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Las mil caras de Bill Clinton

El presidente se presenta ante la convención demócrata de Chicago sin definir su personalidad política

Antonio Caño

Los títulos de las biografías expuestas en las librerías reflejan por sí mismos la polémica sobre el carácter y la gestión de Bill Clinton: Alto voltaje, Cómo Bill Clinton decepcionó a América, El primero de la clase, El tramposo, Sobre el filo de la navaja, Boy Clinton, confesiones de un agente del FBI dentro de la Casa Blanca, Un joven con prisa... A esos libros hay que añadir esta semana el que el propio presidente ha escrito y en el que expresa su profética visión: Entre Hope [su ciudad natal] y la historia.Cada uno de esos trabajos, y otros muchos publicados a lo largo de sus cuatro años de gestión, iluminan algún lado del polifacético personaje: el inteligente, el carismático, el extrovertido, el simpático, el moderado, el caótico, el dubitativo, el inseguro, el infantil, el frívolo, el versátil, el desleal, el izquierdista. Ninguno de esos adjetivos sobra para describir a alguno de los Clinton.

Como hombre, el presidente está más desesperado por la reelección que la mayoría de sus antecesores, tal que un adolescente que necesita el amor unánime para creer en sí mismo. Como candidato, Clinton se presenta a partir de mañana ante la convención de su partido en Chicago con el saldo de una obra relativamente positiva, pero sin definir aún su personalidad política. Ningún otro presidente norteamericano antes de Clinton ha despertado, tal interés por el análisis de su psicología. Porque ninguno ha sido tan franco y misterioso al mismo tiempo, tan abierto y tan contradictorio. Esa complejidad constituye, para algunos, un tremendo peligro para EE UU, y para otros, un rasgo de su gran humanidad. Pocas figuras de este país suscitan tales sentimientos de amor y odio.

"Es casi imposible no caer encantado por él, y es casi imposible no resultar decepcionado con él", opina el periodista Todd Purdum.

De Bill Clinton puede destacarse su obsesión por hacer la política que rinde en las encuestas o su corazón para acercarse a una familia desvalida y decirle: "Siento su dolor". Puede mencionarse su capacidad camaleónica para cambiar de opinión o su sensibilidad para escuchar a todo el mundo y tratar de satisfacerles. Puede valorarse su instinto conspirativo en Whitewater o su inocencia para confesar aspectos tan íntimos de su vida privada como el modelo de sus calzoncillos.Sus primeros cuatro años en la presidencia ofrecen algunos logros innegables. Durante la campaña de 1992 prometió la creación de ocho millones de puestos de traba o, y ya ha sido superada esa cifra en dos millones. Prometió reducir a la mitad el déficit fiscal, y lo ha conseguido (en porcentaje sobre el tamaño de la economía). Prometió extender una red de protección social, y algo hizo: la primera ley que obliga a mantener el sueldo de las mujeres embarazadas, el aumento del salario mínimo, una ley para mejorar el seguro médico. Prometió reducir la burocracia, y lo ha hecho, eliminando más de 200.000 puestos en el aparato estatal. Prometió una ley sobre la reforma del welfare, y la ha firmado. Bajo su mandato, el índice de criminalidad ha caído por primera vez en varias décadas, y han sido prohibidas algunas armas de fuego.

En política exterior, su papel ha sido irregular. No ha sido el presidente de liderazgo indiscutible que el resto del mundo solía ver en Washington. Pero contribuyó a los procesos de paz en Haití, Oriente Próximo e Irlanda del Norte. Consiguió la ratificación del Tratado de Libre Comercio y del GATT, y ayudó a México en un momento crítico para su economía. El mayor éxito en esa área fue el de conseguir, por su decisión personal, un alto el fuego en Bosnia, que todavía dura.

Todos esos méritos se han visto empañados por esa personalidad engañosa que le impide redondear su obra. En palabras de uno de sus compañeros de partido, Mario Cuomo: "La dificultad con Clinton es que lo que dice sobre el éxito de su gestión es bastante cierto, pero el pueblo norteamericano no termina de creérselo".

