El caracol
Si hemos de creer a algunos expertos en la creación del mundo, el caracol se ejecutó al final, con las rebañaduras de las partes blandas del resto de la vida, igual que esa tortilla viscosa que los cocineros ahorrativos hacen con el huevo que sobra de rebozar los filetes de merluza. Está compuesto, pues, de virutas albuminoideas, caspicias membranosas, despojos elásticos y migajas celulares conjuntivas. Es el producto de la última expectoración de la maquinaria creadora, de ahí su aspecto visceral. Como el resto de los invertebrados, llegó tarde al reparto del tejido óseo y hubo que colocarle encima una ensaimada de sarro, llamada concha, que hace las veces de un esqueleto externo.Pese a sus humildes orígenes, este animal excéntrico, que no servía para nada, logró conquistar un espacio propio entre los cuerpos extraños, no ya trabajando como símbolo de esto o de lo otro en las mitologías partidarias de la lentitud, sino incluso como perversión gastronómica de las clases altas. Se desplaza con un pie ventral muy rudimentario que produce movimientos hipnóticos, por lo que también ha sido utilizado como modelo para la fabricación del Valium 10, el Trankimazin y demás compuestos farmacéuticos productores de esa pereza epitelial y calma blastoderma con la que se combaten los trastornos de angustia y la ansiedad.
Tiene un pariente pobre y pulmonado, la babosa, que es en esencia un moco cavernoso. Si le haces la autopsia y observas con atención sus meatos, puedes ver, resumido, todo el proceso de la creación del universo, igual que de un análisis de orina deduces el riñón. Entonces te das cuenta de que el mundo ha sido hecho por un temperamento obsesivo, muy preocupado de que no faltara de nada. Y no falta, pero es evidente que sobra el caracol, o al menos su cuñada, la babosa.
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