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Un geranio en apuros

Hace ahora dos semanas que el diario Ya sacó a la calle su último número, y desde entonces no ha dejado de trabajar en su contra el mecanismo del olvido. Llegó a los quioscos con una lúgubre portada: Aurelio Delgado cierra el 'Ya', sin arrinconar otras noticias que, dadas las circunstancias, se dirían fuera de lugar. Desde luego, no es fácil digerir que se pueda prestar atención a Roldán, a Vera o al abaratamiento de los pisos cuando se siente en la nuca el abismo de la muerte. Pero así tenía que ser, naturalmente, ya que, agonizando o no, un periódico vive de lo que sucede ahí fuera, y ni siquiera lo delicado del momento hubiera sido excusa para actuar de otro modo.En los últimos tiempos el Ya se había convertido en un fuerte aislado en pleno, territorio sioux. Salir en busca de agua, patrullar por las cañadas, asomar incluso la cabeza por las empalizadas significaba jugarse la cabellera. Pero nadie acudía en socorro del puesto. Entretanto, las autoridades de Washington observaban los hechos con los brazos cruzados, sabiendo de antemano que la tropa acabaría por morir de inanición. A buen seguro que este fulano, el llamado Aurelio Delgado, ha puesto en funcionamiento todo su poder para ejecutar el finiquito. Para sacrificar a quienes creyeron en él. Así lo ha hecho, y así se lo han permitido los artilugios legales, de manera que cuestionar su dominio sería absurdo. Cosas que pasan, como decía Larralde. Sin embargo, tal vez la muerte: del Ya sólo sea un estado letárgico. Un sueño invernal al estilo de los osos. Quizá un día, como quien no quiere la cosa, el difunto despierte, vuelva a hablar de sí mismo, propine una módica tobita al señor Delgado (a elegir zona: napias, pescuezo o cataplines), le mande a paseo y se refiera a todo lo sucedido como un mal trago. Sugiero una portada para la ocasión: Decíamos ayer..., y debajo, bailando, unas pequeñas notas musicales que aludan a La primavera, de Vivaldi. Pero, por favor, sin muchas florituras, sin aspavientos, renunciando a los signos de admiración; con caracteres normales y no muy grandes, que ya se sabe cómo son los periodistas.

Y a partir de ese momento empezaría a trabajar de nuevo la maquinaria del olvido, aunque a la inversa; esto es, rectificando el primer término de la ecuación y compensando el susto anterior con una oferta esplendorosa: seguir viajando. En tal caso, incluso en el Ya terminarían por superar el incidente. Sin duda. Como se olvidan las guerras. Además, los periódicos, los libros y las canciones son un material bien difícil de destruir, ya que siempre hay alguien que recuerda algo de ellos. A su manera, el último número del Ya se agarraba a todo esto. El editorial burlaba su propia pena y hablaba de volver, casi lo prometía, negando su presunta expiración. Abel Hernández escribía: Hasta mañana, y amagaba su rabia mordiendo las palabras. Vicente Alejandro Guillamón, irónico, subía las cejas y se sumía en un enrevesado silogismo que acababa por desembocar en el mismo diablo. Y Alejandro Fernández Pombo, el más sentimental y quizá el más aniquilado, se dejaba caer sobre el teclado y retrocedía decenios sigilosamente para explicar, de refilón, momentos del periódico que afectaban a su propia vida: "... desde los antiguos empleados que sufrían su purgatorio en la fundidora del segundo sótano de Alfonso XI, 4, entrada por Venezuela, pasando por los que combatían la contaminación del benzol con botellas de leche en el huecograbado de Mateo Inurria, hasta los que se rompen los ojos delante de la pantalla del ordenador. Los fundamentos de la nostalgia, en definitiva; algo encogidos, eso sí, como siempre que anda en juego la propia continuidad.

Y por último, conviene mencionar, aunque sea de pasada, que los demás medios han afrontado el suceso con inaudita cautela. Como si diera gafe. Sin profundizar, dejando las cosas flotar y observándolas con el rabillo del ojo, en contra de su costumbre. Y en el fondo no es difícil entender esta postura: saben que cualquier día puede tocarle a ellos, y saben también que ese día los demás periódicos darán la noticia impasibles, desde la lejanía, pero sin atreverse a nombrar la palabra muerte. Tiempo de orugas, en fin; y no sólo en los geranios.

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