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El día en que nadie habló de fútbol

Claro que el día en que nadie en Madrid habló de fútbol fue un cálido domingo del mes de julio y, naturalmente, eso tuvo mucho que ver: los jugadores estaban disfrutando de sus breves y bien merecidas vacaciones, y muchos capitalinos también estaban de vacaciones o pasando el día fuera de la ciudad, así es que había muchas menos oportunidades de que alguien mencionara el fútbol. Y después de tantas emociones, al fin había terminado la Eurocopa: casi parecía que la gente necesitaba descansar de tanta charla sobre fútbol.En el bar Riviera de Carabanchel Alto, con los cierres bien echados, ningún cliente lanzó un duro de propina dentro del bote desde una distancia considerable, mientras otro exclamaba: "¡Caray, ojalá Raúl tuviera esa puntería!", antes de tirar su vaso de cerveza de un manotazo. En el televisor apagado de la Pensión Mayor, situada en la calle del mismo nombre, nadie dio su autorizada opinión cuando un jugador atajó a otro, éste se levantó de un salto y retrocedió corriendo, el primer jugador volvió a atajarle, él se levantó de nuevo y retrocedió corriendo, y entonces le acosaron otra vez... La Peña Rayista de Vallecas estaba cerrada, en sus silenciosas salas había un curioso olor seco, levemente rancio pero no desagradable.

Y en mayor o menor grado, lo mismo sucedía en toda la ciudad durante ese domingo de julio: en ningún estadio, casa, coche, calle, bar, parque, restaurante, discoteca, hotel, club social, cine o asociación de vecinos de toda la Villa y Corte hubo ni una sola discusión sobre un penalti, ningún contraste de pareceres sobre el equipo que quedó segundo en la Liga de 1974, ni la menor diferencia de opinión, civilizada o groseramente expresada, respecto a quién fue el más grande jugador de todos los tiempos.

Vamos, ni una palabra.

En cambio, Ricardo N. y su joven esposa, Marta, tras meses de búsqueda desesperada, encontraron un buen piso en Argüelles, por un alquiler increíblemente razonable y firmaron el contrato ese mismo día.

Alicia M. y su novio, Paco, fumaron una hierba fantástica en su buhardilla de Malasaña y, mientras escuchaban discos de la primera época de los Beatles, hicieron el amor más y mejor que nunca.

Josefina D. llevó a su anciana madre al concierto de la banda del Retiro y después disfrutaron de una, excelente cena al aire libre en un restaurante de la calle de Segovia y se rieron horrores, y Josefina se sintió más unida a su madre de lo que se había sentido en muchos años.

Y Ramón G., de 12 años, terminó orgullosamente Los árabes en España. Sentado en la pequeña terraza, con la ciudad casi silenciosa a su alrededor, justo cuando el sol se ponía, Ramón sonrió para sí, maravillado ante las glorias que aquellos moros habían creado, y hasta se imaginó en la Alhambra escuchando el suave murmullo del agua que tanto amaron.

Y ese día hubo varios sucesos semejantes en la capital.

Pero la vida madrileña volvió pronto a la normalidad, rápidamente la gente se puso a hablar de fútbol otra vez. El Atlético de Madrid derrotó contundentemente a un gran equipo latinoamericano en un torneo internacional, victoria que fue ruidosamente vitoreada.

Un popular programa radiofónico volvió al aire después de las vacaciones. Esa primera noche la centralita tuvo sobrecarga de llamadas, y la emisión consistió en una charla constante sobre fútbol dirigida a los atentos oyentes quienes, a su vez, hacían sus propias observaciones en casa.

Y en los diarios deportivos de la capital, los principales comentaristas y analistas de fútbol volvieron al trabajo tras sus vacaciones. Bronceados, relajados, entusiastas, se dedicaron al importante asunto de hacer un periódico. Liga reñida y Apretada Liga clamaban los titulares al día siguiente.

Manolo P. y Pepe M., dos pensionistas que tomaban una copa en el reabierto bar Riviera, estuvieron de acuerdo en que esas palabras definían con gran exactitud las posibilidades de la nueva temporada. Sin embargo, cualquiera sabe quién ganará la Copa, observó Pepe. Hombre, claro, le dijo Manolo a su amigo, eso está por ver.

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