_
_
_
_
_
LA LUCHA POR EL KREMLIN

El comunista 'políticamente correcto'

Pilar Bonet

Guennadi Ziugánov, el disciplinado heredero político de Lenin y Stalin, no juega con sus creencias ni las altera fácilmente. La tozudez inquebrantable en pos de los objetivos son los rasgos de carácter que han llevado al líder del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) a convertirse en el ariete de las 'Tuerzas populares y patrióticas" de su país, como candidato a la presidencia del Estado. La idea que le inspira es nacional (restablecer el papel de Rusia como gran potencia) y colectivista, en tanto que heredera de tradiciones comunitarias rusas anteriores a Marx.Ziugánov, un hijo y nieto de maestros rurales nacido en 1944 en el pueblecito de Mymrino, en la provincia de Oriol (en el llamado cinturón rojo de Moscú), tuvo una infancia dura. Su padre volvió de la II Guerra Mundial tras haber perdido una pierna en Sebastopol (en Crimea, hoy parte de Ucrania). Su madre, recuerda, era una mujer "severa y exigente".

Más información
Los observadores españoles creen que habrá fraude
De la destrucción a la creación
Un populista con ambiciones históricas
Persona, familia, sociedad y Estado
Rusia elige hoy entre continuar con Yeltsin o regresar a una imagen idealizada del pasado

El joven Guennadi siguió el camino de sus progenitores y se hizo maestro, pero siguió estudiando y superándose a sí mismo. Ziugánov parece estar más contento de su tesis doctoral, defendida en el año pasado y dedicada al "mecanismo de cambio sociopolítico", y las principales tendencias en la Rusia moderna, que de su carrera como apparátchik.

La mili la hizo en los servicios de reconocimiento contra el uso de armas atómicas, químicas y bactereológicas, donde se pasó tres años enfundado en un "traje de goma antigás" y tuvo que quemar tres pares de botas, según cuenta, porque estaban contaminadas por la radiación. El servicio militar fue el marco en el que se realizó su ingreso en el Partido Comunista en 1966.

De vuelta a Oriol dio clases de física y matemáticas, mientras fue haciendo carrera en las Juventudes Comunistas primero y en la organización del partido después, llegando a ser responsable de la propaganda y agitación del comité provincial del PCUS. En 1983, Ziugánov llegó a Moscú para trabajar en la sección de propaganda del comité central, donde tuvo a su cargo el Cáucaso del Norte, circunstancia que suele mencionar cuando trata de mostrar su solvencia en la comprensión de asuntos nacionales.

Ziugánov fue ascendiendo hasta el puesto de vicejefe de la sección ideológica del comité central, puesto que ocupó en 1989 y 1990. Él fue uno de los dirigentes del. partido comunista ruso, -que se fundó en 1990 como núcleo de oposición a Mijail Gorbachov, y uno de los firmantes de una carta abierta titulada La palabra al pueblo, que apareció poco antes del golpe de Estado de 1991 y que fue considerada como la base ideológica de aquella acción frustrada. Ziugánov no se vio involucrado en ella, pues estaba de vacaciones en el Cáucaso al ocurrir los acontecimientos que precipitaron el fin de la URSS y permitieron a Yeltsin prohibir el partido comunista.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Entre el derrumbamiento de la estructura comunista en 1991 y su restablecimiento a fines de 1992, Ziugánov participó en varios intentos de crear un bloque de fuerzas patrióticas, el más importante de los cuales fue, en 1992, el Frente de Salvación Nacional.

El líder comunista tiene un sentido de misión. Quiere realizar por fin la síntesis histórica entre el ideal de justicia y comunidad de los rojos y el ideal nacional-patriótico de los blancos. Josif Stalin, opina, estuvo a punto de lograrlo en el último periodo de su vida, desde 1944 hasta 1953 cuando efectuó un "cambio radical de la ideología estatal de la URSS". El proyecto, no obstante, se malogró con la llegada de Nikita Jruschov y la ofensiva ideológica contra la URSS dirigida desde Occidente, que hoy como ayer, repite una y otra vez, desea destruir a Rusia.

