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Tribuna:Diálogos intrépidos
Tribuna
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Dos peces en el agua

El autor peruano y "exiliado voluntario" Mario Vargas Llosa habla con el superviviente de Buchenwald Jorge Semprún

Manuel Rivas

"No soy un auténtico español ni un auténtico francés, no soy un escritor ni soy un político, soy sólo un superviviente de Buchenwald".Buchenwald significa bosque de hayas. Una broma de la toponimia. Buchenwald significa, y quizá significará para siempre, campo de concentración nazi. Uno de los escenarios de la historia universal de la infamia.

La noche de víspera, en una habitación de hotel, mientras la MTV lanza destellos de rap suburbial en la pantalla, le doy mil vueltas al discurso descamado de Jorge Semprún, en la entrega del Premio de la Paz de 1994, que le concedieron los editores alemanes.

El día de la liberación: "Yo reía, me daba risa estar vivo".

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Superviviente. Aquel que sobrevive. No se puede decir simplemente que Jorge Semprún haya visto de cerca la muerte. Sobrevivir a Buchenwald (1943-1945), sobrevivir a uno de esos campos, significa haber estado muerto, haber recorrido la muerte de una punta a otra.

"Yo era un aparecido, en suma".

En la víspera, en el hotel, pienso que gran parte de lo que ha escrito es la memoria de un aparecido. En su actitud posterior ante la vida parece operar esa clave, la risa inmortal del aparecido, la voluntad del superviviente.

Como resistente clandestino en el franquismo (años cincuenta), como dirigente del Partido Comunista, como disidente y expulsado luego (1964). Incluso como ministro de Cultura en un Gobierno socialista (1988-1991). El desconcierto de la Pasionaria (su célebre "cabeza de chorlito"), el de Alfonso Guerra después, es en el fondo el desconcierto ante un aparecido indomable. Y de otro lado, cuando era ministro, un veterano policía franquista le dijo: "No sabe usted cuánto anduvimos tras sus huellas". Él respondió secamente: "Eso es, ¡detrás!, sin poder atraparme". Y otro día Manuel Fraga, desconcertado como todos ante el eterno aparecido: "¿Es verdad que es usted nieto de Maura? ¡Ah, entonces todo bien!".

Es un gran escritor, no hay más que leerlo. Pero incluso en ese aspecto es, en España, el aparecido que desconcierta. En su impresionante La escritura o la vida (1995), escribe: "Había hecho del exilio una patria".

El otro hombre. En una entrevista reciente con su hijo Álvaro, y a la pregunta de dónde moriría si pudiera escoger, responde Mario Vargas Llosa: "Londres no me parece una ciudad inadecuada para morir... Seguramente es un buen domicilio para mis gusanos. Quisiera que fuera lo más cerca posible del Museo Británico, donde he sido feliz".

Por fin, en Cheval House, Montpellier Walk. Viejas casas con flores en el alféizar de las ventanas. Un pueblo de campiña en el centro de Londres. Un sábado tranquilo, de sol latino. Marío Vargas Llosa y Jorge Semprún.

¿Hasta qué punto sigo hablando con dos exiliados?

"En mi caso, sí, desde luego", dice Jorge Semprún. "Yo sigo considerándome fundamentalmente un exiliado, o un apátrida, o un cosmopolita. ¡Que me llamen como quieran!".

"Yo también me considero un exiliado", dice Mario Vargas Llosa, "pero un exiliado voluntario. Soy una persona que ha elegido vivir en el exilio gran parte de su vida, lo que para mí no ha significado ningún drama sino todo lo contrario. Me ha dado una riqueza de visiones que no hubiera tenido nunca si hubiera vivido arraigado en mi país. Yo no escribiría el español como lo escribo sin haber tenido la experiencia de vivir inmerso en otras culturas".

Y añade con énfasis: "Reivindico totalmente la experiencia apátrida. Es la mejor defensa contra aberraciones como el nacionaismo".

Jorge Semprún, en La escritura o la vida: "En suma, ya no tenía lengua materna". ¿Cómo se vive esa pérdida? Es un desgarro doloroso?

"Estoy escribiendo ahora un relato autobiográfico sobre ese período de la adolescencia en que llegamos a París, españoles exiliados, meses antes de que estalle la II Guerra Mundial. La familia se separa. Mi padre no puede mantener junto a él a siete hijos. Y ése, el de la lengua, es uno de los asuntos que late en la historia. Tuve que abandonar el idioma materno y hacer de otro idioma una segunda patria. Pero no fue dramático. Plantea problemas técnicos y morales. Pero no problemas dramáticos. Tengo a reposar, muy avanzada, una primera novela en castellano. Nunca hasta ahora había escrito una novela española, no sólo por el idioma sino también por su temática y la psicología de los personajes. Me cuesta. Me encanta que me cueste. No puedo fracasar en esa novela".

