El saltamontes
Uno de los instantes más delicados en el proceso de maduración de un niño es cuando se cruza en su existencia, por primera vez, un saltamontes. Si tiene la fortuna de encontrarse junto a adultos de carácter práctico, que simulan no haber visto al bicho, el pequeño adquirirá en seguida la capacidad de distinguir la fantasía de la realidad. Si, por el contrario, quienes le acompañan en ese momento decisivo para su formación se refieren al saltamontes con la naturalidad con la que hablamos de las cosas reales y tangibles, el niño permanecerá atónito durante el resto de su vida.Y es que ese animal extravagante que cae de súbito en la mesa del desayuno para añadir un punto de desasosiego a una jornada de verano que se prometía feliz no viene de la acacia cercana, ni del seto de boj, sino del sueño del que acabamos de despertar o, en todo caso, de una dimensión vecina a la nuestra cuyos tabiques no están bien sellados por algunas junturas. De hecho, una de las cosas más desconcertantes para los biólogos es que las plagas de langosta, compuestas por millones de individuos, surgen de la nada y regresan a ella con la agilidad de un conejo en la chistera del prestidigitador. Finalmente, se ha improvisado una explicación inverosímil: que el saltamontes. actúa como insecto social o solitario según determinadas condiciones ambientales no especificadas.
En cualquier caso, aunque desde el punto de vista económico es más perjudicial en su versión gregaria, lo que perturba de él es su soledad entomológica y su mirada globulosa cuando aparece en tu vida como el que cae de Marte. Su hábitat preferido es el pensamiento de niños desocupados y padres ociosos. Si lo tratas como si fuera una fantasía, salta y se va a otra cabeza. Pero si se te ocurre jugar con él, ya nunca diferenciarás lo verdadero de lo falso.
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