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Reportaje:EXCURSIONES: EMBALSE DE PINILLA

Costa rica

Un paseo alrededor de la primera gran presa del Lozoya, tesoro de aves, agua pura y playas secretas

En plena canícula, cuando Febo surca el valle del Lozoya por todo lo alto desde Mondalindo hasta Peñalara, vacas hay que caminan sobre las aguas bajas del embalse de Pinilla como en una versión bovina del milagro del Tiberíades. Las benditas cornudas andan como niñas por un MacDonald's: tienen líquido dulce a mares, jugosos pastos ribereños y sombrías fresnedas. Nada más le pueden pedir a una mañana candente de agosto. Y el excursionista, tampoco.Vaqueros cántabros fueron los que repoblaron esta nava allá por el siglo XII. Hay quien dice que se asentaron junto a unas peñas, y que de aquellas penillas o pinillas le viene el nombre a Pinilla del Valle. Todo pudiera ser. Tres siglos más tarde, los pastores obraron una iglesia sólida como una montaña. Las guías turísticas la pintan así: "Parroquia de la Santísima Trinidad. notable fábrica de una nave, con cubierta de madera y la capilla mayor cuadrada, bóveda de crucería, diecisiete claves sobre ménsulas, columnas góticas, laudas sepulcrales y pinturas al fresco. La portada se abre por medio de un arco con dos arquivoltas, enmarcada por un alfiz quebrado. En el arranque del arco, el toro, el león y el águila que hacen referencia al Tetramorfo". Mas el caminante no ha traído diccionario. Lástima. ¡Laudas sepulcrales! ¡Tetramorfo! ¡Qué barbaridad!

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El excursionista sólo trae esta mañana las viandas de costumbre y un casto bañador, que es prenda que siempre echa al morral cuando se va a arrimar al Lozoya. Y así, pian piano, ufano y escotero, baja por las calles de Pinilla relamiéndose de gusto, cuando nada más cruzar el puente que cae a manderecha del pueblo se topa con este letrero: "Prohibido bañarse. Firmado: Canal de Isabel II". Ante la disyuntiva de darse media vuelta o hacerse el sueco, el excursionista se decanta lógicamente por la opción escandinava, pero como sabe que le pueden llover capones en la cabeza, se arma de las siguientes tres razones para desobedecer públicamente: a) el agua de] embalse proviene del río de la Angostura o Lozoya, donde se chapuzan como caimanes cientos de domingueros; b) si las vacas abrevan, se remojan las tetas e incluso frezan en el embalse, ¿a qué tanto escrúpulo de Marigargajo por un bípedo que se ducha a diario?; y, sobre todo, c) es que hace muchísima calor, jo.

De modo que, haciéndose de nuevas, el caminante reanuda su gira pegadito a la orilla y, siguiendo primero un camino carretero y luego un sendero, comienza a descubrir playas y calas recónditas, ceñidas por robledales y cantiles de roca caliza. Su estupor sólo es comparabe al de las ánades y las garzas reales, que dudan del intruso con su perfil interrogante. Más cerca del cielo no cabe estar: ni siquiera en las cumbres que, desde Peñalara hasta el Nevero, pasando por el Reventón, cierran el magno panorama al septentrión.

Cercas ruinosas y árboles muertos asoman fantasmagóricos a la superficie no lejos de la costa: vestigios son de aquellos campos de cebada y centeno, o panes, de los que aún guardan memoria los mayores del lugar. Entonces, el Lozoya era sólo un río. Entonces, vivían de la madera, el carbón vegetal y la ganadería. Entonces, llegaron los del Canal y levantaron, en 1967, una presa de planta recta y 300 metros de longitud en la coronación. Se perdieron pastos y cultivos; se perdieron la ermita de Santa María de las Vegas y el viejo camposanto de Pinilla. En cambio se ganó agua, que no ha dejado un céntimo a los mayores del lugar.

Rodeando la verja de la presa, el excursionista emprende el regreso por la cañada que recorre la orilla contraria. Al pueblo de Lozoya, que ocupa un trecho de esta ribera, llegan muchedumbres de bañistas, piragüistas, windsurfistas y familias numerosísimas con neveras, barbacoas, bronceadores y todo lo necesario para pasar un día realmente pringoso. El caminante, la verdad, casi prefiere las vacas.

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