Ziugánov cree que a Stalin le faltaron de cinco a siete años de vida para hacer "irreversible" su transformación ideológica, es decir, su conversión al patriotismo ruso y su recuperación de las tradiciones espirituales de Rusia. El dirigente comunista no oculta que respeta a Stalin y que valora positivamente el desarrollo económico logrado bajo su mandato. Y no parece tener excesiva sensibilidad por los costes humanos de la gesta ni por la conversión de millones de personas en mano de obra esclava. Al fin y al cabo, señala, la represión estalinista fue obra de "elementos ajenos a la nación [rusa]". Con más pasión reacciona ante el deshielo de Jruschov, aquella política de desenmascaramiento de los crímenes de Stalin que fue precursora de la nefasta perestroika del "traidor" Gorbachov y de la desintegración de la URSS.

El escritor nacionalista Alexandr Projánov, director de la revista Zavtra (Mañana) y, en el pasado, uno de los apologetas del Ejército soviético en Afganistan, afirma que Ziugánov un político listo, precavido y equilibrado que a veces se arriesga a parecer conformista", salvó al partido comunista de su destrucción en octubre de 1993. Tras haber condenado a Yeltsin por disolver el Sóviet Supremo de Rusia, exhortó a evitar la violencia en una alocución televisiva. Según Projánov, aquella intervención evitó que el partido fuera prohibido y le permitió participar en las elecciones a la Duma Estatal de Rusia de 1993 y convertirse en una fuerza política real. La actitud conciliadora de Ziugánov le ha granjeado reproches entre los camaradas más radicales. Le acusan de "hablar de Parlamento, cuando se exigen acciones revolucionarías", de "exhortar a la paz y al acuerdo donde se necesita dureza". Las acusaciones desde la izquierda, sin embargo, son su mejor pasaporte ante la derecha.

Ziugánov quiere que su país recupere la dignidad perdida, que sus mujeres no se prostituyan en los burdeles occidentales y sus científicos se queden en Rusia en lugar de vender su talento a países extranjeros; que los ancianos que lucharon contra el fascismo recuperen la "victoria" que, según él, les ha sido arrebatada, que los letreros de las calles de Moscú -para él, un símbolo del status colonial en el que se ve sumida Rusia estén escritos en alfabeto cirílico y no en el latino.

Ziugánov quiere también una posición de privilegio para la Iglesia ortodoxa rusa y una política de proteccionismo espiritual que mantenga a distancia a las sectas y a las creencias ajenas a las tradiciones rusas, entre las que él sitúa, aparte de la fe ortodoxa, al budismo y al islam.

A Ziugánov le han acusado de tener dos rostros, uno para consumo interno -que mostraría ante los camaradas- y otro para consumo internacional, que muestra ante los círculos empresariales y que se reveló, en su mejor versión, durante el último foro en la ciudad suiza de Davos. Cuando está ante un público occidental se pone a la defensiva y sus frases pierden precisión, matices, se hacen deliberadamente confusas, sin llegar a ser falsas. Rara vez baja la guardia, y sabe cuál es el discurso políticamente correcto en Rusia. Un político que aspire a no ser marginal puede pensar, pero no decir, que los judíos son culpables de la revolución bolchevique. Nada impide, sin embargo, afirmar que dentro del comunismo ruso han coexistido dos tendencias bajo el mismo techo, los que tratan de imponer a Rusia ideas extranjeras, y utilizarla como conejillo de Indias de un experimento, y los que aman a Rusia y quieren su bien. Huelga decir que Ziugánov sitúa a Yeltsin y Gorbachov en la primera categoría y a él mismo en la segunda. En un folleto preelectoral titulado Soy ruso de cuerpo y alma, Ziugánov afirma que, con el pretexto de debatir la "incorporación [de Rusia] a la civilización", Occidente elimina a su principal competidor geopolítico, es decir, la Rusia histórica, "ya fuera el Imperio Ruso o la URSS". Rusia debe salvar al mundo de un nuevo brote de egoísmo geopolítico y arbitrariedad".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_