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JJ OO de Atlanta

Un gigantesco espectáculo abre Atlanta 96

Una ceremonia a la americana, con un presupuesto de 2.700 millones, da paso a 15 días de emociones

Santiago Segurola

Un gigantesco espectáculo abrió anoche los Juegos Olímpicos de Atlanta. No podía ser de otra manera cuando se trata de un acontecimiento que alcanza su mayor difusión precisamente en la ceremonia de apertura. Esta característica explica exactamente la naturaleza de los Juegos, cuya parte creativa supera el sentido de la competición. Y ningún país está más dispuesto a aceptarlo que Estados Unidos, una nación vinculada a todo lo que se vio en la inauguración: las coreografías grandiosas, los números musicales, el sabor de una buena tarde en el circo, la celebración de la intrascendencia. Los Juegos más americanos se abrieron a la americana, naturalmente.Sepultado por una catarata de luz, sonido y gente, se produjo el viejo ritual olímpico del desfile y el encendido de la antorcha. En medio de un despliegue en el que participaron más de 7.000 personas, la noción del comienzo de los Juegos quedó un poco diluida. Por supuesto hubo espacio para los discursos oficiales, para la intervención del presidente Bill Clinton y de Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional, y se saludó con alegría las apariciones de las delegaciones en el estadio, que estalló de emoción cuando el legendario luchador Bruce Baumgartner entró con la bandera estadounidense. Pero la tarde estaba destinada a otra cosa, a disfrutar de la fiesta con una bolsa de palomitas en una mano y un refresco en la otra.

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El desfile alternativo

La pretensión de un espectáculo a la manera más americano posible quedó explícita en la designación del director de la ceremonia, Don Mischer, un veterano de la. producción de espectáculos para Hollywood y la televisión. Todo el segundo número, el aparatoso despliegue de centenares de animadoras y animadores por el césped de estadio, tenía eso que se llama un profundo sabor americano y, al mismo tiempo, una evidente falta de contenido. Al espectáculo casi siempre le resultó difícil seguir el hilo conductor de un mensaje, al contrario que en Barcelona, cuya ceremonia de inauguración logró difundir perfectamente sucesivamente la idea de meditetraneidad, progreso y universalidad de una ciudad y de un país.

La ceremonia resultó apabullante por el despliegue, por una producción que ha costado 1700 millones de pesetas. Resultó evidente que algunos aspectos eran deudores de la apertura de Barcelona 92. Varios de los principales encargados de la realización de la ceremonia de Montjuic: participaron en el diseño del montaje de Atlanta. La mano del inglés Peter Minshall, el hombre que se encargó de cubrir con olas de tela el estadio olímpico de Barcelona, se apreció particularmente en la tercera parte, denominada Summertime, the beauty of the South (Verano, la belleza del Sur), un homenaje a las gentes del Sureste americano y algunos de sus personajes más, celebrados, como los novelistas Thomas Wolfe y William Faulkner.

Poco antes, la magnífica Gladys, Knight, una de las veteranas reinas de la Tamla Motown, había elevado el nivel de la noche con su interpretación del célebre Georgia on my mind. Pero ese momento vino a significar lo que son los Juegos, quiénes los dirigen, en nombre de qué intereses se toman las decisiones. El hombre de Georgia in my mind no puede ser otro que Ray Charles, uno de los artistas más universales de nuestro tiempo. Pero hay fuentes que aseguran que su nombre fue vetado tajantemente por Coca Cola. La razón: Ray Charles anuncia Pepsi Cola. Cuando se discuten cuestiones comerciales, no hay sentimiento, que valga.

En la tribuna, el hervidero era comparable al del escenario. Varios dirigentes mundiales se habían acercado a Atlanta para presencia la inauguración de uno de los acontecimientos que simbolizan . nuestro tiempo. Bill Clinton, presidente de Estados Unidos, llegó a primera hora de la mañana acompañado de su mujer Hillary y de su hija Chelsea, visitó la Villa Olímpica, saludó a los atletas norteamericanos y acudió al estadio en medio de unas medidas extraordinarias de seguridad. La delegación española estaba encabeza por la reina Sofía y el príncipe Felipe, abanderado hace cuatro años del equipo español en los Juegos de Barcelona.

Y como parece corresponder a la tradición, otro regatista, Luis Doreste, empuñó la bandera delante de un equipo que acude a la cita olímpica con la pesada carga de las 23 medallas que consiguió en Barcelona, pero con la autoestima que siempre le había faltado al deporte español hasta los Juegos de 1992.

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