Y observa Semprún: "Hay algo muy llamativo en Mario. Siendo cosmopolita, él es un escritor totalmente peruano. Es apasionante ver hasta qué punto. Por ejemplo, Lituma en los Andes. No puede haber libro más peruano".

"Hay un núcleo de experiencias que me han seguido alimentando", dice el autor de La casa verde. "Pero sí, es algo que me intriga, mucho, porque estadísticamente soy menos peruano que francés o que inglés... Sin embargo, el 99% de lo que escribo tiene que ver con el Perú".

Mario Vargas Llosa trabaja ahora en Los cuadernos de don Rigoberto, "una novela de neurosis más bien risueña", con la que se divierte después de un laborioso, empeño ensayístico, La utopía arcaica, que en breve se publicará en México. En su escritorio veo Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez. "Todavía no lo he leído". La enemistad de los otrora amigos, el distanciamiento, ideológico, no le ha cegado el juicio sobre la excepcionalidad literaría del autor de Cien años de soledad. En realidad, es muy difícil encontrar parangón en otras épocas, espacios y lenguas a la creatividad de la narrativa latinoamericana contemporánea. Además de Vargas Llosa y García Márquez, baste citar a los fallecidos Borges, Rulfo, Onetti, Cortázar...

Jorge Semprún nació en Madrid en 1923 y se inició a la escritura con El largo viaje, curtido ya por una intensa vida de acción. Mario, en Arequipa, en 1936. Un escritor precoz de obra fulgurante. La ciudad y los perros, publicada en 1963, fue casi de inmediato traducida a 20 lenguas. Pero tampoco nunca le arredró el binomio del pensamiento y la acción, movido por esa máxima sartriana de "las palabras son actos". En 1953 tuvo una militancia breve en el Partido Comunista peruano. Simpatizó en sus inicios con la revolución cubana. El Sastrecillo Valiente, como le llamaron, se alejó del marxismo y de su admirado Sartre cuando se reveló la crueldad estalinista. En 1990 sorprende a medio mundo y a la entera república de las letras cuando decide presentarse como candidato a la presidencia del Perú con un programa abiertamente liberal. Y hubiera sido presidente de no haberse cruzado en su camino el tractor del ingeniero Fujimori. Esa experiencia está muy bien contada en El pez en el agua.

En circunstancias vitales muy distintas, Semprún y Vargas Llosa han seguido senderos relativamente paralelos. En un término que ha perdido fortuna, son escritores comprometidos. Hay quien hace un balance amargo de la militancia política. ¿Consideran ellos que han malgastado su tiempo y sus energías?

"Creo que en ese sentido Jorge y yo somos un par de dinosaurios", dice Vargas con ironía. "Nunca he entendido que la literatura pudiese ser algo disociado del compromiso cívico. Eso es prehistoria. Muy pocos escritores, salvo de nuestra generación, comparten esa idea. Para los de hoy, es una idea anticuada, ingenua, ilusa. La idea que prevalece entre los escritores modernos es que el compromiso cívico puede perjudicar al trabajo literario y no se exponen a ese riesgo. Es algo que caracteriza a los escritores jóvenes, sea en España, Reino Unido, América Latina o Estados Unidos. Desde mi punto de vista, algo importante se ha perdido".

"Nuestra concepción del compromiso también se ha transformado", reflexiona Jorge Semprún. "Ha pasado de ser un compromiso a través de la mediación política o partidaria a un compromiso individual, no mediatizado. Los dos hemos liquidado, cada uno a su manera, cada uno en su contexto y cada uno como ha podido, esa idea del intelectual orgánico. Con eso hemos roto, pero no hemos roto con el compromiso. Porque, curiosamente, la mayoría de aquellos intelectuales orgánicos sí han roto con el compromiso".

"Es que los escritores o gran parte de ellos", sostiene Mario Vargas, "han llegado a la conclusión de que la literatura no sirve para nada. Para mí es una idea inconcebible. Nosotros creímos que la literatura podría servir para cambiar las cosas, a nivel personal o social. Teníamos mucha ingenuidad, pero esa ingenuidad ha servido para crear la literatura que a mí más me ha conmovido, que mas me ha ayudado y servido. Estaba construida sobre el supuesto de que la literatura ayuda a vivir, a mejorar la humanidad, a defenderse contra diversos tipos de adversidad e infortunio. Esa es una idea desgraciadamente obsoleta. Una idea que el joven escritor no sólo no comparte sino que le provoca carcajadas".

