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El milagro de Yeltsin

La reelección de Borís Yeltsin no ha suscitado ni una sola manifestación de alegría popular, ni una sola caravana triunfal con coches tocando las bocinas. "Esta victoria supone un milagro", explica Naina Yeltsin al programa Héroe del día, de la cadena de televisión NTV. Al auténtico héroe -su marido- no se le pudo entrevistar porque estaba demasiado "cansado". Los rusos no sabrán más sobre la enfermedad de Yeltsin, desaparecido de la escena desde hace unos diez días. Como en época de Breznev, la salud del presidente es uno de los secretos de Estado mejor guardados, esta vez con la complicidad de la llamada "prensa democrática rusa".Naina Yeltsin reconoció en la entrevista que, a principios de año, había aconsejado a su marido no aspirar a un segundo mandato "porque la gente vive demasiado mal en nuestro país". En aquella época, los sondeos sólo le concedían un 6% de intención de voto, cifra que corresponde, a grandes rasgos, al porcentaje de nuevos ricos en la sociedad. Sin embargo, el 16 de junio ya obtuvo el 34% de los sufragios, y el 3 de julio, el 52%. Probablemente la Comisión Electoral Nacional le regaló en cada ocasión entre un 3% y un 5% de votos, pero incluso así su éxito parece asombroso. ¿Qué otra persona habría conseguido lograr su reelección después de cinco años de gestión catastrófica en la que se han hundido los ingresos de la población?

Yeltsin no ha logrado este milagro por sí solo. Su estado mayor, dotado de recursos financieros ilimitados, orquestó contra su adversario la campaña anticomunista más desmedida que se haya visto en Europa en las últimas décadas. A Ziugánov no se le atacó por su programa, que merecía numerosas críticas, sino por su supuesto rechazo de la democracia y su voluntad de restaurar el "comunismo". Algunos piensan que una campaña así no habría sido posible si el partido comunista hubiera cambiado de nombre, pero el argumento es débil: las exageraciones de los yeltsinistas estaban destinadas a cubrir la mediocridad de su balance en el poder, y no tenían nada que ver con el miedo a una imposible restauración del sistema soviético. El año pasado, la derecha polaca lanzó una campaña demagógica anticomunista contra Alexander Kwasniewski, a pesar de que éste había repudiado el comunismo; no dijo Berlusconi que si los ministros poscomunistas entraban en el Gobierno italiano ya no habría más elecciones libres?

Las misiones de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y del Instituto Europeo de Medios de Comunicación (IEM) consideran -cada una por separado- que, en Rusia, el desequilibrio entre los medios materiales y las posibilidades de expresión de los dos candidatos ha hecho que esta elección sea muy poco democrática. También les preocupa la falta de pluralismo en los medios de comunicación, de nuevo domesticados por el Kremlin. Rusia es "un país política y geográficamente dividido", observa Grigori YavIinski, por lo que resulta peligroso privar a un amplío sector de la opinión pública de los medios de expresión legales.

Yeltsin, que ganó ampliamente en las tres grandes metrópolis -Moscú, San Petersburgo y Ekaterimburgo-, no avanzó en las regiones rojas, en las que su adversario mantuvo e incluso mejoró sus posiciones. El Bloque Popular y Patriótico de Ziugánov, que quiere transformarse en un solo partido, representa desde ahora una fuerza política insoslayable. ¿Estaría disponible para un Gobierno de salvación nacional? La respuesta depende del resultado de la tercera vuelta de las elecciones, que enfrenta en el Kremlin al primer ministro, Víktor Chernomirdin, y al general Alexandr Lébed, que promete "la verdad y el orden". Ambos contribuyeron al milagro de Borís Yeltsin: el primero movilizó para él al gran capital, y el segundo le aportó su fianza moral y la mayor parte de sus 11 millones de votantes. Pero los dos hombres no están hechos para trabajar juntos, porque sus ideas e intereses políticos son diametralmente opuestos.

La tercera vuelta empezó de hecho el 28 de junio, antes de que terminara la segunda. Aquel día, en Lyón, Víktor Chernornirdin juró una vez más fidelidad al Grupo de los Siete (G-7) y al Fondo Monetario Internacional (FMI), mientras en Moscú el general Lébed exponía su visión de la grandeza nacional de Rusia, protegida de la invasión cultural occidental y de las injusticias de un capitalismo "extranjero". Los pasajes más subidos de tono de ese discurso, sacados de contexto, causaron escalofríos a los analistas occidentales, que rápidamente denunciaron al "Pinochet ruso". Pero el general Alexandr Lébed no es en absoluto golpista ni admirador del ex dictador chileno; es un nacionalista ruso que "sufre por su patria" (ése es el título de su libro auto biográfico). Las ideas que reivindica con vigor sobre el uso de la fuerza para extirpar la corrupción y la criminalidad corren el riesgo de llevarle por un camino peligroso. Sin embargo, hay que reconocer que, bajo el Gobierno de Chernomirdin, la tolerancia hacia la criminalidad económica ha alcanzado todos los récords. Rusia es el único país ex comunista donde no ha habido un solo proceso por corrupción. También es un país donde la fuga de cerebros hacia Occidente ha adquirido proporciones desconocidas en otras partes, y donde el premio Nobel de Física Alexandr Projorov anuncia que "en tres años, en nuestro país, no habrá ni ciencia ni investigación científica". Desde luego, la prohibición de expatriarse contemplada por Lébed no resolvería el problema: para poder salvar la ciencia y los demás sectores vitales sacrificados por los alumnos rusos del FMI habría más bien que cambiar las prioridades económicas. Lébed no tiene un programa demasiado elaborado sobre esa vía alternativa, pero querría diseñarlo junto con los que están en contra del saqueo de la economía rusa por unos privatizadores sin escrúpulos. Decir eso ya significa tirar una piedra contra el tejado de Chernomirdin, antiguo jefe y gran protector de Gazprom, la mayor empresa de Rusia y una de las mayores del mundo, privatizada a la rusa sin que se sepa quiénes son sus accionistas, además del propio Chernomirdin. Y el "honesto general" ha lanzado también otras piedras, al mostrar su inquietud por una crisis que corre el riesgo de agravarse por la despreocupación del Gobierno actual.

