Griterío y alarde
Supimos que algo había sucedido por el estruendo que se armó un día de primavera, a media tarde. Era tal el escándalo que algunos de nosotros salimos de nuestras casas para comprobar qué extraordinario suceso había ocurrido. Regresamos al cabo de un buen rato, más del que hubiésemos pensado al partir, para contar con una mezcla de alegría por el bien ajeno y un poco de envidia que a un vecino del barrio de al lado le había caído una quiniela y lo estaba celebrando."¿El barrio de al lado? Será la calle de al lado: suena como si fuese en nuestro cuarto de baño". No, no, el barrio de al lado: ese que es de casitas tan pequeñas que la urbanización original, durante la República, se llamaba Casa Humilde, y que se puede ver desde nuestro piso como un pequeño pueblecito extraviado en el asfalto de Madrid. Esa noche tuvimos que subir el volumen de la televisión y aún así nos costó concentrarnos en la trama (policía rebelde con resaca, fumador y divorciado se enfrenta a todo quisque para denunciar la corrupción del poder), y luego nos quedamos en vela mucho tiempo, pensando en todo lo que haríamos con una quiniela. Desde luego gritar menos.
La verbena se terminó por calmar. Aunque tarde, al fin la calle se acalló y fue devuelta a la normalidad de los bocinazos y la doble fila, y nuestro salón volvió a ser ocupado por el televisor, en cuya continuidad inapagable encontramos fuerzas para sobrevivir: ¿Qué dirán en, el telediario? ¿Habrá una chica guapa en la película? ¿Quién ganará el partido?
No mucho después, sin embargo, tras unas semanas en que durante el día escuchamos más martillazos y taladros de lo normal, por encima de los tejadillos del barrio de casitas comenzó a asomar un chichón. Desde mi atalaya comprobé con el temor de quien se ha estado palpando un grano que el chichón correspondía más o menos al lugar en el que había caído la quiniela.Fui a ver, y en efecto: allí donde antes se encontraba una pequeña casa blanca con tejado rojo y geranios en las ventanas se levantaba ahora una construcción de mármol brillante con ventanas de cristales azules de espejo impenetrable y una chimenea por la que siempre salía humo, incluso en días de calor, para dar una impresión de hogar, dulce hogar, de acuerdo con los manuales de los publicistas. En la parte delantera se había organizado un apretado jardín botánico, donde gracias a las virtudes del plástico y otros nuevos materiales las palmeras podían convivir con los cedros del Canadá. Allí mismo, a la sombra inacabable de las palmeras (durante la noche se encendían focos para mantenerla), el último grito de escultor, directamente importado de California según se fue sabiendo por las revistas, terminaba de modelar unos cuerpos tan esbeltos que hubiesen podido pasar por el ojo de una aguja un poco grande. Jóvenes y jóvenas (tanta belleza no podía ser más que joven) sonreían y se agitaban lenta y sensualmente en torno a la figura del ganador de las quinielas, que también iba en traje de baño.
Eso fue lo único que realmente me llamó la atención del individuo: lo que había engordado desde aquel domingo en que le cayeron las quinielas -unas quinielas con nueve variantes y siete incógnitas como una especie- de bendición para él y maldición para su barrio: pues si él había engordado de una forma que resultaba imposible imaginarle hambriento, al pueblecito anclado en el gris y ruidoso mar de Madrid la fortuna de su vecino le venía grande, primero poco, luego mucho. Inevitablemente el sujeto quiso comprar la casita del lado izquierdo para hacerse una chimenea más grande, y la compró, y luego la de atrás para ampliar su dormitorio, y también la del otro lado, y cuando se hubo comprado todo lo comprable en su orilla dio el salto y estableció una cabeza de puente en la de enfrente, y cuando se hubo hecho fuerte cerró la calle.
Y en ello estamos: no sólo el pueblecito es prácticamente suyo (ha dejado los márgenes habitados, para darle un aspecto humano a su fortaleza) sino que los antiguos vecinos, enriquecidos, le guardan una lealtad absoluta y cuidan de las barreras con una eficacia suiza. Porque hay barreras. Ese es el problema. Dice que es propiedad privada y que no podemos pasar.
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