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SUPERMARATÓN

331 aficionados superan la barrera de los 100 kilómetros en 24 horas

Héroes de un día. Un entusiasta pelotón de 331 personas consiguió este fin de semana acabar la prueba de 100 kilómetros en 24 horas organizada por las revistas Corricolari y Aire Libre. Al trote, caminando, e incluso a gatas, pero entraron en la meta para saborear el éxtasis final tras realizar un camino de ida y vuelta a Colmenar Viejo. La prueba, no competitiva, fue agónica. Trescientas cincuenta personas abandonaron derrumbadas por el cansancio y las ampollas.

La odisea se inició el pasado sábado. Seiscientas ochenta personas se enfrentaban a la mítica distancia de los 100 kilómetros. Llevaban gorras con ventiladores, mochilas, cantimploras y pañuelos en el cuello para afrontar cualquier peripecia. Además disponían de cuatro puntos para repostar y del apoyo de esposas, novias y de medio millar de voluntarios.La mayoría arrancó con calina. "Voy a realizarla andando por completo", decía Esther Lechón, estudiante de 18 años. Otros tenían más prisa. "Vamos a correr hasta el kilómetro 35", decía Isidro Rodríguez, empleado de banca del Club Suanzes-Bikila. Por la tarde, el sol arrugó a los corredores. "Lo peor es el calor que hace", explicaba Jesús Ruiz, un agente comercial de 45 años, mientras se hidrataba en el punto de descanso de Tres Cantos, kilómetro 34.

El infernal camino hacia Colmenar Viejo (kilómetro 50) aturdió a los participantes. "Estaba lleno de piedras y apretaba el sol", resoplaba Rafael, del club Akiles. A su lado, José Luis Rebollo, ingeniero de 62 años, murmuraba: "Esto es de locos". "Más bien colgaos", apuntaban al unísono Vélez, Toto y Pardo, tres árbitros de Aranjuez que esperaban para que les frotara las piernas uno de los 20 masajistas de la escuela de quiromasaje de Madrid. "Un buen masaje les viene bien para continuar", aclaraba el fisioterapeuta Miguel Pertegal.

Los corredores recuperaron el aliento cuando la luna empezó a saludarles. "Hay que aprovechar la noche"., decía Fernando en el kilómetro 68, mientras su esposa, Justi, y los amigos del Club Suanzes les servían agua y pastas. "Sin mí nunca llegaría", bromeaba la mujer a las dos de la madrugada. Los más rápidos durmieron en el polideportivo de San Sebastián de los Reyes para continuar al amanecer. Otros, como Margarita, montañera, y Francisco, bombero de Coslada, caminaron sin cesar día y noche. "Sólo hemos parado media h ora para descansar", decían. En el kilómetro 80, un grupo perdió el rumbo. Inmaculada, documentalista de 34 años, contaba que "se había extraviado por una zona sin señalizar".

El primer corredor acabó a las once de la noche del sábado. Empleó 11 horas porque trotó sin cesar. Le recibieron con una tarta porque era su cumpleaños. Pero el grueso de corredores coincidió entre las diez y las doce de la mañana de ayer domingo.

Y al llegar a la meta se emocionaban: "Somos cojonudos", repetía entre lágrimas Carlos Cabrera, veterinario de 28 años. Para Gerardo Morcillo, la entrada será inolvidable: "La alegría y la satisfacción es inrnensa". No todo eran sonrisas. Juan Pablo Alonso, arquitecto de 33 años, abandonó a falta de cinco kilómetros. "Si seguía me moría. Estoy destrozado".

Ricardo López, un financiero de 31 años, fue el último en acabar la prueba. Entró al límite de tiempo y escoltado por una ambulancia de Cruz Roja. Pero llegó. Y como el resto de andarines acabó reventado y con las plantas de los pies llenas de ampollas. "Me duelen las piernas, pero ha merecido la pena".

Con la patética llegada del último, los organizadores reflexionaban: "Se han retirado los que más han corrido. Andar sin parar es mejor garantía". El año que viene esperan redondear, la cifras. "Seremos mil".

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