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Unos Juegos sin organización

El colapso amenaza las competiciones

, Tres de la mañana de ayer, en la esquina de las calles Baker y Harris, a 50 metros de la entrada del Centro de Prensa de los Juegos. Mil periodistas vuelven a estar absurdamente tirados cuando bastantes de sus colegas están dentro, porque se encontraban trabajando cuando se produjo la explosión, apenas medio kilómetro más allá. Más de una hora, tuvieron que pensar los encargados de la seguridad para darse cuenta de que el problema no eran los informadores y que no hacía falta decirles que había estallado una bomba. Precisamente estaban allí por eso y sólo pretendían trabajar como los que ya lo estaban haciendo en el interior. Pero todo es inútil en estos Juegos excepcionales como los calificó Samaranch antes de su apertura. La gota que les faltaba para derramar el vaso de tanto desastre acumulado en la primera semana acabó de venir ayer en forma de tragedia. Lo que se temía mucho más en Juegos anteriores (en Seúl y en Barcelona, sobre todo), se produjo ayer. Los fallos han tocado fondo y estos Juegos se recordarán además de por mal organizados, por una tragedia.

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De un mundo cuadriculado no cabe esperar más que actuaciones automáticas y desporporcionadas, y eso es lo que ha sucedido jornada a jornada hasta la explosión de ayer. Un error en la pérdida de unas maletas a la llegada a un aeropuerto, como el primer día, se convirtió en la busca del Arca perdida. Una salida de una ceremonia de apertura de uno Juegos Olímpicos en la espera del juicio final. Intentar saber unos resultados que a veces llegan al día siguiente, descartar comprar un ordenador IBM. Encontrar un aparcamiento en alguna de las instalaciones, preguntarse para que sirve el coche en el país de los coches y estacionar en cualquier sitio. Llegar a los controles de entrada y encontrarse con algún especialista cualificado por 20 voluntarios que ni miran bien el contenido de las bolsas tras iniciar el proceso, tener la sensación de que lo ocurrido ayer podía Pasar en cualquier momento. En el fondo, los únicos controlados parecían ser las personas debidamente acreditadas y, por lógica, bien controladas: atletas, técnicos y periodistas.

Pero es inútil. La descoordinación en la seguridad posterior a la explosión corrió no menos pareja con la desproporción de las actuaciones policiales. Lo mismo que dos días antes un agente se convirtió en el capitán Trueno esposando a dos atletas por orinar uno y esperarle el otro, los periodistas se convirtieron en casi delincuentes, cuando éstos parecen trabajar con toda comodidad.

El downtown de Atlanta fue acordonado aún más, de una forma absurda, y acabó de colapsarse. No tiene, sentido tener calles enteras cerradas sin un solo carril disponible, porque puede necesitarlas Bill Clinton. Pero el presidente no ve todos los días el desastre que se ha montado aquí. Hasta Samaranch tiene miedo a que venga.

La intención del COI es que los Juegos sigan con normalidad, pero va a ser difícil si la seguridad sigue equivocada y no deja actuar o trabajar. Y parece dificil mejorar un sistema malo sin molestar aún más. El que Jesús Carballo llegara tarde al concurso general individual de gimnasia hace unos días puede ser una broma al lado de lo que se avecina.

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