Supongamos, les comento, que lo que ocurre con los escritores es un síntoma social. El mayoritario partido del conformismo. La idea del ciudadano sustituida por la del consumidor.

"Hay un serio peligro en una desmovilización cívica generalizada de la clase intelectual", dice Vargas Llosa. "Si la política carece de ideas, de debate ideológico, se va a empobrecer tremendamente. Sin los aportes intelectuales, la sociedad se va desinteresando y el resultado de todo eso es una abdicación generalizada que deteriora la democracia hasta convertirla en una caricatura. Es un peligro de las sociedades democráticas. La democracia se deteriora y puede incluso desplomarse".

"Creemos que la democracia está arraigada en nuestro entorno", dice Semprún. "Pero si repasamos la historia del siglo XX vemos que la democracia es algo combatido a diestra y siniestra como, el enemigo principal. Y hoy tiene problemas nuevos. La democracia es frágil, muniquesa, capituladora. Se salvó de milagro en Europa".

Vargas Llosa: "Se salvó básicamente porque los países totalitarios son peores".

Jorge Semprun apunta con el dedo hacia los tejados de Londres:Y se salva porque hay este país aro, de tradición democrática larguísima, que es Inglaterra. Que resiste. Para mí, un ejemplar intelectual de nuestro tiempo, menos jaleado que otros, es George Orwell. Un intelectual de izquierdas, con todos los mitos de la izquierda, que en el año 1940, cuando la democracia está a punto de hundirse asediada por los totalitarismos, escribe un ensayo genial, El león y el unicornio, y va y dice: Señores, dejémonos de tonterías, vamos a defender esta democracia porque es lo mejor que tenemos. Había sido destruida en España, en Francia... Se salva de milagro. Ahora nos olvidamos de todo eso. Que la democracia ha sido hostigada todo el tiempo como el principal enemigo por los extremismos. Parece que ha ganado pero tiene nuevos problemas. Y un problema grave es el escepticismo, la dejación cívica".

Vargas Llosa lo había apuntado antes, pero quedó en el aire. Ahora retorna el asunto con un tono contundente. "Para mí, el principal problema es la resurrección de los nacionalismos. Es gravísimo y totalmente inesperado. Nadie podía imaginarse este rebrote tan fuerte después de las guerras y las catástrofes que han acarreado los nacionalismos. En aIgunos países se presenta de manera violentísima, como en la ex Yugoslavia. En otros más civilizados, como Inglaterra, de una manera más matizada pero con un riesgo de catástrofe. En Inglaterra estoy viendo cómo el nacionalismo está creando un sentimiento antieuropeo, cuando la creación de la Unión Europa es uno de los, procesos más alentadores. El de los nacionalismos es el problema central, junto con el fundamentalismo religioso. El gran desafío a la cultura democrática".

"Para mí una cuestión es el nacionalismo y otra atender a la cuestión nacional", matiza Jorge Semprún. "Hay aspectos muy negativos en los nacionalismos, pero también asistimos al derrumbe de algunos imperios que habían congelado los problemas nacionales. Es evidente que en Polonia había una cuestión nacional pendiente cuando estaba sometida al imperio soviético. Pero luego hay otro problema propio de las sociedades democráticas. Y es que está en crisis el modelo de Estado-nación del que Francia es su mejor ejemplo. Es un país que vive de esa tradición centralista, de nacionalismo de Estado y eso está en crisis. Es lo que en parte explica la mayor sensibilidad a la crisis general y su mayor incapacidad. Francia es ahora un país muy triste, muy deprimido. No funciona".

"Francia es un caso interesantísimo", admite Vargas Llosa. "Es cierto que hay una crisis del Estado-nación y que esa crisis acentúa la retracción tribal que para mí es el nacionalismo. ¿Por qué ocurre esto? Estamos asistiendo a un fenómeno extraordinariamente positivo, quizá lo mejor que le ha ocurrido a la humanidad en toda su historia, que es la internacionalización total del planeta, la disolución progresiva de fronteras en todos los campos, en lo cultural, lo tecnológico, lo económico. Pero eso crea una inseguridad, una especie de temor a lo desconocido, que es lo que alimenta la retracción nacionalista. La nación aparece como un cobijo seguro, pero eso es una ficción, una ficción que tiene gran arraigo pero cuyos supuestos son falsos".

