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La gastronomía y la muerte

Juan José Millás

Hace un par de semanas no sabíamos si la visita del presidente chino había sucedido aquí o en Nacional. Hoy tenemos la misma duda con la purga de Elena Salgado, que este periódico dio en Cultura, aunque la felonía se perpetró a dos pasos de Cibeles. Casi al mismo tiempo, José Barea disparaba desde El Escorial, como en una toma simbólica de Madrid, con nuestras pensiones. Pero la. noticia salió en Economía, que es un país sin localización geográfica aunque de enorme potencial mortificador. Lo que demuestra que las cosas suceden al menos en dos sitios a la vez: una en el mundo de las ideas y otra en éste. Los redactores jefes no saben muy bien en cuál de los dos ámbitos; publicarlas, así que unos días caen en un lugar y otros en otra. No se lo reprocho: yo tampoco sabría qué hacer, así que las metería simultáneamente en muchas secciones, con lo que me saldría un diario redundante e iríamos todos; a la ruina.A quienes nos movemos por el periódico como por el interior de la ciudad nos desconcierta mucho que lo que sucede en un sitio aparezca en otro, como si de súbito la plaza del Marqués de Salamanca se nos apareciera en Callao, o María de. Molina en Moratalaz, lo que, si hemos de ser sinceros, también nos ha sucedido en algunas ocasiones. Ahora mismo, por ejemplo al deambular por la sección de Necrológicas, si es viernes, en lugar de un muerto encuentras un excelente artículo gastronómico de Feliciano Fidalgo. Admiro a Feliciano y estoy deseando encontrar cosas suyas en estas páginas, pero me produce sentimientos antagónicos dar con ellas en un lugar reservado el resto de la semana a los cadáveres. Además, la sección se llama Comer, beber, vivir, o sea, que es un canto a los placeres corporales efectuado desde un lugar donde los cuerpos ya no hacen otra cosa que descomponerse. El otro día recomendaba los embutidos ibéricos y el confit de pato de un restaurante madrileño, así que a mí se me empezaron a alborotar los jugos gástricos y en seguida me sentí culpable, como cuando en las incineraciones de los seres queridos se, te abre el apetito a causa del olor a churrasco que despiden las chimeneas del crematorio de la Almudena.

En fin, que es muy desconcertante ir en busca de un muerto y encontrar una mesa con mantel de lino y riberas del Duero o albariños. No lo digo como queja haría cualquier cosa por leer a Fidalgo, o por devorar una necrológica, pero casi prefiero no mezclar los sabores. Y es que ahora las necrológicas me saben a pato a la naranja. No es una reclamación, insisto, entre otras cosas porque siempre he sido un poco necrófilo y lo de Fidalgo resulta una excelente combinación para satisfacer al salteador de tumbas que todos llevamos dentro. Además, tampoco serviría de nada protestar, porque este espacio no es el del Defensor del Lector, aunque ya hemos visto que muchas cosas suceden en un sitio y se publican en otro... Está bien, me dejaré de rodeos y confesaré que estoy muerto de envidia porque también a mí me habría gustado que me ofrecieran un cementerio pequeñito, de, papel, para escribir sobre comidas y lugares de diversión apoyado en una lápida, no diré la de quién. Así que, enhorabuena, Feliciano: espero como un loco tu artículo sobre los huesos de santo y sobre el esqueleto en general.Por cierto, que todavía no sé por qué este suplemento carece de una sección propia de necrológicas. Ya sé que tenemos los Fallecidos en Madrid, pero eso no basta: de algunos muertos conviene decir unas palabras, aunque sean mentira. Lo importante es crear el nicho necrológico, aunque luego hablemos en él de restaurantes. Me ofrezco a las dos cosas, a pesar de que acabaría mezclándolas debido a un problema neurológico que a veces me hace ver las calles del La Prospe en Manoteras o el barrio de la Concepción en el del Pilar. Una vez, en el metro después de Rubén Darío, me salió Saint Honoré, que está en París. O sea, que a lo mejor. lo de Feliciano sólo lo he visto yo. De lo que sí estoy seguro es de que en muchas esquinas de Madrid, des de que comenzó el verano, se nos aparecen pedazos de Beirut. Pero ahora no sé si debo enviar la queja al Ayuntamiento o al Defensor del Lector. Estoy hecho un lío.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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