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Tribuna:HOGUERAS DE AGOSTO
Tribuna
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El año de Preñolandia

A muy poco de terminar este curro veraniego -mañana, leerán mi última crónica-, me doy cuenta de lo erróneo, a la par que errático, que ha sido mi planteamiento de invertir estas semanas en adquirir elegancia. Cuánto mejor me habría ido de seguir un cursillo de preñología. Porque veo tanta embarazada a mi alrededor, recalando en diversas playas cual ballenas de agosto, que hasta de noche sueño que todo en mi vida rompe aguas, y el cristal líquido de la pantalla de mi ordenador se me antoja -verbo embarazado donde los haya- de líquido amniótico. Qué asco.La preñología debería considerarse como una asignatura anexa o al menos adyacente a los estudios de periodismo. Facilitaría mucho las cosas prepararse para el parto sin dolor, aprender a respirar y hacer ejercicios matutinos con la pelvis: luego te encuentras con Rosario, enfilando la proa hacia Gibraltar como quien va a lanzar un obús, o con Roci-Hito, metida en una piscina king-size para ensayar el desencochamiento acuático del que se ha declarado partidaria, o con Melanie Griffith, o con Madonna o con... Sé que es una necedad y además un presentimiento funesto e inútil, pero cuando las veo me digo que nunca, nunca nos libraremos de este destino de apurar hasta las heces el cáliz de las sucesivas dinastías. Cuando el sol se haya extinguido, las estrellas sean sólo un recuerdo en el firmamento y El Corte Inglés haya desaparecido de nuestra memoria, cuando mi lengua se haya convertido en polvo y en Lugo no haya más que un lago, los hijos e hijas, nietos y nietas de las preñadas de hoy continuarán obsesionándonos.

Para postre, junto a semejante exhibición de retozonas barrigas se reafirma la descorazonadora impresión de que ya no existen cuentos de hadas. Tras el cierre final del matrimonio Diana-Carlos, que ha dejado al borde del suicidio a mi peluquero, esa sensación terrible de que Estefanía está casada con un golfo, especializado en guardar las espaldas por el procedimiento de acercar rabo. Es posible que, si yo fuera la princesa -que podría, ahora que tengo modales-, prefiriera un Daniel Ducruet infiel a, por ejemplo, un Rappel en tanga de leopardo fiel -ver revistas del corazón de la semana-, pero aun así, el comportamiento del bodyguard convertido en Estefanio Consorte le hace acreedor al mayor de los desprecios, sólo similar al que merecen el tránsfuga de Redondela o, redundo, el creador que le diseñó el tanga a Rappel y no le estranguló con él tras haberle visto probárselo. Parece que no hay forma de librarse del acompañamiento de horrores con que la frivolidad ha querido rodearse este verano. Como para compensar lo soso que ha estado todo, la poca gente interesante que ha venido de fuera -si descontamos la reciente visita que el intelectual Príncipe Andrés de Inglaterra ha hecho a Sotogrande-, y la ausencia de grandes escándalos que llevarse a la pluma -que año aquél, el de María del Monte y la Pantoja: me dan ganas de llorar de nostalgia-, como para compensar el tedio, -el verano convoca, en sus estertores, a lo más kitsch entre lo kitsch de sus criaturas.

Una forma de contrarrestarlo puede ser, en cuanto empiece septiembre, entregarse a la nueva austeridad que ya van imponiendo los recién llegados presentadores de la televisión pública. Es como que se acabó el glamur y ya sólo le quedan a una ganas de rezar cada vez que arranca un telediario. Tal vez el look recatado de ellas y el toque cetrino y tristón que ellos aportan debiliten, entre la gente normal, las vocaciones para ser locutor, pero no me cabe duda de que aumentarán las monji/sacerdotales. Más aún si tenemos en cuenta que el Papa, que resiste más que Galindo en galeras, acaba de tranquilizarnos ratificando que María siempre fue virgen.

Tal como están las cosas, ello no sólo constituye linda noticia a recitar con esmero por cualquiera de los nuevos presentadores, sino que incluso me hace trepidar de entusiasmo: al fin, alguien que no está embarazada. Al menos, no de la manera tradicional.

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