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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Princesa adosada

LA RUPTURA de un matrimonio regio, el de Enrique VIII y Catalina de Aragón, es uno de los referentes esenciales de la monarquía británica. En tal acto se encuentra el origen de la declaración de supremacía de Westminster sobre Roma y del monarca inglés como cabeza de la Iglesia anglicana. Cuatrocientos sesenta y dos años después, un divorcio, el de los príncipes de Gales, vuelve a poner la cuestión en el ojo del huracán constitucional y político de ese país.Mañana comenzará un largo procedimiento que debería culminar hacia el 28 de agosto con el divorcio de Carlos y Diana, protagonistas del mayor culebrón de la historia de las monarquías modernas. El próximo 29 de julio se cumplirán 15 años de un matrimonio -marcado primero por la fascinación popular y luego por escándalos de diversa índole -que han contribuido al deterioro de la imagen de una familia real donde han proliferado las rupturas matrimoniales.

Los términos del divorcio fueron parcialmente anunciados el viernes. Las condiciones económicas se mantienen discretamente secretas, lo que no ha impedido que se especule sobre lo que realmente recibirá Diana: unos 17 millones de libras esterlinas (en torno a 3.400 millones de pesetas), además de otros bienes y privilegios inherentes a su condición de madre de un futuro rey. Sin embargo, la ubicación de la princesa en el entorno de la familia real sí quedó desvelada. Técnicamente Diana no será parte de la familia, aunque la reina Isabel y su ex marido seguirán "considerándola" como tal. No será parte de la casa, sino que será una especie de princesa adosada, con un papel público. Se la desposee del tratamiento de alteza real pero seguirá siendo Diana, princesa de Gales.

A pesar de la fascinación popular que ejerce la princesa, el mayor problema se plantea con el heredero de la corona, un príncipe Carlos que ya ha cumplido 47 años. Una vez liberado de sus lazos matrimoniales, tiene las manos libres para desposar al amor de su vida, Camila Parker Bowles. En principio, si eso sucediera, no debería suponerle ningún problema legal en un país que rompió con Roma para autorizar el matrimonio de uno de sus soberanos -Enrique VIII- tras un divorcio. Pero en los útimos 280 años ningún divorciado ha subido al trono británico, y el país guarda aún mal sabor de la abdicación del rey Eduardo VIII en 1936 para casarse con una divorciada norteamericana.

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Aunque el divorcio no impide a Carlos seguir siendo el príncipe heredero y aspirar a ser rey y gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra, su futuro institucional podría verse seriamente empañado si volviera a casarse. No parece tener intenciones de ello. Pero aún es pronto para dilucidar esta cuestión. Entretanto, las miradas se van fijando cada vez más en su hijo mayor, el príncipe Guillermo, para el día en que la reina Isabel, hoy de 70 años, falte.

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