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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hecho en América

"SER AMERICANO es un estado mental", proclamaba en una de sus famosas charlas televisivas Newt Gingrich, el muy conservador presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. "Ha llegado el momento de invocar el retorno de América a sus raíces morales", había advertido unos años antes Jerry Falweil, líder de la Mayoría Moral, que llamaba a incorporarse a la "cruzada que regenerará América". De la limpieza moral se ha pasado a la pulmonar. La cruzada contra el tabaco, si bien se basa en estadísticas sanitarias acreditadas, es incomprensible al margen de ese regeneracionismo made in USA que hace que cualquier cruzada resulte creíble a muchos ciudadanos. Clinton se ha limitado a ir a favor de la corriente, ganando por la mano a sus rivales republicanos. La declaración de Clinton de que el tabaco es una droga adictiva, lo que permite aplicar un tratamiento restrictivo a su publicidad y venta entre los adolescentes, está relacionada con la inminente campana electoral. Cogido de improviso, el candidato republicano, Bob Dole, ha tenido una actitud más bien defensiva, negando que el tabaco cree dependencia y llamando la atención sobre los puestos de trabajo que la cruzada antitabaco pone en peligro en la industria del sector, especialmente en Estados como Carolina del Norte.Está probado que la nicotina es una droga adictiva y que actúa sobre los centros de placer del cerebro: como las drogas duras, como el alcohol. Sorprendentemente, como el Chocolate, según la penúltima teoría. Clinton se refirió a estudios que demuestran que los jóvenes que fuman cigarrillos tienen más posibilidades que los demás de acabar siendo consumidores de coca o marihuana. Cada día se adhieren al tabaco unos 3.000 menores de 20 años, de los que se sabe que 1.000 morirán por enfermedades en cuyo origen está ese hábito.

La batalla antitabaco se inició en Estados Unidos hace unos treinta años. Fue allí donde por primera vez se obligó a los fabricantes a incluir en los paquetes de cigarrillos la advertencia insólita de que fumarlos podía producir cáncer. El aviso resultaba tan inútil como elemento disuasorio que la medida se extendió sin especial resistencia de los fabricantes a otros países, incluido el nuestro. En España es fumador algo más de un tercio de la población (el 36%), del que, a su vez, casi dos tercios consumen tabaco rubio, gran parte del cual es norteamericano. En 1994, el 13,5% de las muertes fue en España efecto directo o indirecto del tabaco, una proporción incomparablemente mayor que la de muertes provocadas por accidentes de tráfico (2%), por ejemplo. Se sabe, por otra parte, que la iniciación en el consumo de tabaco se produce aquí en edad cada vez más precoz.

Las medidas aprobadas por Clinton van desde la exigencia de identificación de los jóvenes que pretendan comprar cigarrillos -está prohibida la venta a menores de 18 años- a la retirada de máquinas expendedoras situadas en lugares a los que tengan acceso los menores, pasando por la prohibición de su propaganda en revistas dirigidas a jóvenes e incluso de que las marcas de cigarrillos puedan patrocinar acontecimientos deportivos. Sólo en una sociedad como la norteamericana, inasequible al escepticismo, es imaginable que el poder aspire con tanta fe a modificar los hábitos sociales. Se trata desde luego de una cruzada, pero habrá que esperar algunos años antes de considerarla utópica o descabellada. La prohibición del alcohol en los años veinte resultó ambas cosas. Pero otras iniciativas que en su momento parecieron igual de ilusas acabaron extendiéndose por todo el planeta. Como la democracia.

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