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Reportaje:VA DE RETRO

La corbata de Von Karajan

Medio siglo del hotel Ritz en la memoria de su director honorario Pablo Kessler

Si existiera el récord de la persona que más jefes de Estado, altezas reales, emperadores y presidentes de Gobierno ha saludado personalmente, el nombre de Pablo Kessler aparecería inscrito en el Guinness. Nacido en Chamberí hace 75 años, de porte elegante y sumamente discreto, posee la sangre fría suficiente para negar la entrada al comedor al genial y geniudo director de orquesta, ya fallecido, Herbert von Karajan por no llevar corbata. Al menos en este aspecto, el que fuera director de uno de los hoteles más caros y famosos del mundo, el Ritz de Madrid, no tiene piedad: A Karajan, poco acostumbrado a recibir órdenes, no le quedó más remedio que subir a la habitación y ponerse la corbata.Este hotelero de alcurnia heredó la vocación de su padre, un alemán que instaló en los años de la belle epoque un hotel en Madrid, el Savoy, destruido durante la guerra civil. A pesar de que Pablo Kessler ha vivido casi toda su vida en Madrid, conserva la nacionalidad alemana.

Al inicio de la contienda española, su familia se trasladó de Madrid a Sevilla. Su tío y su padre se ocuparon de la dirección del hotel Alfonso XIII. En este lujoso hospedaje, Kessler, con tan sólo 15 años, confirmó definitivamente su vocación. Era el año 1937 y a partir de entonces su vida transcurrió primero en las cocinas y restaurantes, y después en las recepciones y salones de los hoteles de lujo. En 1939 el Ritz, convertido durante la guerra en hospital de las milicias catalanas, volvió a funcionar como hotel, y en 1948 el joven Kessler se incorporó al equipo de trabajadores que lo atendían. En 1979 fue nombrado director, puesto que ocupó hasta que se jubiló, en 1984. Actualmente es director honorario.

Cuenta que en los años de la posguerra, el 75% de las habitaciones del Ritz estaban ocupadas de forma permanente por la nobleza: "Muchos aristócratas vivieron durante años aquí hasta que rehabilitaron o recuperaron sus casas". "Cuando yo llegué todavía quedaban muchos clientes estables. Una habitación de las mejores, con dos camas y mirando al Museo del Prado costaba 112 pesetas, frente a las 58.000 que cuesta ahora, y una suite 3.500 pesetas frente a las 150.000 de ahora". La clientela actual, explica, no suele pasar más de dos o tres días de estancia y las suites son ocupadas por la nueva aristocracia: los presidentes y directivos de compañías multinacionales.

Durante la dictadura franquista, el Ritz fue residencia oficial de jefes de Estado. Kessler conoció a los hombres más poderosos del mundo: los presidentes americanos Nixon y Kennedy, el dirigente palestino Yasir Arafat, el príncipe de Irán Reza Pahlevi, los duques de Windsor, Mohamed V de Marruecos (cuyo séquito ocupó tres plantas) o el emperador de Etiopía, Haile Selassie, entre una interminable lista. De muchos de ellos recibió regalos. Selassie, por ejemplo, le obsequió con un anillo de oro con el escudo imperial. Eran los tiempos de máximo esplendor. El personal de servicio lo engrosaban 350 trabajadores, cifra hoy reducida a la mitad.

Con la llegada al poder de los socialistas, El Pardo tomó el relevo como residencia oficial y el Ritz perdió una buena parte de su clientela, aunque el servicio de camareros, cocineros y planchadoras que atienden a los mandatarios extranjeros sigue siendo el de este hotel.

A lo largo de su historia ha sufrido, al menos que recuerde Kessler, cinco modificaciones importantes.

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"Cuando se inauguró en 1910 sólo había 30 cuartos de baño en todo el edificio. Todavía en 1948 algunas habitaciones no disponían de aseo y otras tenían que compartir la ducha. Ahora, las 150 habitaciones y 25 suites tienen todas su baño".

Por lo que se refiere a las normas, hasta hace pocos años la dirección era muy estricta, tanto en la vestimenta como en la actitud, comportamiento y, sobre todo, en la procedencia social de los clientes. El dueño había impuesto una rigurosa selección de la clientela y sin unos apellidos rimbombantes o un sólido árbol genealógico era imprescindible una recomendación para alojarse en el Ritz. "En este sentido hemos abierto mucho la mano, aunque tratamos de mantenerlo dentro de las tradiciones", aclara Kessler. "Sin corbata no se podía ni siquiera acceder al vestíbulo y en algunos salones no se permitía hablar de negocios. Se trataba de que la gente estuviera relajada y tranquila y si alguien entraba con aspecto de ejecutivo y maletín en la mano le obligábamos a dejarlo en recepción o le invitábamos a entrar en la sala de lectura, donde sí podía mantener reuniones de trabajo. A las mujeres no se les dejaba pasar en pantalones, ni a los hombres en vaqueros".

También se aplicaban las pacatas exigencias de decoro y moralidad propias de la época. Esto al Ritz le planteaba un problema. Antaño la querida era poco menos que una institución entre los ricos burgueses. "Cuando sospechábamos que no estaban casados les pedíamos incluso el libro de familia para aseguramos. Si no lo estaban les dábamos habitaciones diferentes".

El antiguo veto, ya eliminado, a los artistas, provocó un escándalo. Hace unos 30 años, el actor James Stewart solicitó una habitación y, al parecer, no pudo conseguirla. Un periodista publicó que este hotel no admitía artistas y la noticia provocó un escándalo. El ex director reconoce que no se admitían a los que en ese momento estaban en el candelero. "Pretendíamos que los clientes no fueran molestados con la nube de seguidores, fotógrafos y periodistas que suele seguir a los famosos. Montaban un alboroto tremendo. Pero aquello no era del todo cierto. Aquí han estado Henry Fonda, Zsa-Zsa Gabor, Rita Haywort, Ava Gadner o Soria Loren, que recuerde".

De cualquier modo, la mayoría de los usuarios del Ritz eran extranjeros, sobre todo americanos. En los últimos años la clientela nacional se ha incrementado -ya dejan pasar a los García- y supone el 50%.

Como en otros hoteles, hay huéspedes cleptómanos. Por lo que se ve, es una tentación irrestible. Kessler lo corrobora: "Pusimos en las mesas durante un tiempo unos saleros monísimos, con unas cucharillas de plata. Tuvimos que retirarlos porque no dábamos abasto a reponerlos. Lo que no puede hacer un botones es obligar a una señora a sacar la cuchara del bolso". Las toallas y albornoces son presas muy codiciadas. "Cada habitación tiene una dotación y si faltan sabemos qué cliente ha sido. No le obligamos a abrir la maleta, pero la próxima vez, lo hurtado se lo incluimos en la cuenta".

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