Borís Yeltsin ha recurrido a las arcas del Estado para su campaña sin pensar en las consecuencias. Actualmente se reconoce oficiosamente en Moscú que el déficit presupuestario representa no el 4%

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anunciado en Lyón, sino nada menos que un 11,8% del producto nacional bruto (PNB), es decir, la misma cifra que en 1992, cuando el equipo de Gaidar y Chubáis aplicó la terapia de choque para curar la enfermedad. El rebrote de la inflación, ya sensible, se acentuará aún más a final del verano, según las previsiones. Es más: la emisión excesiva de obligaciones del Estado a corto plazo y con intereses elevados ha acabado por amenazar al sistema financiero en su totalidad. Cuando se le preguntó por el peligro de una crisis en otoño, el ministro de Economía, Evgueni Yasin, contestó: "No hace falta esperar: la crisis ya está aquí". Y es tan difícil de resolver que algunos rusos afirman que Ziugánov se siente muy aliviado por haber perdido las elecciones.

El Kremlin, mientras tanto, sigue vacío. Borís Yeltsin descansa, y se cree que no reaparecerá hasta el 9 de agosto, para su nueva investidura. En su ausencia le sustituye el primer ministro, que da la impresión de haberse tomado su papel muy en serio. Ya en su primera conferencia de prensa excluyó la posibilidad de un Gobierno de coalición ("necesito un equipo homogéneo"), y realizó declaraciones despectivas sobre Grigori YavIinski ("¿quién es?, ¿qué ha hecho en toda su vida?"). Aunque evitó preguntas retóricas similares en relación con Alexandr Lébed, ha dado a entender que éste deberá ocuparse del crimen y de nada más. Eso era hablar demasiado precipitadamente.

Desde la llegada del general Lébed a la dirección de la Seguridad del Estado, el clima en los órganos encargados del orden ha cambiado bruscamente. Las investigaciones estancadas desde hace meses han avanzado de pronto con gran rapidez. Gracias a ello, el general Lev Rojlin, presidente de la Comisión de Defensa Nacional de la Duma (Parlamento), pudo realizar el jueves 4 de julio unas revelaciones sensacionales a los diputados: "El ex ministro Pável Grachov no sólo había caído en la corrupción, sino que estaba rodeado de generales ladrones". Apoyándose en los documentos de la cámara de control, Rojlin contó la increíble historia de un edificio inacabado de 25 pisos en la periferia de Moscú, abandonado desde hace años aunque los fondos para su terminación siguen entregándose regularmente. El promotor que recibe esas sumas, en forma de piezas de aviones, no es otro que el hijo del general Konstantin Kobets, inspector general de las Fuerzas Armadas. Kobets, conocido como el liubimchik (niño mimado) de Borís Yeltsin, ascendió del grado de coronel al de general de cuatro estrellas, sin renunciar a otros beneficios. Al parecer, sus colegas de la misma graduación Vorobiev, Jarchenko (yerno del general Grachov) y otros han desviado en beneficio propio unas sumas evaluadas por Rojlin en 150 millones de dólares. Otro general, Zherebtsov, encontró algo mejor: formó un batallón de soldados esclavos encargados de construir cerca de Moscú casas de campo para los nuevos ricos, entre ellas cuatro para él. Ese batallón fantasma no pertenece a ningún regimiento, y sus soldados sólo cobran 22.000 rublos al mes, un salario irrisorio en el sector de la construcción, incluso en Rusia.

En el discurso de Rojlin sobre la "casa robada" por los Kobets, padre e hijo, se menciona con frecuencia el banco "Menatep", una filial de Gazprom. Los Kobets metían allí el dinero del Ejército para que les produjera rendimientos. Se trata de una práctica habitual en las empresas rusas, por lo que no se acusa a Chernomirdin, ni siquiera indirectadiente. Lo único es que, siendo primer ministro desde hace cuatro años, debería saber lo que ocurría en uno de los ministerios más importantes de su Gobierno. Además, cuando las revelaciones empiezan a salir de la caja de Pandora, es muy difícil volver a cerrarla. En su duelo con Chernomirdin, el general Lébed acaba de apuntarse un tanto, lo que evidentemente no significa que sea seguro que vaya a ganar la batalla por la sucesión.

De momento, sólo puede decirse que la victoria electoral de Borís Yeltsin no es el preludio de una estabilización, sino, por el contrario, de esa tercera vuelta que se celebra en los pasillos, sin testigos apenas, pero con el riesgo de que el Ejército acabe por representar el papel de árbitro.

K. S. Karol es especialista francés en cuestiones del Este de Europa.

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