorprendieron al pésquero Helios, a tres millas al este de Punta Carnero, con 17 ilegales a bordo.
Con temporal de levante no parecía prudente salir a faenar. Así que la Heineken, como se conoce en la zona a las patrulleras de la Guardia Civil, pintadas de blanco y verde, se acercó a husmear la carga del pesquero. Sobre cubierta, seis marroquíes, encogidos, agazapados, intentando meterse debajo del suelo, si fuera posible. Once más, en la bodega.
A partir de ahí, se inició la persecución. Un marcaje implacable del que el Helios intentaba zafarse a cada poco, hasta puerto. Con el miedo de que algún inmigrante, al ver la costa tan cerca, pero tan lejos a nado, tratara de ganarla con los brazos y se ahogase en el intento.
El mismo buque ya había sido detenido tres meses antes con un cargamento de seres humanos en lugar de peces. Pero el Helios no tiene el récord. Le aventaja- El Cordobés, por ejemplo, con media decena, de capturas. Los patrones, acusados de un delito contra los derechos de los trabajadores, se declaran insolventes y no pagan la multa. O la pagan y la recuperan de sobra con un nuevo transporte . de ilegales, a 100.000 pesetas el billete.
La parada biológica de dos meses en, el banco mauritano agrava el problema: demasiados barcos en dique seco, demasiados pescadores sin trabajo y colmados de deudas.
El teniente coronel Juan Lara, jefe de la comandancia, despliega sobre la pared de su despacho un mapa del Estrecho. Las líneas verdes -desde Tánger, Alcazarseguer y Ceuta hasta Barbate y Tarifa- son las rutas "regulares" de las pateras. Las rojas, más numerosas, son las del hachís. A veces, la misma patera transporta al inmigrante y a la droga. Con frecuencia, ambos acaban en el fondo del mar.
" Igual que pasa con el drogadicto", explica Valdivielso, "el inmigrante ilegal es la víctima, no el criminal. Los culpables son los que se enriquecen a costa de ambos. Muchas veces, las mismas redes trafican con droga y con inmigrantes. Ellas son nuestro enemigo".
El teniente coronel Lara pide a sus huéspedes -el director de la Guardia Civil; el gobernador civil de Cádiz, Jesús Hermida, y el general jefe de la zona, José Pantojo -que se olviden de las líneas pintadas en el mapa en torno a Gibraltar: las nuevas autoridades del Peñón han acabado con las casi 200 planeadoras que hasta hace poco fondeaban en su puerto.
Dicen que las han enviado al Reino Unido para su destrucción. Otros aseguran haberlas visto en la desembocadura del Guadalquivir. En todo caso, el contrabando de tabaco rubio se ha esfumado. O casi.
López Valdivielso escucha las peticiones de sus subordinados sobre la escasez de medios. Los 108 vehículos' de la comandancia son muy antiguos. Los dos helicópteros necesitan aparatos de visión nocturna. Faltan patrulleras: hay cuatro, pero una está parada por avería y otra no ha podido venir desde Cádiz debido al mal tiempo Radares: los de los barcos son de navegación . y no sirven para detectar pateras. La Marina Mercante tiene uno en Tarifa, pero lo reserva para controlar el denso tráfico del Estrecho.
Un oficial recuerda que hay una avioneta en Jerez, incautada a los narcos, y se pregunta por qué no la usan. Se abre el debate. No es tan fácil, aunque la ley de contrabando disponga que los bienes adquiridos ilícitamente se rediman persiguiendo el delito. Como muestra, la lancha atracada en el muelle de la Guardia Civil. Tiene dos motores de 300 caballos. Más que navegar, vuela. Y luce ya los colores del instituto armado. Pero no puede salir al mar hasta que se pague el seguro.
Valdivielso va tomando nota sin olvidarse nada. Al final, recuerda lo que todos saben desde el principio: "Intentaremos atender las necesidades más urgentes, pero los presupuestos del año próximo van a ser muy ajustados y no podremos afrontar muchas de las inversiones necesarias".
Recuerda qué los inmigrantes no vienen a España, sino a Europa, que el fenómeno no se resuelve con medidas policiales y que a la Guardia Civil le ha tocado el ingrato papel de portero del mundo rico. Coherente con su espíritu de gestor, más que jefe de los guardias, promete buscar la forma de que la Unión Europea pague parte de los servicios que se le prestan.
Pero no basta el dinero. La batalla exige ganar también en ingenio. El teniente coronel explica el original sistema de la última banda desarticulada: A plena luz del día una cuidada patera, cubierta incluso con un coqueto toldo, traía a los ilegales hasta el puerto de Algeciras como si fueran turistas.
Para sacarlos de allí, contrataban a jóvenes con moto que, por 5.000 pesetas el viajero, trasportaban a los ilegales uno a uno cubiertos con un casco. Los guardias del servicio fiscal, que controlan la salida de la zona portuaria, registraban a los motoristas en busca de mercancías de contrabando, pero no sospechaban que el acompañante era el paquete.
López Valdivielso se ríe de buena gana: "Eso me recuerda el chiste del ciclista que cada día cruzaba la frontera con un saco de arena".
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