Es probable que si se pregunta a los norteamericanos qué recuerdan de los primeros cuatro años de Bill Clinton no mencionen casi ninguno de los logros reseñados, sino el fiasco de los homosexuales en el Ejército; su declaración de que fumó, pero no inhaló, marihuana; el fracaso de su intento de reforma sanitaria, y sus escándalos de faldas.

Los rumores sobre sus aventuras sexuales en el pasado han perjudicado mucho a Clinton, no tanto porque le puedan restar votos, sino porque le han restado credibilidad. Un presidente que es continuamente objeto de la burla de los cómicos de televisión por su, supuestamente, desaforada afición por las mujeres y las hamburguesas baratas no resulta un presidente de confianza para muchos. Algunos de los cuales votarán de todos modos por él antes que por Bob Dole, pero difícilmente creerán en él.Afortunadamente para Clinton, lo que se requiere para ganar el 5 de noviembre no es credibilidad, sino votos. Y éstos le suelen ser favorables. Clinton se ha sometido a elecciones cada dos o cuatro años a lo largo de sus 22 años de vida política, y tan sólo ha perdido una de ellas. La explicación de ese éxito puede tener que ver con su indefinición.

"Un Clinton con una línea ideológica más clara frustraría menos a sus simpatizantes, tendría aliados y antagonistas más permanentes, ganaría más respeto, pero no hay ninguna razón para pensar que tendría una mayor base de apoyo electoral", ha escrito Jacob Weisberg en su libro En defensa del Gobierno.La última pirueta de Clinton se llama "triangulación" y fue inventada por Dick Morris a raíz de la espectacular victoria que llevó al Partido Republicano al control de ambas cámaras del Congreso en 1994. La triangulación -término copiado de la política de Richard Nixon con China y la URSS- consiste en situar al presidente en un vértice equidistante de demócratas y republicanos, convenientemente protegido del fragor político diario. La triangulación obligó al presidente a olvidarse del activismo frenético de los primeros años -cuando se decía que era como un piloto que quería apretar todos los botones de la cabina al mismo tiempo- y sumirse en una actitud moderadora, que le dio buenos resultados. "En los primeros meses estaba frecuentemente actuando al límite de mis posibilidades", ha confesado Clinton.

Explicada por el propio autor de la triangulación, la actitud de Clinton es la siguiente: "Regatea. No navega con el viento. Regatea. Si el viento sopla muy fuerte en una dirección, él se desvía un poco a la izquierda. Cuando el viento cambia, se mueve un poco a la derecha. Pero siempre apuntando hacia su objetivo; no navega a la deriva".

Mario Cuomo, que es uno de los muchos críticos del poder que Morris ha ganado sobre el presidente, lo ve de otro modo: "La idea de la triangulación es que el presidente esté con un pie en bote y otro pie en tierra sin perder el equilibrio. Correcto. Pero el problema es que puede llegar una pequeña ola y terminar triangulando al presidente de espaldas sobre el agua". Ese peligro parece alejarse ahora que Clinton está en campaña electoral y la triangulación se hace menos necesaria. La intensidad de una campaña presta mejor a sus cualidades apasionado conquistador. "Su capacidad para absorber los probemas de los demás pueden ser deslumbrantes", opina Purdum.

Cada vez que el presidente se planta con un micrófono ante un grupo de norteamericanos para confesarle sus ambiciones, sus esperanzas, incluso sus dudas, lo hace con tal convicción que es dificíl no tomarle aprecio. El problema es que horas más tarde puede expresar, con la misma convicción, otras ambiciones, otras esperanzas y otras dudas ante un grupo distinto de oyentes. "Cada norteamericano puede ver una parte de él reflejada en este presidente", han dicho varios de sus biógrafos. Y eso es así porque, en continua reinvención, Clinton puede enseñar cada día una versión distinta de sí mismo. Quizá no sólo por cinismo pragmatismo, sino también por honestidad para manifestarse, como un ser humano inseguro y contradictorio.Clinton promete ahora completar su definición como líder en un segundo mandato. En su reciente libro, el presidente critica tanto el modelo estatista defendido por algunos como el modelo ultraliberal propuesto por otros. Él propone quedarse en el medio entre la izquierda y la derecha, entre demócratas y republicanos, entre Hope y Washington. Clinton ha aprendido que es así como se ganan elecciones. Pero su objetivo es ahora probar si así se gana también un puesto en la historia.

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