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Tribuna
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El hermano

Manuel Rivas

En España es muy difícil ser conservador y liberal a la vez y no estar loco. Quizá es lo más dificil. Ya lo decía don Claudio Sánchez Albornoz, al que zurraron los carcas por ser liberal. Es así, tío. No se puede ser skin head y skin red durante mucho tiempo sin que se te fundan las neuronas.Hay un gran equívoco en el ambiente. Históricamente, la querencia española por el padrinazgo del Estado no es un sentimiento popular. Más bien al contrario. El pueblo, cuando se le habla tanto de Estado, nota la amenaza de un tábano en la oreja. El pueblo es más bien estilo Durruti. El pueblo, cuando pudo, voló por encima del Estado como una bandada de cisnes por encima del desierto. Con sus escuelas racionalistas, sus ateneos, sus mutuas y sus socorros. El viejo campesino que dibujó Castelao rezaba ante el crucifijo esta oración: "¡Dios nos libre de la justicia!". Como quien dice, "¡Dios nos libre de los aparatos del Estado!".

Es probable que los descendientes de ese campesino cobren ahora una modesta pensión y que puedan operarse los riñones en un hospital público. Reciben, o se les devuelve, algo que no sea un palo o un nuevo tributo. Todo esto es muy reciente. Una excepción histórica. Una rendija en el castillo copado por las élites.

La revolución del pueblo era ilusoria. Cómo no alegrarse, pues, de la revolución de los de arriba, tan refrescante, tan liberal. ¡Menos Estado, más sociedad! Ya no se funde el árbol genealógico con el de la Administración, como ocurría desde la Casa de Indias y la Santa Inquisición. Es una revolución porque hasta ahora nadie en el poder le decía a un, hermano: "Venga, Manolo, déjate de Estado y anímate en el sector productivo".

Tan revolución es que Manuel Aznar ha decidido defender al pueblo.

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