Se le nota que lleva dos años inmerso en La utopía arcaica. Habla con intensidad, y hasta con vehemencia, de lo que considera el problema número uno en el mundo de hoy. "Es cierto que hay manifestaciones distintas de nacionalismo. Las hay civilizadas, pacíficas inteligentes, y las hay absolutamente extremas, sectarias, religiosas, terroristas. Pero creo que el nacionalismo tiene una sola fuente: el miedo a la libertad, lo que Popper denomina el llamado de la tribu. Es un peligro que debe ser combatido con nuevas ideas, porque plantea un problema más ideológico que político o de mera actualidad. Si no se responde de una manera inteligente, va a determinar la agenda del futuro".

"Acepto el marco conceptual y abstracto de Mario", interviene Semprún, "pero matizaría algunas cosas que me parecen importantes. Vamos con España. El pasado de España no es el pasado del Estado-nación jacobino, revolucionario, sino del centralismo monárquico burocrático, que oprimió las lenguas y las culturas nacionales. Una de las conquistas de la democracia específicas de España es la que la República hizo con los estatutos de autonomía. Eso explicó, por ejemplo, que los nacionalistas vascos, tan católicos, defendieran la causa republicana junto a los laicos. Creo que el punto más significativo de ruptura con el pasado franquista fue restablecer esas autonomías. Incluso se personifica con la vuelta a Cataluña de Tarradellas, el único personaje de la República que mantiene un lazo institucional. El desarrollo de las autonomías de las nacionalidades no ha terminado todavía. Y tiene sus momentos de peligro, sus desvarios, pero en la situación española es un hecho muy positivo. Y todavía añado más. Eso permite que España, un país arcaico con una relación muy curiosa y nefasta con la modernidad, hoy se transforma con vistas a una deseable supranacionalidad europea. Es un factor ventajoso".

"Nada me gustaría tanto como que tú tuvieras razón", replica Vargas Llosa, "pero déjame que haga de abogado del diablo. El sistema de autonomías permitió salvar muy inteligentemente la transición, apagando lo que podía ser una fuente tremenda de traumas para España. Pero el problema es que se concibió el sistema de tal manera que todos los incentivos tienden a la dispersión. Los casos del País Vasco y de Cataluña resultan inquietantes. ¡Si la mayoría de los catalanes y vascos quieren llegar a la secesión, qué lleguen a la secesión! Ésa es una realidad que la cultura de la libertad debe aceptar. Pero el problema no se plantea así ni se va a plantear en el futuro, sino que es una dinámica que eterniza a minorías en el control del poder. Creo que hubiese sido mejor ir a un sistema federal. Es el problema número uno de España y no le veo solución a mediano plazo".

"Quizá ha sido un error diluir el hecho histórico de las tres nacionalidades, Cataluña, Euskadi y Galicia, en un mare mágnum artificial", apunta Jorge Semprún.

"Pero fijémonos en los procesos positivos. El problema de las mayorías y de las minorías es un problema que la democracia resuelve y que en España funciona, es una prueba de consolidación. El Partido Popular ha tenido que cambiar fundamentalmente algunos de sus discursos. Y a mí me parece muy interesante históricamente, Mario, que en contra de sus programas ideológicos y de sus referencias, haya sido la izquierda la que haya restablecido en España la entidad de la economía de mercado, y muy interesante, Mario, que haya sido la derecha, en contra de sus principios, la que tenga que reinventar democráticamente una visión plural de España. Todo eso es muy positivo".

Asiente Vargas Llosa: "Creo, en efecto, que España es un país que ha entrado muy rápida y admirablemente en la cultura democrática. Sobre eso no tengo ninguna duda. Pero reitero que hay problemas muy serios -dejemos las autonomías; por ejemplo, las privatizaciones- a los que se dan soluciones prácticas pero sin una pedagogía popular"."Lo que a mi me da confianza", sostiene Semprún, "es la inteligencia increíble con que se comporta el pueblo español. Hay como una inteligencia colectiva en el electorado".

"¡Es que la sociedad española se ha modernizado más que sus intelectuales!", exclama Vargas Llosa. "No hay pensadores políticos que reflejen esa realidad avanzada de la sociedad".

"Yo lo veo más cierto en los partidos políticos", matiza Semprún. "Hay una bolchevización, un dominio total del aparato. Hay semejanza entre el Guerra que dice: 'Quien se mueva no sale en la foto' y el Aznar de 'todo a 220, se electrocuta quien cambia la corriente'. Los partidos se han quedado rezagados por esa primacía del aparato sobre el pensamiento. Habría que ir a reformas en la representación política".

