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TOUR 96

El Macizo Central se convierte en tierra de nadie

Pascal Richard saca provecho de una escapada de nueve corredores y los jefes de fila fijan sus posiciones

Luis Gómez

Da la sensación de que el Tour ha quedado dividido en dos mitades. Un Tour invernal que terminó en los Alpes, precedido por un sinnúmero de jornadas sin otro obstáculo que la lluvia y el viento en contra. Riis ha sido el ganador de ese Tour que vivió el desfallecimiento de Induráin. Pero el martes pareció amanecer un segundo Tour, el clásico, bajo el calor, de tal suerte que el Macizo Central empieza a ser una larga, y quien sabe si interminable, transición hacia los Pirineos. Cada cual ha optado por fijar sus posiciones y esperar acontecimientos. Las trampas que enseña la carretera se resuelven en comandita y los líderes alcanzan la meta resguardados por lo mejor de su tropa. ¿Dónde está el combate entre jefes? ¿Para cuándo las primeras hostilidades después de la tormenta alpina? Estamos en tierra de nadie.En terreno de nadie florecen los aventureros, una mezcla de corredores de fortuna y gregarios liberados.

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Cuando los jefes dejan de hablar se levanta la veda, hay una actitud más permisiva. Salen del grupo los francotiradores y tratan de crear una pequeña sociedad, con sus claúsulas no escritas. Sucedió ayer, sin ir más lejos, entre nueve corredores. Llegado el momento cada cual se debe a su instinto. Son las reglas del juego, el acuerdo caduca cuando se atisba la línea de meta. Y para estos casos, son más útiles los corredores de fortuna que los gregarios liberados. Así sucedió entre Pascal Richard y Melchor Mauri.

Pascal Richard es un hombre rentable se mire como se mire, cuyo currículo habla de 66 victorias y que suele arreglárselas para aprovecharse de esos días que desprecian los líderes. Es uno de esos muchachos que esperan su momento y no pierden los nervios. Se guarecen en medio de la general (estaba ayer en el puesto 43º a casi 44 minutos del liderato), administran sus fuerzas y salen de cacería el día menos pensado. Normalmente, uno de esos días de calma. Es un profesional idóneo para equipos que fijan todos sus objetivos en la victorias de etapa, caso del MG italiano. Ferreti ya ha obtenido parte de lo que buscaba: es si escuela, la victoria bien trabajada.

El ejemplo de gregario liberado es el caso del español Melchor Mauri, a quien todos los días le empujan a la aventura, dadas sus grandes condiciones de rodador. Mauri suele hacer caso una de cada diez veces y no demasiado convencido. El papel no le agrada, le falta decisión. Prefiere la vía ortodoxa. No sabe arreglárselas en una cacería.

La etapa se resolvió entre nueve corredores. Nadie más movió un dedo por la sencilla razón de que nueve equipos preferían jugársela a una carta. Era, también, la situación que más beneficiaba al Telekom. La falta de movimientos entre los líderes no debe extrañar. Cada uno tiene sus razones para explicar lo que pasó ayer.

Es el caso de Induráin: necesita movimiento para actuar a la contra porque tiene un equipo defensivo; de lo contrario, tiene que esperar. También el del ruso Berzin: sin equipo, etapas así le convienen; firmaría por llegar donde está a los Pirineos, defenderse allí y jugar sus cartas en la contrarreloj. Olano y Rominger han hablado de un ataque calculado: su problema es de segundos, no de minutos, y hay terreno de sobra para ello. No tienen prisa. Y menos Rominger, harto de toparse con el suelo.

Finalmente, Riis, cuya única preocupación es aumentar ligeramente su ventaja antes de la contrarreloj. El problema para Induráin es obvio: él habla en términos de minutos; los demás van a discutir por segundos. Él necesita un choque frontal y sus rivales pueden aprovecharse de pequeñas escaramuzas.

El Macizo Central ha quedado convertido en tierra de nadie. Los aventureros saben que van a tener licencia para moverse. Los jefes tienen que actuar con sangre fría y reservarse. Así pinta este segundo Tour.

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