El mutis del caudillo
Radovan Karadzic hace un mutis. Desaparece del escenario político balcánico para dejar de irritar con su presencia a la opinión pública internacional. Se lo ha prometido a los negociadores occidentales dirigidos por el sueco Carl Bildt. La melena blanca de Karadzic es un permanente recordatorio de todos esos crímenes que nuestros mediadores quieren olvidar en aras de no se sabe que supuesta armonía en aquellas tierras. Por eso han aceptado este proyecto de trueque de discreción por impunidad. Es un favor más que vende Slobodan Milosevic, máximo responsable de la guerra y los desmanes contra la población bosnia, a los mediadores occidentales. Como muchos anteriores, es un favor que en realidad se hace a sí mismo. Porque sus esfuerzos por socavar los apoyos con que cuenta su otrora secuaz y hoy desafiante rival no han tenido el efecto apetecido. Karadzic ha demostrado ser mucho más difícil de liquidar que sus colegas Babic y Martic, los líderes de los serbios de Croacia. Y el humor en Serbia no es hoy -con centenares de miles de serbios de Croacia y Bosnia malviviendo y profundamente resentidos por lo que consideran una traición de Milosevic- propicio a gestos como la entrega de Karadzic, Mladic u otros criminales de guerra al tribunal de la Haya.
Por su parte, el montenegrino Karadzic, designado en su día por Milosevic como líder tribal para dirigir el asalto contra el estado de Bosnia, no habrá tenido mucho problema para asumir la nueva situación. Sus febriles ansias de protagonismo de principios de la guerra han sido saciadas por la siniestra popularidad adquirida desde entonces. Además, seguirá dirigiendo desde la sombra esa satrapía militar llamada República Srpska que forjó en territorio bosnio por medio del crimen y el terror. Los mediadores occidentales no le ven inconveniente al parecer. Lo que por supuesto convierte en una farsa el compromiso de celebrar elecciones sancionado en los acuerdos de Dayton.
Si Karadzic y sus secuaces mantienen el control militar policial y político en la fantasmal república, habrá que ver cuantos de sus habitantes tienen el valor o la insensatez de concurrir abiertamente en contra de ellos en unos comicios. Así, los hombres de paja del caudillo serbio podrán legitimar en las urnas el régimen militar nacional-socialista que impuso por la fuerza de las armas a los serbios de Bosnia. Por lo demás, tiene con que consolarse por las incomodidades que se desprenden de que exista una orden internacional de busca y captura contra su persona. Podrá disfrutar de su ingente botín de guerra particular. La guerra le ha sido muy rentable. Y con seguridad habrá, cuando se hayan calmado algo las cosas, países a los que convencer -con la solvencia que otorga el usufructo de las matanzas- de la honorabilidad del caudillo perseguido.
Y, sin embargo, aún puede ser que los planes de todos los partidarios de la amnesia, con el propio Karadzic, Milosevic y Bildt a la cabeza, se vean frustrados. Porque en el tribunal de La Haya y gracias fundamentalmente a la decisión de su presidente, el juez australiano Richard Goldstone, se están moviendo las cosas mucho más de lo que quisieran aquéllos. Algún verdugo ha comenzado a hablar, como Drazen Erdemovic, soldado de Karadzic en Srebrenica. Acaba de confirmar lo que todos sabían: la ejecución sumaria de miles de civiles musulmanes indefensos que las tropas de la ONU entregaron sin mayor aspaviento al general MIadic. A ver qué mediador europeo se vuelve a hacer una foto sonriente con el campechano general. Incluso el Consejo de Seguridad de la ONU ha llegado a la conclusión de que no puede permitirse seguir siendo puesto en ridículo por Milosevic, Karadzic y MIadic y amenaza a Serbia con nuevas sanciones si no entrega a los criminales. Cuando la ONU muestra más resolución política y firmeza moral que la OTAN habrá que comenzar a preocuparse por el estado de la alianza occidental de democracias.
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