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Necmettin Erbakan y sus presuntos intocables

Volkain Dündar, de ocho años, y su hermano Hadkar, de cinco, celebran hoy su circuncisión -un rito musulmán que se festeja por todo lo alto, como la primera comunión cristiana- en un suburbio de Estambul. Una banda con la leyenda Masallah (Dios me proteja) atravesaba sus trajes de paje del sultán mientras mordisqueaban sendos simit (roscas con sésamo) a la sombra del centenario castaño de la mezquita de Eyup, el bamo más islamista de la ribera europea del Bósforo. En la tumba del santo Eyup, -pero también entre los posos de una taza del cercano Café del Este- se cruzan cada día los deseos de miles de turcos, que piden remedio para una enfermedad, un buen matrimonio, o, simplemente, una fiesta feliz para dos niños.Con adoquines, y no con la materia de la que están hechos los sueños, el Ayuntamiento del Refah se empeña ahora en adecentar los distritos, corno Eyup, donde se concentra el incesante, aluvión humano del campo hacia la ciudad, que crece a un ritmo anual de medio míllón de habitantes y amenaza con desbordarse hasta el mar Negro. Parece haberse disipado ya el temor que suscitó en marzo de 1994 entre la sociedad laica la llegada al poder de los islamistas en las grandes ciudades turcas. No han impuesto la ley seca ni persiguen a las jóvenes que muestran el ombligo para cubrirlas con un chador.

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Lejos de ser el guardián de la sharia (ley islámica), el alcalde de Estambul, Tayyp Erdogan, se ha ganado fama de buen gestor y los observadores occidentales le consideran bien colocado para suceder a Necmettin Erbakan al frente del Partido del Bienestar.

Pero entre los ciudadanos de Estambul o Ankara, los gobernantes locales islamistas se distinguen todavía por su inmaculado halo de integridad frente a la gestión de los partidos tradicionales, sobre la que se proyectaban continuas sombras de corrupción. La propietaria de un café de moda en el bullicioso distrito nocturno de Beyoglu, en Estambul, prefiere no dar su, nombre antes de reconocer que "no se puede sobornar a la gente de Refah". Su local, frecuentado por artistas e intelectuales y' donde se sirven bebidas alcohólicas, no fue autorizado a instalar una terraza por el Ayuntamiento bajo el pretexto, de que dificultaba la circulación. "Intenté arreglar el asunto con algo de dinero para los funcionarios, como de costumbre, pero no hubo forma", relata la dueña del café, "sin embargo, poco después se presentaron unos barbudos que pedían donaciones para obras de caridad islámicas... ".

En un país en el que las más pequeñas necesidades, como aparcar el coche, se solucionan aún a fuerza de propinas, resulta evidente el peligro de que la corrupción acabe por contaminar a los islamistas si consiguen que el Parlamento ratifique mañana su coalición con los conservadores de Tansu Çiller. Un escabroso escándalo sobre el destino final de los fondos de ayuda a los musulmanes de Bosnia recolectados por el Partido del Bienestar entre los inmigrantes turcos en Alemania amenaza con salpicar a los islamistas turcos.

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