Pongamos sobre la mesa una cuestión que tiene que ver con la cultura, la ideología y la política práctica. ¿Cuál es la política gubernamental deseable en el campo de la cultura? ¿Hay que seguir reivindicando la llamada "excepción cultural"?

Jorge Semprún toma la palabra. "Se llama excepción cultural a algo que no es excepción cultural. Yo prefiero hablar de excepción industrial, ¿o es que el cine americano no es cultural? Lo que hay que construir es una industria de cine europeo, sobre la base, además del francés, de dos idiomas universales, el español y el inglés. Empezar por ahí. Y para eso son necesarios, ¡pero provisionales!, los sistemas de protección. Hay protecciones que son reaccionarias y protecciones que son estimulantes, progresistas. En España el cine empieza a ser algo serio. ¡Empieza! Todavía es una industria de lujo, como el zapato mallorquín".

Vargas Llosa, rotundo: "Para mí la idea de la excepción cultural es una idea anticultural. Es el nacionalismo aplicado a la cultura. La combato en todos los campos, sea o no en el cine. La poesía está en muy mala situación, los poetas viven en condiciones difíciles. ¿Por qué no pasarles una mensualidad para que vivan decorosamente? A lo único que favorecen los subsidios es a la burocracia de asesores y funcionarios y a los pícaros. Se expropia dinero al contribuyente con el pretexto chantajista de proteger la cultura. A los cineastas hay que decirles que hagan buen cine, que seduzcan al público y así levantarán una industria poderosa. Los cineastas tienen una influencia sobre los medios que les permite inflar su caso de una manera totalmente antidemocrática. Ahora quieren linchar a mi amigo Miguel Ángel Cortés..."

Semprún: "La reacción de los cineastas fue porque Cortés dijo que los 13 últimos años han sido los peores del cine español. Y eso es una estupidez. Debo aclarar que en España no hay un sistema de subvenciones, que yo también rechazo, sino de crédito condicionado. El cine, lo audiovisual, es una industria futurista, imprescindible para Europa. Ése es el gran matiz".

Vargas Llosa: "Comparto plenamente tu plan de potenciar un cine europeo. ¿Que hay problemas de distribución? ¡Pues demos esa batalla! Pero no con el sistema de cuotas. ¡Eso es una aberración!".

"El sistema de cuotas puede ser válido como medida provisional, dentro de una europeización del cine sostiene Semprún. "Mira, Mario, hay plantas que no nacen a la intemperie. Hay que tratarlas en un invernadero para que luego florezcan al aire libre. Es como la educación. La educación es un invernadero. La sociedad debe volcarse en una educación pública vigorosa porque es la garantía de que luego florecerá lo demás".

La noche nos sorprende hablando de máscaras y enmascarados. Primero, Chiapas. Acudo a un pensamiento de Pascal Bruckner en La tentación de la inocencia: "Cuando no hay otra forma de volverse humano que sublevarse, siempre se tiene razón". Ninguno de los dos está de acuerdo en aplicar esa máxima a la selva Lecuondona. "La situación de los indios es inaceptable", dice Vargas Llosa "pero el gran beneficiario ahora es el PRI, esa dictadura viscosa, el, sistema de control totalitario más eficiente del siglo XX". "En broma que no es broma", dice Jorge Semprún, "prefiero a Bartolomé de las Casas. Me quedo antes con el obispo de Chiapas que con el enmascarado de Chiapas".

La otra máscara es la que utiliza el Partido Conservador británico en una agresiva campaña antilaborista. Hemos visto Londres sembrado de vallas con los ojos del diablo. New Labour; new danger (Nuevo Laborismo, nuevo peligro). Aunque se ríe, espero de Vargas Llosa una defensa de los conservadores. Al fin y al cabo, le envió flores a la señora Thatcher. Pero no estoy ante un hombre aherrojado por dogmas de fe. "La reconversión del Partido Laborista es muy profunda. Se ha convertido en un partido moderno, alejado del populismo, y con un líder muy interesante, Tony Blair. Un socialdemócrata avanzado. Tal como están las cosas, debería ganar con facilidad. Los nacionalistas a ultranza del Partido Conservador, los antieuropeístas, han secuestrado al partido".

En cuanto a Jorge Semprún, es normal que se ría ante un diablillo de cómic. Él conoció al diablo de verdad. Y sobrevivió al olor nauseabundo del infierno. Allá, en Buchenwald. Antes de despedirnos le doy las gracias por haber escrito La escritura o la vida, ese conjuro contra el olvido. Dios le bendiga.

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