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Tribuna
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El accidente

Nada de extraño en que la primera hipótesis sobre el accidente de TWA recayera sobre el mal estado del aparato. Todos los que hemos volado el océano en ésta y otras compañías nos hemos estremecido con la reciente catástrofe no sólo porque nos hubiera podido pasar, sino porque a menudo pensábamos, al embarcar y echar un vistazo, que ciertamente nos iba a pasar. Si la compañía soviética Aeroflot acumulaba la mayor tasa de accidentes del mundo, su certificación aparecía siempre más clara en el estado de la carlinga que en las estadísticas. Si lo visible presentaba ese descuido, ¿cómo no suponer que bajo la chapa la situación sería, al menos, de igual condición? La experiencia de un viaje en varias aerolíneas durante los últimos tiempos provoca parecida inquietud.En Estados Unidos, las medidas de seguridad son incomparablemente más severas que las de Rusia o la República Dominicana pero la voracidad por hacer negocio no tiene comparación. La dirección de TWA anunciaba estos días que sus ingresos se habían multiplicado por cinco en los últimos meses. Ante uno y otro vuelo, los pasajeros se tropiezan con un overbooking tan frecuente que la empresa -como otras americanas- tiene establecida una compensación económica para aquéllos que desistan de su plaza. El Boeing 747 es el avión más seguro, pero no tanto si ha cumplido 25 años a plena carga en TWA, en Iberia o en Aeroflot. Muchos hay de tal clase en continuo uso.

Los accidentes forman parte fatal en una acumulación de viajes y el terrorismo está formando parte de nuestras vidas. La muerte es irremediable en muchos supuestos, pero en otros es además un crimen. En este caso, las dos hipótesis estimadas, la locura política o la locura ecónomica, despiden el mismo aire de terror.

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