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El robo más dulce

Jan Martínez Ahrens

Las víctimas del beso del sueño viven horas, dulces antes ser desvalijadas. Y es que la técnica de los ladrones es siempre la misma: primero el acercamiento, luego la palabra suave que eleva el ánimo, después la caricia y el beso, y finalmente el éxtasis que tumba al incauto en pleno goce lírico. Las víctimas, habitualmente, son hombres, hombres en busca de diversión a los que es fácil conquistar el corazón antes que, la cartera.Alguna vez el incauto incluso fue pescado a pares. Eso fue lo que le ocurrió a Domingo P. en enero de 1988. El hombre había decidido correrse la juerga de su vida y dejó la novia en casa. Se dirigió a la discoteca Tosca con unas amigas a las que rápidamente abandonó cuando conoció a las prometedoras Fátima y Elisa. Con ellas se marchó a la sala Boccacio, donde, al amor de los ardientes besos que le estampaban ambas mujeres, empezó a pensar que aquella era realmente su noche. No sabía que a cada beso le estaban introduciendo el narcótico. Con todo, Domingo, se sacudió el sueño y decidió llevárselas a su apartamento de Torrejón. Allí, sacó de la nevera unos botellines de cava. Alegría. Fátima y Elisa aprovecharon para verterle en la copa más narcótico: un barbitúrico denominado Rohipnol que induce al sueño y que, mezclado con alcohol, potencia sus efectos -de ahí la secuencia alegría sueño que experimentan las víctimas-. Domingo quedó fulminado y sin 1.700.000 pesetas. Ambas mujeres fueron condenadas a dos años y medio de cárcel.

Y se las hay que atacan a pares, otras lo hacen a solas pero a mansalva. Así ocurrió con María Dolores S. M., de 28 años, quien en septiembre de 1993 fue detenida bajo la acusación de haber desvalijado a ocho hombres. Una cifra que se le antojó insuficiente a la policía, que hizo público un teléfono para recibir más denuncias.

A quien todavía no se ha detenido es a la despampanante joven que desvalijó a un abogado el Viernes Santo pasado. El hombre conoció casualmente a su ladrona en un restaurante. La mujer, sentada en una mesa contigua, casi había terminado a su cena. El abogado le echó el ojo y decidió ligarsela. Una charla distendida y, finalmente, al piso. "Al principio se hacía la tímida", comentó el abogado. En un interludio amoroso, la mujer le vertió un narcótico en la bebida y le desplumó: 200.000 pesetas. El letrado aún se ríe: "Por lo gilipollas que fui". Al igual que muchas otras víctimas, no presentó denuncia. Les puede la vergüenza o que la cana al aire ponga los pelos de punta al cónyuge.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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